Un informe revelador y único de Abrí la Cancha. Desde la primera pelota de trapo hasta la actualidad. Un repaso por el inmenso universo táctico-técnico-estratégico del fútbol argentino durante más de un siglo. Los nombres propios y sus aportes. También las rispideces y debates generados desde los años sesenta, que provocaron matices y profundas diferencias.
Por Carlos Aira
Por alguna curiosa razón, existe una idea instalada por la cual el fútbol argentino jamás fue partícipe directo en la concreción de ideas tácticas. Como si nuestro fútbol siempre se hubiera sostenido por la imperecedera calidad individual de nuestros futbolistas y que la táctica estuviera desplazada a un plano circunstancial. Nada más erróneo: nuestro fútbol trabajó desde siempre novedosos sistemas tácticos. En algunos casos, esos sistemas luego fueron utilizados – con fama mundial – por equipos de otras latitudes. Por eso, para comprender diversos vaivenes, es necesario romper con la idea por la cual en nuestro país no se trabajó tácticamente antes de la Copa del Mundo de 1958. Como si antes del 1-6 ante Checoslovaquia en Suecia nuestro fútbol careciera de dinámica, sumergido en un inanimado 2-3-5.
¿COSA DE GRINGOS? ¡NI AHI! ¡FUTBOL CRIOLLO!
La cuna oficial de nuestro fútbol tiene el aroma de los claustros británicos. El autor discrepa con ésta génesis. Si no, ¿Por cual razón nuestro fútbol no absorbió las características propias de aquel fútbol? En el prólogo de Héroes de Tiento se puede leer: «El fútbol criollo no nació en patios sajones, si no en desparejos baldíos de Dock Sud y Retiro. Entre latas viejas y pelotas de trapo nació un estilo de juego. Los morochos portuarios se prendieron en el juego. ¿Cómo hacían para ganarles a los marineros ingleses, altos y fornidos? Con gambetas y juego asociado. Con habilidad e inteligencia. Claro, la historia no registra a estos primeros Héroes de Tiento. No se apellidaban Forrester o Cambell«. Cuando los ingleses y sus subditos fueron dejando nuestro fútbol comenzó una nueva etapa: «En el nuevo orden los ídolos eran morochos arrabaleros, inmigrantes o hijos de esa inmigración. Fueron tiempos de Racing Club. La Academia. El primer gran equipo de argentinos. Apellidos proletarios, como Perinetti, Olazar, Betular, Hospital, entre otros«.
Racing Club se consagró campeón entre 1913 y 1919. Tenía un jugador que rompía los moldes. Era Alberto Bernardo Ohaco, el primer gran jugador criollo. Crack polifuncional. Delantero de alma pero que sabía iniciar el juego en campo propio. Estratega genial, actor principal del Racing de Academia. Pero Ohaco no fue una rara avis. Surgían cracks en toda la geografía nacional. Los futbolistas argentinos de los años veinte del siglo pasado desarrollaron una notable técnica individual, tan sólo comparable a los vecinos de la Banda Oriental. La gambeta permitía sortear rivales y consumar un juego de generación espontánea, pero surgía una duda: ¿Dónde estaba parado nuestro fútbol?
El Sudamericano 1921 fue el primer logro continental de nuestro fútbol. Un juego que se había transformado en inmensa pasión popular. El negocio del fútbol logró que decenas de equipo europeos vinieran a este lugar del mundo. Ingleses, españoles e italianos llegaron a nuestro país desde 1922. Venían con el rótulo de maestros. Hubo algunos equipos de jerarquía, pero la mayoría fracasó rotundamente a pesar de los pergaminos. Fueron los supuestos maestros europeos quienes confirmaron que el fútbol argentino era el mejor del mundo.
En nuestro país se desarrollaba un desordenado 2-3-5. En días de terminología británica, el arquero era goalkeeper; los dos defensores fijos eran backs o fullbacks; delante de ellos la línea de medios, todos de corte defensivo. Eran los halfs o jases, como decían del otro lado del alambrado; Arriba, cinco hombres de ataque o fowards. En las puntas, los wines. Ellos formaban Ala con los entrealas o insiders. El hombre más adelantado era el centrofoward o piloto.
Los profesionales europeos llegaban a estas tierras con trabajo táctico, pero eran superados en el campo de juego por un talento individual apoyado en juego colectivo. En Héroes de Tiento publiqué una crónica escrita luego de la presentación del Plymounth Argyle en 1924:
«A los aficionados locales no les interesa más el juego de los Argyle, que tan brillante campaña realizaron en el campeonato de la Liga Sur de Inglaterra. Una vez conocido el juego, desaparece el interés. Ocurrió lo mismo con los escoceses que nos visitaron el año pasado, y si bien estos de ahora son un tanto superiores a aquellos, no debe desconocerse que hacerlos venir desde Inglaterra y pagarles 120.000$, ni el Third Lanark ni Plymouth Argyle valen la pena. ¿Qué enseñanza nos dejaron? Los escoceses la práctica de dar córners en momento de apuro, y estos del Plymouth, la colocación en la cancha, cosa que no necesitábamos que ellos nos la enseñaran, pues que ya la sabíamos de memoria y si no la hemos puesto en práctica, es sencillamente, porque no somos profesionales y no tenemos tiempo disponible para realizar prácticas que den a los conjuntos la homogeneidad requerida para que sea posible guardar colocación».
Pero la verdad sea dicha: hubo un equipo europeo que dejó enseñanzas tácticas. Fue el Ferencvaros húngaro. Llegó a nuestro país en agosto de 1929 y asombró a todos. Su juego de rotación y cambio de ritmo resultó asombroso. Causó tanta impresión que sus entrenamientos – realizados en Ferro Carril Oeste – fueron multitudinarios. La muchachada pagaba unas monedas para ver los curiosos movimientos tácticos de los europeos centrales. Los magyares jugaron un partido ante la Selección a cancha llena. Años después, Carlos Spadaro, delantero de Lanús y el equipo nacional, recordó la impresión que le generó aquel equipo:
“En aquellos tiempos jugamos contra buenos equipos extranjeros y siempre la gente temía porque los consideraba mejores que nosotros. Pero en muchos casos no fue así. De los conjuntos que recuerdo, es el Ferencvaros de Hungría el mejor conjunto que he visto en mi vida. Jugaban de primera y no los podíamos contener, por la rapidez con que alcanzaban. Cada uno sabía lo que hacer mientras la pelota la tenía el compañero. Actuaban de memoria. Creo que dejaron muchas enseñanzas para nuestro fútbol».
EL OFF SIDE CAMBIO TODO: DEL 2-3-5 A LA WM
En 1925 un cambio reglamentario modificó profundamente el juego: el International Board cambió la regla 11 del off-side. Ya no se necesitaban tres delanteros para habilitar al atacante situado delante de la pelota. Bastaba que un zaguero se adelantara para dejar adelantado al rival más avanzado. Este cambio modificó las tácticas de ataque y defensa. Si antes la pareja de backs centrales esperaban en su área, la aparición de delanteros veloces al vacío cambió el juego. En nuestras canchas surgió la figura de Guillermo Stábile, un delantero vital que comprendió el nuevo juego. Magro, rápido y ágil, el delantero de Huracán aprovechaba los espacios generados por sus insiders Manuel Spósito y Angel Chiesa. Ellos armaban juego habilitando al veloz goleador con pases largos entre los backs rivales. El ingenio popular bautizó a Stábile como El Filtrador, toda una definición del juego. Allí estuvo la clave del mítico Ballet Blanco.
Desde los lejanos años veinte del siglo pasado, nuestro fútbol comenzó a prestarle atención a los cambios táctico-estratégicos. En su libro Hola Mister!, Alejandro Scopelli, figura de Estudiantes, Roma y Racing entre 1927 y 1938, recordó la primera indicación táctica que recibió en su vida. Fue en 1928, en la previa de un Racing Club-Estudiantes de La Plata:
«Ese día nuestro capitán, Nolo Ferreira, nos reunió antes de salir al campo y dio instrucciones para que dejaran al extremo derecho rival (Natalio Perinetti) completamente solo, porque la característica de ese jugador era siempre tirar centros sin cerrarse nunca hacia el área. Nosotros teníamos defensores de elevada estatura y los delanteros de Racing eran todos bajos. El plan dio resultados extraordinarios. El wing se pasó toda la tarde tirando centros que nuestros defensores rechazaban sin dificultad. Sin embargo, para la prensa, el extremo derecho de Racing fue ese día el mejor hombre de la cancha».
Perinetti, nacido en 1900, fue un wing a la vieja usanza: desborde y centro de pala. Ese ataque comenzó a tener serios problemas a fines de los veinte cuando los halfs comenzaron a colaborar, cada vez más, con sus defensas. Pero también surgían delanteros todo terreno. El más notable fue Carlos Desiderio Peucelle. Figura de Sportivo Buenos Aires y la Selección, tenía el singular apodo de Barullo. Si bien era wing derecho, se movía con libertad e inteligencia por toda la cancha. Ese juego tan incomprendido por las tribunas – de allí su apodo – era efectivo al desplazar marcas rivales, permitiendo abrir el juego. La figura de Peucelle será emblemática. No sólo por sus quince años de excelente fútbol dentro del campo de juego, sino también por su notable sapiencia fuera de la línea de cal, que plasmó en su mítico libro Fútbol Todotiempo (1975).
METODO Y SISTEMA
La aparición de delanteros ligeros y ágiles (Stábile, Peucelle, Scopelli, Varallo) modificó la disposición defensiva de los equipos: uno de los zagueros salía a romper juego, en tanto el otro esperaba en la puerta del área. Fernando Paternoster y José Della Torre realizaron esa función a la perfección, tanto en Racing Club como en la Selección Argentina. Pero la gran novedad del nuevo orden táctico del fútbol tuvo que ver con el rol de los medios. El Centrohalf – o Pivote – comenzó a ser asistido por un insider sacrificado – habitualmente el derecho – al cual la tribuna bautizó Peón de Brega. Este plantel se llamó Método y fue utilizado durante todos los años treinta. Si bien partía del viejo 2-3-5, el Método llevaba adelante un 2-4-4 con cierta elasticidad.
Pero Bernabé Ferreyra modificó todos los sistemas. El mítico Mortero de Rufino rompió los moldes a partir de 1932 a base de velocidad, potencia y una espectacularidad inédita. Fue un fenómeno que le brindaba a River Plate goles todos los fines de semana. ¿Cómo se frenaba un jugador con sus características?. Esa fue la incógnita de nuestro fútbol. Si, frenar. Porque había que frenar a un hombre que hacía goles todos los domingos. Si bien nuestro fútbol tuvo cierta preponderancia hacia la belleza estética, la necesidad de resultados era una realidad en 1932/33. Entonces, cuando las patadas no frenaban a Bernabé, algunos comenzaron a utilizar el ingenio táctico.
En 1932, Gimnasia y Esgrima La Plata contrató al entrenador húngaro Emerico Hirschl. Éste había llegado al país en 1931 junto al equipo estadounidense Hakoah All Star. Se quedó en esta tierra ejerciendo como profesor de educación física, pero cuando tuvo la oportunidad ingresó al mundo del fútbol argentino. No fue el primer entrenador. Ese honor le cabe a Luis Martín Castellano, profesor de educación física que Vélez Sársfield contrató cuando el descenso acuciaba a la institución en 1927 (los resultados…). Otro profe puesto a la conducción fue Miguel Ripullone, quién orientó a Gimnasia campeón 1929. Francisco Olazar dirigió al Seleccionado entre 1929 y 1930. Mario Fortunato fue un estudioso que debió retirarse por lesión siendo una promesa en Boca Juniors. Tomó la conducción del equipo en 1930 y logró el bicampeonato luego de tres subcampeonatos consecutivos. Luego de escribir una serie de interesantes artículos en El Gráfico durante 1934, publicó su libro titulado «Cómo debe jugarse al football«.
En 60 y 118 Hirschl continuó el trabajo trazado por Ripullone, un hombre rígido y estudioso que despreciaba el trabajo con pelota. El húngaro cambió los hábitos de trabajo: entrenamientos diarios en horario estipulado y mucho trabajo táctico. Aquel Gimnasia 1932/33 fue el primer equipo argentino que priorizó la mecánica táctica sobre la capacidad individual. En 1933, aquel equipo bautizado El Expreso, fue despojado vergonzosamente del título que mereció.
Aquel Expreso platense fue el primer equipo que tuvo en el mediocampo su motor. Las míticas tres M: Oscar Montañéz – José María Minella – Ángel Miguens. Hirsch importó desde Inglaterra un modelo ideado por Herbert Chapman en el Arsenal de Londres llamado WM. El sistema era ideal para contrarrestar a delanteros como Bernabé Ferreyra: el back central tomaba al delantero de área rival; junto a dos defensas delante y dos mediocampistas de corte defensivo. En términos numéricos era un 3-2-2-3. En nuestro país se llamó Sistema y con los años reemplazó al Método.
Emérico Hirschl fue un personaje discutido en su tiempo. Para algunos, un hombre de méritos; para otros, un chanta. Entre sus detractores se encontró Ernesto Duchini, maestro de generaciones de futbolistas argentinos, quién alguna vez declaró: «Hirschl llegó como aguatero acompañando a un equipo húngaro (el Hakoah era integrado por húngaros residentes en Nueva York). Se quedó en Argentina y tuvo la suerte que River Plate lo contrató cuando tenía un cuadrazo«. Sin nombrarlo, Carlos Peucelle también fustigó al húngaro: «La mejor táctica que vi fue la de los europeos: nos mandaron libros para que aprendiéramos la ubicación de los jugadores. Nos enseñaron bisectrices, triangulaciones y proyecciones. Pero se llevaron allá los mejores jugadores que vieron aquí«.
A partir de 1935, el húngaro condujo uno de los mejores equipos riverplatenses de su historia. Promovió al círculo superior a dos juveniles que serán leyenda: José Manuel Moreno y Adolfo Pedernera. Aquel River Plate 1936/37 fue el gran equipo en usar el Sistema: Luis Vassini y Alberto Cuello eran centrales. El centrohalf mendocino Bruno Rodolfi actuaba como cuña entre ellos. El cuadrado mágico lo armaban Esteban Malazzo-Aarón Wergfiker; y más adelante Renato Cesarini-Carlos Peucelle.
En los años treinta, la táctica fue un debate obligado. Luego de un clásico jugado el 16 de septiembre de 1934, en el cual Boca derrotó 1 a 0 a River en Alvear y Tagle, El Gráfico tituló: «Mostrándose más táctico y oportuno, Boca Juniors venció bien a River Plate«. En aquel año, el entrenador xeneize Mario Fortunato publicó una serie de notas sobre táctica en el semanario de Editorial Atlántida. En uno de esos artículos se puede leer: «No es cierto que los equipos de antes jugaran improvisando. Desde que tengo recuerdo, siempre hubo tácticas«.
Pero serán dos equipazos quienes coparán el fútbol argentino al final de la década. River Plate e Independiente tuvieron brillo propio. Ambos equipos tenían delanteros que retrocedían con inteligencia. En los Millonarios, Peucelle – luego Moreno – retrocedían a campo propio en búsqueda del balón. Independiente tendrá una delantera fantástica: José Vilariño-Vicente de la Mata-Arsenio Erico-Antonio Sastre y José Zorrilla. Tanto Sastre como de la Mata buscaban la pelota en campo propio. Como ejemplo, el mítico gol de Capote en el Monumental. 12 de octubre de 1939. El rosarino gambeteó medio equipo millonario tomando el balón en posición de insider izquierdo. Esto quiere decir, a pierna cambiada y a sesenta metros de su posición habitual.
En contraposición al orden táctico de Millonarios y Diablos, podriamos citar a la Academia Racing Club. Entre 1936 y 1938, los de Avellaneda tuvieron una delantera con nombres geniales: Enrique Guaita-Vicente Zito-Evaristo Barrera-Alejandro Scopelli-Enrique García. Puesto por puesto, salvo el torpe Barrera, en lo suyo eran los mejores. Pero Racing nunca peleó un campeonato. ¿Por qué? Porque era un equipo sin balance. Sobre todo por su endeblez defensiva. Su potente delantera, que llegó a convertir 24 goles en tres partidos consecutivos, no servía al no estar al servicio del equipo. Los tiempos habían cambiado.
RIVER PLATE, LA VANGUARDIA
El brillante rendimiento de River e Independiente obligó a contrarrestar su poderío con inteligencia táctica. Guillermo Stábile regresó al país en 1939 luego de una década convirtiendo goles en Italia y Francia. Ya no era jugador sino un entrenador con una profunda curiosidad. Entendía que la única forma de frenar aquellas grandes delanteras era implementando el Sistema (WM) con una clave: un central duro pegado al centrodelantero personal. Una especie de marca personal. Stábile comenzó a utilizarlo en San Lorenzo en 1939. Los zagueros recios comenzaron a ganarse una fama temeraria: Ricardo Vaghi (River Plate), Perico Marante (Boca Juniors) o José Salomón (Racing Club) quién tenía el popular apodo de Puente Roto, ya que por su lado no pasaba nadie.
El juego se hizo más recio. Las defensas duras y pegajosas eran furor. A comienzos de los cuarenta, el fútbol no era sólo construcción, sino también destrucción. Así lo entendió otro húngaro en nuestro fútbol. Franz Platko fue figura defendiendo la meta del FC Barcelona. En 1940 llegó a nuestro país para dirigir a River Plate. Platko instaló la marca personal en nuestras canchas. Aparecían los primeros especialistas. En abril de 1940, Platko mandó a José Ramos a marcar en forma personal al Chueco García. La Academia ganó 6 a 3 con una actuación sensacional del santafesino. Pero el germen se había instalado. Poco tiempo más tarde, con la misma camisa riverplatense, Pacha Yácono se convirtió en el primer especialista en la marca estampilla.
La presencia del back policía y un jugador dispuesto a la marcha personal obligó a repensar los ataques. Aparecieron los wines ventiladores. Ya nadie se quedaba pegado a la raya, como el Chueco. Por otra parte, los centrodelanteros se desmarcaban hacia atrás y los costados. René Pontoni, Rubén Bravo y Adolfo Pedernera dieron cátedra abriendo espacios para los piques mortíferos de Mamucho Martino, Llamil Simes o Ángel Amadeo Labruna, todos insiders goleadores.
Hacia 1941 Platko se había ido de River. Renato Cesarini tomó la conducción del equipo. Hasta septiembre el ataque millonario se conformó con Juan Carlos Muñoz, José Manuel Moreno, Roberto D´Alessandro, Ángel Labruna y Adolfo Pedernera. El 14 de septiembre, River igualó 2 a 2 con Rosario Central en Núñez. Pero lo importante no fue el resultado si no una lesión del grandote D´Alessandro, que será determinante en la historia de nuestro fútbol. La semana siguiente, River visitaba a Independiente. Todo el mundo le pedía a Cesarini la inclusión de Pedernera como centrodelantero. El Tano no quería saber nada. Le decían Lagañoso, porque no veía lo que estaba pasando. Finalmente, Cesarini cedió ante la presión – sobre todo de Peucelle – y alineó a Pedernera en el centro del ataque. El resultado fue para todos los tiempos: River goleó 4 a 0 con una delantera que hará historia: Muñoz-Moreno-Pedernera-Labruna-Deambrossi. Nacía La Máquina.
Pero aquel River no fue sólo un ataque sensacional al cual en 1942 se le sumó Félix Loustau. Fue un equipo integral. Se prodigaba en defensa y ataque. Moreno y Pedernera aprovechaban su notable capacidad atlética y futbolística iniciando el juego en campo propio. Lo hacían con una premisa: rotación sin pelota; y con ella, dos cortas y una larga. Cuando el back Policía rival buscaba a Pedernera ya lo encontraba lejísimos de su área, sin tiempo para volver. Los extremos Loustau y Muñoz se desmarcaban constantemente. La pelota larga era un pase al vacío para los piques cortos de Labruna. Años más tarde, Cesarini explicó el secreto: «Esos hombres se movían sin pelota. Esa fue la clave. Por eso sus combinaciones eran desconcertantes». En un fútbol aun bastante estático, aquello fue revolucionario. Para atacar en bloque, La Máquina fue el primer equipo que defendió achicando terreno. Cuando el rival se adelantaba, Ricardo Vaghi avanzaba junto a Yácono y Ferreira, dejando fuera de juego delanteros rivales.
Pero la Máquina riverplatense se fue agotando hacia 1945. Una tarde de aquel año, Renato Cesarini reunió a sus jugadores y les advirtió: «Pobres de nosotros el día que los rivales aprendan a leer los diarios»; ante el asombro de sus dirigidos, explicó: «Ese día se van a avivar que todos nuestros goles los hace Labruna, y cuando lo encierren en el área, no vamos a hacer más goles«. En 1944 José Manuel Moreno partió hacia México y con su ausencia River perdió presencia física y futbolística. En 1945 apareció Alfredo Di Stéfano que fue prestado el año siguiente a Huracán. Cuando el Alemán regresó a Núñez se encontró con Moreno, quién había regresado promediando el año anterior. Quien no estaba era Pedernera, contratado por Atlanta. José María Minella armó un ataque novedoso: ubicó al velocísimo Di Stéfano entre Moreno y Labruna. Di era directo y agresivo. Dueño de una velocidad inconseguible. Moreno abría claros, mientras Di Stéfano y Labruna tomaban al back policía rival en pinzas. La clave de este esquema estaba dada en la superioridad numérica sobre el rival. Nacía el primer ataque planteado desde el contragolpe. Una nueva forma de atacar.
Esta forma de atacar hará escuela. En 1950, Banfield armó un ataque espectacular con el Cholo Converti y Tito Pizzuti haciendo el trabajo de Di Stéfano y Labruna. El gran Independiente de comienzos de los cincuenta tenía a Carlos Lacasia replegado, mientras Carlos Cecconato y Ernesto Grillo – dos insiders – llegaban al arco rival. El Racing tricampeón 1949/51 realizó ese trabajo con Rubén Bravo retrasado, mientras Tucho Méndez y Llamil Simes se cansaron de convertir goles. El WM con ataque en pinzas comenzó en nuestro fútbol en 1947. El fútbol húngaro sorprendió al mundo en 1953 luego de golear 6 a 3 a Inglaterra en Wembley, cancha donde los súbditos de la pérfida albión se hallaban invictos. La revancha fue un paseo: 7 a 1 en Budapest. Para la historia oficial del fútbol aquel equipo magyar cambió las reglas; con Nandor Hidegkuti como punta replegado, metiendo pelotas para Sandor Kocsis y Ferenc Puskas. El mundo los aplaudió. Se escribieron ríos de tinta sobre el falso 9 húngaro, algo que se veían hacía una década en nuestras canchas, cuando el Tano Cesarini se decidió ubicar a Pedernera en esa posición.
NUEVAS CORRIENTES
Los años cuarenta – y parte de los cincuenta – fueron bautizados como los Años Dorados del fútbol argentino. Grandes equipos, mejores espectáculos y estadios repletos. Pero la sangría de cracks generada por la huelga de profesionales de 1948/49 lastimó nuestro fútbol. Herido en su orgullo, decidimos recostarnos en nuestro natural talento. En Europa siguieron un camino contrario: trabajaron para contrarrestar a los exitosos húngaros. En Francia apareció un entrenador nacido en Argentina pero criado desde pibe en aquel país. Era Helenio Herrera. Era famoso por experimentar sistemas de juego netamente defensivos. Acá nadie comulgaba con ideas que parecían estrambóticas. Pero teníamos un problema: nos estancamos. Guillermo Stábile, entrenador de la Selección Argentina entre 1940 y 1959, así lo dejó plasmado:
«Yo vi facilitada mi gestión por la riqueza y personalidad de los jugadores. Ellos lo podían hacer todo en la cancha. Había que admitir que tenían condiciones de sobra. Yo orientaba ajustando a la situación. Había WM, defensa ordenada y se molestaba al jugador clave del rival. Todo lo demás se dejaba librado a la inspiración«.
Por razones extra-deportivas, la Selección faltó a las Copas del Mundo organizadas entre 1934 y 1958. En ese lapso conquistamos la mayoría de los torneos continentales, pero el roce intercontinental era muy escaso. En 1958 volvimos a los mundiales. La Copa del Mundo de Suecia sería un test para saber donde estábamos parados. En marzo de 1957, brillamos en el Sudamericano de Lima con un equipo maravilloso. Los míticos Carasucias de Lima. Pero sin los juveniles Enrique Omar Sívori, Antonio Valentín Angelillo y Humberto Maschio – imposibilitados de representar a nuestro fútbol por ser transferidos al exterior – no hicimos pie con un equipo veterano. El famoso desastre de Suecia.
Stábile presentó un WM con jugadores lentos y pesados. Faltaba dinámica y sobraban años. En Suecia se pagó la falta de imaginación de años. Según palabras del defensor José Ramos Delgado, partícipe de aquel equipo: «Los equipos europeos jugaron simple y preciso. Argentina jugó bien con la pelota, pero no avanzamos«. Por su parte, Brasil – ampliamente superado por Argentina en aquellos días – se consagró campeón con una conjunción de brillantes futbolistas enfrascados en un novedoso sistema táctico: el 4-2-4. Vicente Feola, entrenador brasileño, tomó nota de las debilidades defensivas de su equipo. Partió del antiquísimo 2-3-5, resolviendo bajar a los dos halfs, armando una línea defensiva fija de cuatro hombres. Brasil ganó equilibrio defensivo. El back Orlando fue la gran clave de aquel equipo que tuvo en los garotos Pelé y Garrincha dos armas de ataque maravillosas.
La derrota de Suecia fue el detonante de una nueva escuela de entrenadores. Victorio Spinetto, histórico defensor de Vélez Sársfield en los años treinta, tendrá un rol importante en aquellos días. El maestro destacó la importancia de ganar sobre cierto romanticismo. Para Spinetto el fútbol no era tan atractivo como el placer por la victoria. Sus innovaciones tácticas fueron modernas para el fútbol argentino de aquellos días, adelantándose a lo que vendrá. Si bien dirigió profesionales – incluida la Selección Argentina que ganó el Sudamericano 1959 – su tarea se centró en la formación de juveniles en Vélez. En silencio, Spinetto influirá en tres personajes fundamentales en la historia de nuestro fútbol: Osvaldo Zubeldía – a quién dirigió en Liniers -, y los juveniles Carlos Bianchi y Diego Simeone. Al Virrey y Cholo los moldeó de forma tal qué fueron reflejo de su pensar.
Pero será Boca Juniors, con los campeones del mundo Feola y Orlando, quién instaló con éxito el 4-2-4. Un equipo que cambió el paradigma de éxito: Boca se consagró campeón 1962-64 y 65 con un equipo alejado del lujo. Pero eso no molestaba a su hinchada. En 1964, los xeneizes fueron campeones con tan sólo 35 goles a favor. Claro, le habían marcado apenas 15 tantos, y cuatro de ellos, Atlanta en la fecha inicial. Por primera vez los hinchas recordaron una defensa por sobre un ataque: Roma-Simeone-Silvero-Orlando-Marzolini. Síntoma de una época donde las defensas derrotaban a los ataques.
Los sesenta fueron intensos y confusos. Helenio Herrera era el entrenador de moda en Europa. Estudioso y obsesivo. Luego de dirigir por años en Francia y España, llegó al Internazionale de Milano en 1960. Allí perfeccionó el histórico Catenaccio. Una férrea e inamovible línea de cuatro hombres, con marcajes personales, al cual se sumaba un quinto defensor central que actuaba detrás de ellos. Era el Líbero. El ataque se reducía a un armador de juego, un lanzador y un punta velocísimo. En la idea de Herrera, el fútbol no era un juego. Nada quedaba librado al azar. Como lo único importante era el resultado, la belleza plástica del juego era intrascendente en pos del objetivo. Nacía una ideología.
1961-1965. ENTRE CLAVELES, LABORATORIOS Y ACADEMIAS
El golpe de Suecia movió los cimientos. Tanto que muchos llegaron a la conclusión de poner en duda el valor del tradicional fútbol argentino. Como si el juego de rotación, ataque y gambeta fueran motivo de escarnio y vergüenza. Esa necesidad de cambiar motivó que las Comisiones Directivas contrataran nuevos entrenadores. Estos tenían como premisa priorizar la táctica y preparación física por sobre el peso técnico del futbolista. Una de las conclusiones de quienes abrazaban esta idea fue responsabilizar el fracaso de Suecia a la falta de trabajo físico serio.
1961 fue un año fundamental. Tiempos de Fútbol Espectáculo. Invento propuesto por Antonio Liberti y Alberto Armando para atraer a un público que huía de las canchas por el hastío producido por el fútbol de esos días. Docenas de extranjeros, con mayor o menor talento, comenzaron a poblar nuestras canchas. A pesar del pomposo nombre, el campeón fue un Racing Club tan metedor como lujoso. Nombres propios rutilantes, como Federico Sacchi, Oreste Omar Corbatta o Rubén Sosa. El buzo de entrenador lo portó Saúl Ongaro, pero el cerebro del equipo será un veterano que poco tiempo después cambiará nuestro fútbol: Juan José Pizzuti.
Aquel equipo racinguista fue un soplo de aire para quienes buscaban fútbol-juego. Como si nuestro histórico fútbol tuviera un continuador en tiempos de dudas. Días en los cuales Brasil tuvo en Santos – conducido por Pelé, Coutinho, Doval y Pepe – una embajada que ratificaba su apogeo. Racing y Santos se enfrentaron en la noche del 28 de septiembre de 1961. Jugaron un partido para la historia. Tal vez de los mejores que se vieron. Por más que Santos venció 4 a 2 a la Academia, la pregunta de muchos fue: ¿Era necesario traicionar un juego tradicionalmente ofensivo cuando hay valores?
Pero también fue el año donde surgieron al ruido grande dos entrenadores que tendrán máxima relevancia en los próximos veinte años. Polémicos y frontales. Nunca escaparon al debate sobre su decisión de preponderar el resultado sobre la belleza del juego. Tampoco dejaron librado al albedrío de sus futbolístas ningún detalle táctico-estratégico. Ellos fueron Juan Carlos Lorenzo y Osvaldo Juan Zubeldía.
Toto Lorenzo fue un delantero surgido en Chacarita Juniors. En 1944 pasó a Boca Juniors, hasta que en 1947 fue transferido al fútbol europeo. Pasó por Italia, Francia y España. Mientras jugaba en Francia se recibió de entrenador en Inglaterra. Profundo admirador de Helenio Herrera, a quién consideró su maestro. Se hizo famoso dirigiendo al Mallorca: entre 1958 y 1960 logró que el club balear ascendiera de Tercera a Primera División. Esa fama llegó al Río de la Plata, y el 9 de julio de 1961 asumió la conducción de San Lorenzo de Almagro. Lorenzo recordó su primer paso por el Ciclón y todos los cambios que llevó adelante en aquel equipo:
«El equipo andaba flojo. Tres puntos en cinco partidos. Era necesario acumular puntos y oxígeno. Lo primero fue tratar de fortalecer la defensa, evitar goles, para luego ocuparme de la ofensiva. La defensa tampoco debía ser un frontón, sino que insistí en darles flexibilidad procurando gestar un ataque desde el mismo momento del quite«; Surgían también los delanteros en funciones extrañas para el público: «Una tarde contra Boca lo puse a Carlos Cabrera a jugar con la camiseta número 11, un 11 mentiroso, porque su función era seguirlo a Rattín por toda la cancha. Para la época, esa decisión táctica resultó toda una innovación y fue muy comentada por el periodismo«.
Lorenzo dirigió la Selección Argentina en las Copas del Mundo de Chile 1962 e Inglaterra 1966. Lo hizo con mucha polémica y poca fortuna. Todavía no será el centro del éxito. Parlanchín y presumido – como su admirado Herrera – Lorenzo, en los sesenta, no armó un equipo que lo distinguiera. No sólo como un estudioso del fútbol, si no como entrenador exitoso.
Huevo Zubeldía nació en Junín, y al igual que Lorenzo, era delantero. Surgió en Vélez, pasó por Boca Juniors, Atlanta y Banfield. Estudioso profundo del juego y su reglamentación. Comenzó su carrera de entrenador en forma curiosa: jugaba los sábados para Banfield en Primera B y los domingos se ponía el buzo de entrenador bohemio. Año 1960. Al año siguiente, con dedicación completa a la conducción de Atlanta, comenzó a experimentar sus proyectos. La prensa bautizó su arsenal como Laboratorio.
Zubeldía entendía que el futbolista desconocía el reglamento. Por otra parte, daba ventajas al no trabajar adecuadamente los partidos. En su primera experiencia tuvo como socio principal al profesor Adolfo Mogilevsky. ¿Pero que era el laboratorio? Un trabajo inédito: entrenamiento doble turno y jugadas preparadas hasta el hartazgo, incluida una que parecía tomada de un libro de ciencia ficción: córners a pierna cambiada al primer palo. Aquel Atlanta 1961 sorprendió a propios y extraños con dos características tácticas: el regreso del wing ventilador y el off-side como sistema.
Alberto Mario González fue un wing izquierdo de 19 años cuando lo moldeó Zubeldía. Lo sacó de la raya y lo obligó a colaborar con sus compañeros, no sólo en el armado de juego, sino también en los relevos. Fue toda una revelación, pero lo mismo había hecho Félix Loustau veinte años atrás. En tiempos de cambios, lo de Gonzalito fue un hallazgo partiendo de una base: el histórico fútbol argentino era parte de un pasado inservible. Otra sorpresa introducida por Zubeldía fue la implementación sistemática del off-side como sistema defensivo. Junto a Argentino Geronazzo – otro estudioso – analizaron el trabajo de diversos equipos europeos, sobre todo el Anderlecht belga, que un partido de Copa de Campeones de Europa, su defensa dejó una docena de veces adelantado a Alfredo Di Stéfano. Las tribunas desaprobaban la maniobra. Nació un mote que generó época: anti-fútbol.
Zubeldía recordó de su paso por Villa Crespo:
“En Atlanta comencé a trabajar con pelota parada y tomaba para aquellas jugadas a Carlos Griguol, Luis Artime y Gonzalito. Me decían que estaba loco, pero yo había visto en Europa que esto era común. Pero mis convicciones me llevaron a seguir con lo mío”; sobre la jugada del off-side, explicó: “La jugada de offside nació por una explicación de un colaborador. La ponían en práctica los checoslovacos y decidí mirar varios videos para analizarla. Cuando la asimilé, se las conté a los jugadores. Les pregunté si se animaban a practicar y la mayoría dijo: ‘Si la hacen los checoslovacos, nosotros también podemos’. La primera vez que pusimos en práctica el offside fue de noche, y en cancha de Atlanta. La habíamos trabajado mucho. Debían salir primero los marcadores de punta, ya que si lo hacían los centrales y alguno quedaba pegado, era gol seguro».
Aquel equipo bohemio pasó a la historia como el Atlanta de los Claveles. Sabiendo que su estilo no gustaba, los futbolistas arrojaban claveles a las plateas antes de comenzar los partidos. Ni así los perdonaban. Los cambios introducidos eran intragables para muchos hinchas. Uno de ellos fue salir al campo de juego con numeración cambiada. Pero aquel equipo tenía grandes jugadores, ya que sin ellos es imposible llevar adelante cualquier sistema táctico. Aquel Atlanta tenía a Luis Artime, Carlos Timoteo Griguol, José Luis Luna, Juan Carlos Puntorero, Alberto González y un juvenil Hugo Orlando Gatti. Otro de los puntos que generó tirria fue ver un equipo chico superando a los grandes con un fútbol alejado de lo tradicional. En 1961, Atlanta terminó cuarto, con 49 goles a favor y 34 en contra. Boca Juniors, en 1964, dirigido por José D´Amico – un preparador físico devenido a entrenador que durante años presidió la Escuela Argentina de Técnicos – fue campeón con 35 goles a favor y 15 en contra. Pero el anti-futbol era Atlanta. Zubeldía dejó Atlanta en 1963, pero pronto volverá al centro de la escena con su obra maestra.
RACING VS ESTUDIANTES. UNA ANTINOMIA FRATRICIDA
Pero el debate táctico sumó un nuevo actor en 1966. Racing Club cambió el fútbol argentino. El Racing de José fue un equipo de excepción. Aquel equipo, armado casi de casualidad por Juan José Pizzuti, anticipó fútbol-total que explotará a nivel mundial con la Naranja Mecánica holandesa.
¿Que tuvo aquel Racing de novedoso? Todos atacaban y defendían. Un equipo sin wines, una rareza para la época. Ni Jaime Martinoli, mucho menos Humberto Maschio, podían considerarse wines. Juan Carlos Rulli, delantero en sus comienzos, era el jugador más esforzado en la recuperación del balón. Por su parte, los del fondo iban al ataque siempre. La fuerza aérea de la Academia: Rubén Díaz y Alfio Basile cabeceaban en campo rival. Jaime Martinoli y Oscar Martín tiraban centros milimétricos. Todos corrían, todos jugaban.
En un comienzo, el vértigo propuesto por Pizzuti era incomprensible para muchos periodistas. Así lo expresó el siempre lúcido Julio César Pasquato, Juvenal, en marzo de 1966:
“respeto las ideas futbolísticas de Pizzuti, pero jugar sin punteros es muy peligroso porque el ataque que no tiene salida hacia los laterales se estrangula en un frente cada vez más apretado. Si Racing hubiera contado con medio wing hubiera sido ganador seguro”; Agregó: “Parenti no está en la punta. Cuando está no desborda y cuando está se tira atrás y no tiene velocidad de creación que exige el fútbol de hoy para explotar el arranque de una punta desguarecida. Como hacía Corbatta con Mansilla y Manfredini”.
Por su parte, Juan José Pizzuti reflexionaba: “Racing es un equipo sin estrellas. Todos ponen el hombro y no se descansa en ningún salvador. Tenemos buena defensa y con Maschio solucionaremos el problema de creación. En Racing no hay misterio. Todo es cuestión de trabajo, de voluntad y de muchas ganas de hacer las cosas”.
Pasado medio siglo es llamativa la incomprensión generada en un comienzo por aquel equipo. Similar a la generada por el Atlanta de los Claveles. La diferencia fue la inmensa grandeza de Racing y su poderoso invicto que llegó a 39 encuentros. Osvaldo Ardizzone intentó descifrar las claves de aquel equipo que ganaba en todas las canchas, donde todos corrían, pero no era preciosista:
“Todo el mundo pretende descifrar a este Racing puntero es algo que no llega a convencer plenamente. Que no entra dentro de la órbita del gran fútbol pero deja entrever que detrás de todo eso vive un sentido de equipo. No hay jerarquía pero hay trabajo. No hay nada brillante, pero hay estructura. No hay grandes figuras, pero cada hombre sabe cual es su obligación en el campo”; y agregó: «¿Cómo que no era un gran equipo? ¿No jugaba un gran futbol? “¿Que hombre se queda parado en este Racing? nadie. Y en esa movilidad, incluso, participan los delanteros. No solo en la proyección ofensiva. Quizá en mayor grado en la defensa. Ningún hombre que pierda la pelota permanece contemplando como se la llevan. Todo el mundo hostiga. Corre. Persigue. Todo el mundo se cruza a tapar, a cubrir espaldas, a defender zonas vacías. Para conseguir todo eso es necesario ritmo. Ritmo constante».
Pizzuti revalorizó el rol del Lanzador, como lo había hecho José Manuel Moreno en su regreso a River en 1946. Humberto Maschio, 34 años, camiseta número 11, ocupó ese rol. Sus cambios de frente y pases en profundidad quebraba defensas rivales. Esa fue otra marca de aquel equipo académico. Como ejemplo, los dos goles en la primera final de la Copa Interncontinental 1967 ante Celtic Glasgow: pelotazo de treinta metros de Maschio a la cabeza Norberto Raffo para el empate; luego, la habilitación del propio Raffo a Juan Carlos Cárdenas para el segundo gol. Un equipo no era sólo vértigo.
Si aquel Racing supuestamente no era un gran equipo ni jugaba un gran fútbol (Ardizzone, dixit), ¿Cual era el parámetro en el cual nuestro fútbol se apoyaba para catalogar el buen o mal fútbol? Pizzuti puso en marcha una revolución que no fue sustentada por un orden posicional o notable jerarquía técnica. Esa revolución partía de un 4-3-3 con dinámica permanente, pero esa vorágine era sostenida por el sudor y sacrificio de sus hombres. Luego de una victoria ante Quilmes en Avellaneda, El Gráfico publicó:
“En épocas donde todo el mundo juega 4-3-3, Racing produce una variante dinámica de ese esquema que en la mayoría es respetado con escrupulosa rigidez. Cuando lo atacan, Racing hace 8-2 (ocho atrás, porque Cárdenas y Yaya aprendieron a bajar y colaborar con los defensores), listos para picar y con el dedo en el gatillo. Cuando ataca hace 1-9. Perfumo en el fondo y todo el resto del equipo a la carga”.
Racing fue campeón argentino 1966, de la Copa Libertadores 1967 y tuvo el honor de ser el primer equipo argentino en lograr la Copa Intercontinental. No fue un equipo de virtuosos, pero tuvo en claro su objetivo. Aquel Racing puso punto final a cierto lirismo de nuestro fútbol. Luego de una victoria, en Crónica se leyó un enfoque que dio cuenta del cambio de época:
“Racing está tomando el concepto de empresa. Cuya producción fundamental son los resultados. No pidamos que deleite con jugadas de habilidad. No pidamos plástica en sus movimientos. Ni que un sólo jugador resuelva el partido. Todo lo contrario. Es un ente que juega en conjunto. Todos para todos y uno para todos. Su trayectoria resulta excepcional si tenemos en cuenta la inconstancia de nuestros equipos. Racing es constante. Es un club que se aboca seriamente a una concepción moderna del fútbol: producir resultados y mantener conforme a su hinchada. Futbol mirado desde el punto de vista de lo que hoy mueve hasta lo más mínimo: el signo pesos”.
Pero en La Plata nacía un equipo que le haría sombra a Racing. Será su antagonista por excelencia. No sólo dentro del campo de juego, sino también en el sabor popular. Será un equipo tan exitoso como odiado. Seguramente, el más odiado en la historia de nuestro fútbol. Estamos hablando de Estudiantes de La Plata 1967/71.
Osvaldo Zubeldía asumió la conducción de Estudiantes el 13 de enero de 1965. Los platenses habían acariciado el descenso en los años anteriores. En 1 y 57, Zubeldía perfeccionó su trabajo iniciado en Atlanta. Cinceló el equipo que quería. Subió una docena de juveniles de la Tercera División campeona: Alberto Poletti, Eduardo Flores, Eduardo Luján Manera, Oscar Malbernat, Carlos Pachamé, Hugo Medina y Juan Miguel Echecopar, entre otros. Zubeldía se quedó con un juvenil muy castigado por la tribuna pero con pasta de crack: Juan Ramón Verón; y pidió dos laburantes del ascenso: Carlos Salvador Bilardo y Hugo Spadaro.
En aquel 1965, el Zorro juninense escribió su libro: Táctica y Estrategia en el Fútbol. Un compendio de canchas y movimientos tácticos en el cual colaboró Argentino Geronazzo. En este libro plasmaron conceptos que pronto se verán en sus canchas: en tiempos donde el 4-2-4 brasileño se llevaba todos los aplausos, Zubeldía escribió: «No nos convence el desdén brasileño por el medio campo«. En una entrevista a la revista Primera Plana, Zubeldía explicaba: “si bien pretendemos que el libro sea una ayuda para el técnico, nuestra mayor aspiración es que lo lean con avidez tanto los jugadores como los hinchas: penetrar en los fundamentos tácticos es la única manera de hacer que el fútbol argentino vuelva a figurar entre los mejores del mundo”.
Zubeldía le entró al plantel con ejemplos. En un frío amanecer de 1966, todo el plantel fue citado en el hall central de Plaza Constitución. El entrenador obligó a sus jugadores a observar a las personas con la obligación de estar en silencio. Luego de dos horas reunió a sus futbolistas y les dijo: “Querían que vieran esto. Gente que debe trabajar mucho y seguro ganan poco. A veces hacen cosas que no les agrada y ustedes juegan por placer y además ganan dinero. Si hacen caso, son buenos profesionales, serán famosos”.
Aquel equipo pincharrata se compenetró con el éxito hasta las últimas consecuencias. El único objetivo era ganar. Un equipo criminalmente combativo. A Zubeldía no lo acompañó el profesor Mohilevsky y fue el turno de Jorge Kistenmacher. Pretemporada ganando fuerza en los médanos de Necochea. Concentración y trabajo triple turno en el country de City Bell. Allí trabajaron hasta el hartazgo pelota parada y el off side con la cual desmoralizaban al rival. Zubeldía obligó a estudiar el reglamento como ningún otro equipo lo había hecho. Así llegaron al ansiado éxito: campeón Metropolitano 1967. El primer no-grande en consagrarse luego del cisma de 1931. Aquel equipo partía de un 2-2-2-2-2 diseñado por Zubeldía y Geronazzo. La clave era ganar, si o si, el mediocampo. El talentoso Raúl Madero pasó a la cueva junto al durísimo Aguirre Suárez. Mas adelante, Carlos Bilardo y Carlos Pachamé trajinaban y destruían. Néstor Togneri – desde 1968 – se encargaba de la marca personal si era necesario. Marcos Conigliaro, Felipe Ribaudo y Juan Ramón Verón, los goleadores.
La comunión entre cuerpo técnico y jugadores fue total. El Zorro decía: «Una táctica, para que funcione, tiene que ser el diálogo entre los dos». Con los años, Alberto Poletti recordó: «Todo se discutía en el vestuario, pero la última palabra la tenía Osvaldo«. Cacho Malbernat, capitán de aquel equipo, declaró: «Zubeldía acabó con el lirismo y los entrenadores que sólo decían triangule«; y agregó: «Los que criticaron a aquel Estudiantes eran los que durante la semana hacían un partidito entre reserva y primera y con eso pretendían armar un equipo«. Carlos Salvador Bilardo expresó: «Hay muchas formas de llegar al éxito y Zubeldía sabía todas«.
Estudiantes ganó las Copas Libertadores 1968-69-70. También la Intercontinental 1968. En Old Trafford el gol fue una especialidad de la casa: tiro libre desde la izquierda ejecutado por Madero y cabezazo de Juan Ramón Verón. A pesar del éxito mundial, su estilo no gustaba. Era criticado por la prensa y el propio mundo del fútbol. En 1969, Osvaldo Zubeldía declaró: “Acepto que Estudiantes tiene un estilo que no gusta. Reconozco que, cuando emplea la jugada del offside, el suyo es un juego destructivo que anula y desgasta a los adversarios. Pero no lo hace con un criterio solamente defensivo. Todo lo contrario. Frente a rivales que saben jugar o son peligrosos tirando centros, evitamos embotellarnos en la defensa. Salimos en bloque por dos motivos: para dejarlos en offside y para recuperar la pelota lejos de nuestro arco”; y agregó: «A mi me cargan porque trabajo con el pizarrón y gasto mucha tiza. Pero a mí ya no me engaña nadie. El fútbol, en todo el mundo, ha cambiado y algún día se van a acordar de lo que dije e hice. Ahora lo pasan a uno por arriba como aplanadoras. El fútbol de hoy se juega con esquemas que salen del Laboratorio»
«Estudiantes fue producto de un trabajo paciente y metódico, no el milagro de una temporada. De ese modo se pudo conseguir que un equipo de mitad de tabla pasara a tener la mentalidad ganadora, el espíritu de lucha y la conciencia colectiva que le caracterizó. Fue un equipo con mística. Estaban el grito, el temperamento y el mando de Pachamé, la reflexión, el análisis de Raul Madero, la fogosidad de Cacho Malbernat, la garra de Aguirre Suárez, todo el ingenio de la Bruja Verón y la astucia de Bilardo», declaró Zubeldía.
ANTIFUTBOL
Pero no todas fueron rosas. Sobre aquel equipo de Estudiantes sobrevoló la trampa. Un supuesto arsenal comprendido por alfileres, tierra en los ojos, gestos ampulosos al árbitro al tiempo que lo felicitaban a los gritos enardeciendo tribunas que no comprendían la situación. También utilizaban desgracias ajenas: Raúl Emilio Bernao y Agustín Mario Cejas padecieron las risas pincharratas ante la muerte de seres amados. Los partidos ante Racing por la semifinal de Copa Libertadores 1968 fueron emblemáticos. Estudiantes ganó 3 a 0 en La Plata en un encuentro atravesado por la violencia extrema. Roberto Perfumo fue expulsado luego de una patada descomunal a Carlos Bilardo. Minutos antes, el Narigón le recordó al Mariscal una cuestión íntima que conocía por su profesión de ginecólogo. Bajo un clima irrespirable, Valentín Suárez, interventor de AFA en tiempos de Juan Carlos Onganía, llamó a capitanes, técnicos y presidentes al vestuario. Allí les dijo:»Si se siguen pegando, retiro a los dos equipos de la Copa«. Fue necesario un tercer partido, con ventaja deportiva albirroja. Igualaron 1 a 1 en el Monumental. Estudiantes finalista de la Libertadores, pero cuatro futbolistas terminaron presos en Villa Devoto: Nelson Chabay – sustituto de Perfumo – y Alfio Basile, por Racing; Néstor Togneri y Ramón Aguirre Suárez, por Estudiantes. Quedaron en libertad días más tarde.
Dante Panzeri fue el periodista más crítico con aquel Estudiantes de La Plata. En aquellos días expresó: «Estudiantes es la representación de la violencia para el lucro implicada al fútbol». Zubeldía le respondió con dureza: “Hay un señor que escribe en una revista que dice que nosotros somos previsibles, aburridos y los promotores del asesinato del juego. A él le comento que seremos previsibles pero nadie nos gana, seremos aburridos pero llenamos la cancha y seremos asesinos pero gracias a nosotros el fútbol argentino está más vivo que nunca”. La pregunta que se hacía el fútbol era: ¿Se puede hacer cualquier cosa por el triunfo?
Pero la noche más bochornosa se vivió el 22 de octubre de 1969. Una jornada negra para el fútbol argentino. Aquella noche se disputó en la Bombonera la revancha de la Final Intercontinental ante Milan. El equipo de Zubeldía mostró su peor cara. Un concierto de golpes, agresiones, insultos y escupitajos. Para colmo, dos agresiones arteras. Primero, el tucumano Ramón Aguirre Suárez desfiguró a Néstor Combín. Luego, Alberto Poletti golpeó en el piso con una patada a Gianni Rivera. Fue tan grande el escándalo que el dictador Juan Carlos Onganía pidió la detención de los agresores, quienes pasaron casi un mes en el penal de Devoto.
¿Cual fue la responsabilidad de Zubeldía en todas las artimañas y agresiones que llevó adelante su equipo? En su trayectoria de 22 años como entrenador, ningún otro equipo dirigido por el juninense tuvo el comportamiento de aquel Estudiantes. Años más tarde, en una entrevista realizada por El Gráfico, el doctor Raúl Madero aseguró la inocencia de Zubeldía: «Nunca nos pidió que usáramos alfileres. El único que tomaba esa ventaja en ese aspecto era Bilardo. Un día, Zubeldía nos reunió para felicitarnos. Nos dijo: Estamos teniendo éxitos extraordinarios con las jugadas de pelota parada. Salta Bilardo y dice: ¿Y a mí no me dice nada que toco todos los genitales de los rivales que forman las barreras?»; y agregó: «Zubeldía tampoco nos pidió que habláramos a los rivales«. Finalmente, el doctor de la Selección campeona del mundo en México 1986 analizó sobre el Anti-fútbol: «fue una parte de Bilardo y otra porque los cinco grandes no nos podían ganar. Decían que no se podía jugar contra nosotros y se ponían fastidiosos. ¿Y qué querían? ¿Que los dejáramos jugar? Después se volvieron locos con la ley del off-side».
A pesar de las diferencias, el paso del tiempo le brindó una dimensión histórica a los hechos. El autor de este artículo tuvo la oportunidad de charlar con Juan José Pizzuti en el año 2006. Consultarlo sobre aquellos días y la confrontación Racing-Estudiantes. En un momento, el autor del equipo de José me paró en seco y me dijo: «Joven, entienda algo: aquel Estudiantes era un gran equipo«.
FUTBOL DE AUTOR
Racing y Estudiantes cambiaron la forma de pensar nuestro fútbol. Fue tan evidente la mano del entrenador que los jugadores pasaron a un segundo plano en la consideración general. La táctica por sobre el libre albedrío. Nacía el fútbol de autor. Imposible de imaginar años atrás. Como si La Máquina riverplatense hubiera sido, en el imaginario popular, el River de Cesarini.
Pero al Racing de José y el Estudiantes de Zubeldía le aparecieron otros equipos. Vale decir, memorables. Aquellos años fueron intensos. Porque salvo la Selección Argentina, que estaba a la buena de Dios, aparecían grandes equipos. Con filosofías y estilos contrapuestos. Tiempos de Velez Sarsfield y Chacarita Juniors campeón (con el Colorado Giúdice y Francisco Pizarro como entrenadores). Platense fue una sensación conducido por Ángel Labruna. Pero serán San Lorenzo y Boca Juniors quienes se llevarán las palmas.
Elba de Padua Lima tuvo en vida el apodo de Tim. Llegó a San Lorenzo a mediados de 1967 y tardó medio año en armar un equipo que conjugara orden, potencia y elegancia. Eran Los Matadores. San Lorenzo se consagró campeón invicto del Metropolitano 1968. Tuvo el ataque más goleador y la defensa menos vencida. En esa campaña histórica goleó 3 a 0 al Racing de José y venció 2 a 1 al Estudiantes de Zubeldía en la final del torneo.
El brasileño Tim fue la antítesis de Zubeldía. Calmo hasta el extremo. Le daba libertades a sus futbolistas. Solía dar charlas técnicas con chapitas y botones desperdigados en el piso. Una tarde, sin que el técnico se diera cuenta, el Bambino Veira movió las chapitas. El brasileño, confundido, miró sin comprender la canchita de botones y chapitas que tenía a sus pies. Otro técnico hubiera hecho un escándalo. Tim se rió y le dijo a sus jugadores: jueguen como saben.
Pero aquel San Lorenzo no era el libre albedrío. En aquellos días de gloria, Tim declaraba a El Gráfico: «No quiero gente parada ni en posiciones fijas. Hay que provocar espacios para que sean ocupados por otros compañeros. Si todos cambian posiciones, si llega cualquiera, si todos pueden ser delanteros, si todos pueden ser defensores, entonces ahí tendremos un equipo«. El defensor Antonio Rosl recordó la personalidad de Tim que inmortalizó la frase «El fútbol es una manta corta: si te tapás los pies te descubrís la cabeza; y si te tapás la cabeza, te descubrís los pies«:
«Tim no necesitaba de grandes discursos para hacerse entender. En el entretiempo nos daba tres o cuatro indicaciones precisas y era suficiente para cambiar un partido. Un fenómeno como técnico y un tipo con grandes condiciones humanas. Fuimos los primeros que concentramos en el centro, en un hotel de Lavalle y Esmeralda, y comíamos menú a la carta en un restaurant de primer nivel».
El Toti Veglio a El Gráfico: «Tim era un brasilero que dentro de lo táctico te daba una gran la libertad para crear. Es decir: dentro de un orden, podías improvisar, y con la categoría de jugadores que había… Ese de los Matadores del 68 era un equipazo, ofensivo totalmente. A veces pienso: ¿con quién defendíamos? Albrecht era 6 pero se metía al mediocampo, el Sapo Villar arrancaba de 4 pero iba para arriba todos los tiros; en el medio Rendo, Telch y Cocco, de los cuales sólo Telch marcaba un poco. Le decíamos La Araña, porque cortaba todo. Y arriba era Pedro González, Fischer y yo. Pedro metió 10 goles, yo 12 y Fischer 14, una cosa así».
Por su parte, el Boca campeón del Nacional 69 fue una ráfaga de fútbol y orden táctico. El Boca de Di Stéfano. Luego de quince años en Europa, donde se consagró como uno de los futbolístas más completos de todos los tiempos, Di regresó al país como entrenador. Boca Juniors lo contrató en febrero de 1969 y conformó uno de los equipos más lujosos en la historia del club ribereño.
Di Stéfano armó una disposición singular: cuatro defensas y seis delanteros. La mediacancha la repartían dos delanteros: Muñeco Madurga y Orlando Medina. En el ataque: Mané Ponce, Nicolás Novello, Ángel Clemente Rojas y Chango Peña. Los cuatro defensores tenían una orden inquebrantable: no regalar un milímetro. Ellos eran Rubén Suñé, Julio Meléndez, Roberto Rogel y Silvio Marzolini. Di Stéfano les repetía una y otra vez: «Nada de irse al ataque. Para eso están los delanteros. A los patriotas los quiero cuando pateamos un corner y para ir a cabecear, no para mirar como cabecean otros».
Aquel equipo xeneize modelo 69 combinó lujo y entrega. Tuvo en Alfredo Di Stéfano un conductor severo que escuchó al plantel. Una semana antes de comenzar el Nacional, el entrenador colgó a Rojitas por indisciplinado. En la primera fecha, Boca recibía a Los Matadores de San Lorenzo. Di Stéfano tenía en mente el debut del juvenil Luis Carregado. “Si perdemos el partido, prendo fuego a este chico”, dijo Di Stéfano. Entonces convocó a Novello, Madurga y Orlando Medina y les dijo: “¿Qué hago?”. “Alfredo, decida usted”, le respondieron. Finalmente, el entrenador dijo delante de todo el plantel que jugaba Rojitas. Lo miró al crack y le dijo: “Vas a jugar, pero si me hacés la jarrita – manos en la cintura – y no me bajas a la mitad de cancha, te saco y no jugás más”. Rojitas en ese campeonato tuvo asistencia perfecta y fue uno de los goleadores junto a Madurga”.
LOS SETENTA: FUTBOL ARTE Vs. FUTBOL LABORATORIO
La década del setenta se inició con una disyuntiva platenada por los estilos triunfantes de la década anterior. Por un lado, quienes apostaban al fútbol-arte; del otro, los cultores del fútbol-laboratorio. El debate se profundizo cuando Brasil se consagró campeón del Mundo 1970. En la previa del Mundial, Mario Lobo Zagallo tenía cinco números 10 de excelente calidad. ¿A quién ponía? Ideó un curioso 3-2-5: una línea de cuatro en el fondo, del cual se desenganchaba permanentemente Wilson Piazza, que apoyaba al volante central Clodoaldo. Arriba, cinco delanteros: Pelé, Gerson, Rivelino, Tostao y Jairzinho. Cuando Brasil perdía la pelota, Rivelino y Gerson tenían obligaciones en la recuperación. Un equipo ordenado táctiamente que imponía su inmensa calidad técnica. Pocas veces se vio un equipo tan lujoso y efectivo.
Aquel Brasil abrió ojos: se podía volver a jugar al estilo histórico del fútbol argentino. ¿O aquellos cinco cracks brasileños no hacían recordar la delantera del Sudamericano de Guayaquil 1947 o los Carasucias de Lima 1957? Pero la grieta existía y Osvaldo Zubeldía – abanderado del Laboratorio – la ahondó cuando exclamó que el Brasil de los librepensadores no debía consagrarse campeón:
“Cuando dije que prefería ver campeones del mundo a Inglaterra o Alemania en lugar de al Brasil 1970 fue porque veía en esos dos equipos el ejemplo de disciplina, de trabajo en equipo, de ritmo, de funcionamiento. Pensé que el triunfo de Brasil iba a ser perjudicial como ejemplo, porque sería el premio a la indisciplina, a la falta de trabajo, al fútbol sin organización. Yo creo en el trabajo, pero sin materia prima, sin el valor humano, el trabajo tiene un alcance limitado. Mi temor era que el triunfo del jugador de calidad, de inspiración, de genialidad, se impusiera por encima de los sistemas, la preparación y el laboratorio”.
1972 será un año muy importante en el fútbol argentino. Dos entrenadores estarán en el centro de la escena con dos proyectos tan antagónicos como exitosos. Eran Juan Carlos Lorenzo y César Luis Menotti.
Lorenzo regresó al país en marzo de 1972 luego de dirigir por años en Italia. El Toto tenía fama pero no titulos. Se sentía el discípulo aventajado de Helenio Herrera, pero sus declaraciones eran más famosas que sus equipos. Pero San Lorenzo se consagró bicampeón 1972. El hombre que decía a los hinchas que reclamaban chiches, que fueran a la juguetería, había conseguido los títulos que le faltaban.
El commendatore paró un 4-4-2 con variantes: Agustín Irusta; Hueso Glaría, Ricardo Rezza, Cacho Heredia y Antonio Rosl; Roberto Espósito, Roberto Telch, Victorio Cocco y Enrique Chazarreta; Rubén Ayala y Héctor Scotta. La clave estuvo en el orden táctico y la actitud física del equipo, trabajado por el profesor Jorge Castelli. Una innovación táctica de aquel equipo fue el cambio de estrategia defensiva según el rival. Según el partido, Lorenzo armaba una defensa diferente.
En su biografía, escrita por el periodista Alfredo Di Salvo, Lorenzo recordó su llegada a San Lorenzo:
«Venía de Europa con una concepción diferente. Mi objetivo era imponer a la técnica tradicional argentina el fútbol físico que me había inculcado Helenio Herrera. Tenía que sacar una ventaja en ese aspecto, y una de las cosas que decidí fue el entrenamiento en doble turno. Toda una innovación. ¡Ese fue uno de los secretos de ese equipo!».
El trabajo de Lorenzo fue criticado por hinchas y periodistas alineados por la escuela libre-pensadora. El Toto recordó a Di Salvo: «Decían que mi sistema no era de un fútbol brillante. Pero, ¿Que había que hacer para jugar un fútbol brillante? Cuando se cumplió la vigésima octava fecha llevábamos diez puntos de ventaja. Le hicimos 4 a 0 a River en el Monumental; otros cuatro a Rosario Central; 3 a 0 a Boca en la Bombonera; 4 a 0 a Gimnasia. ¿Me quieren decir de qué fútbol brillante hablaban? ¡Dejense de joder! San Lorenzo fue un verdadero ciclón. Arrasaba todo y practicaba un fútbol moderno y muy efectivo para aquella época«.
Mientras el fútbol pragmático de Lorenzo triunfaba en Boedo, Huracán contrató a un joven entrenador rosarino. Cesar Luis Menotti había mostrado su talento con las camisetas de Rosario Central, Racing Club y Boca Juniors, antes de viajar hacia Estados Unidos y completar su carrera en Brasil, donde fue compañero de Pelé en Santos. Alto, de excelente pegada y desplazamientos lentos, Menotti tenía en sus venas la vieja escuela rosarina: corre la pelota, no el jugador. Cuentan que una tarde de 1966, luego de una serie de derrotas, Boca caía en cancha de Banfield. A pesar del resultado, la parsimonia de Menotti era inalterable. Rattín, capitán del equipo y abanderado del esfuerzo, se acercó al Flaco y le exigió sacrificio. El rosarino lo paró en seco y le respondió: «Lo único que falta, que yo tenga que bajar a correr. Corré vos». Toda una definición de principios.
Su primer paso como entrenador fue en Newells, año 1970, acompañando al Gitano Juárez. En 1972 le llegó la oportunidad de dirigir Huracán. Para el verano de 1973, Menotti tenía armado su equipo. Ya no estaba Daniel Willington ni el Pío Cabral. Llegó a Parque de los Patricios un cacho de potrero en frasco chico, como René Houseman. Al Coco Basile se le sumó otro campeón del mundo con José: Nelson Pedro Chabay. También llegó un lateral tan pequeño como rendidor: Jorge Carrascosa. Profundamente influenciado por Brasil 1970, Menotti armó un equipo que parecía desequilibrado, con sólo Fatiga Russo como mediocampista de recuperación. Basile y Buglione se alternaban para tomar el medio. Arriba, al igual que Zagallo, cinco hombres de notable técnica individual: René Houseman, Miguel Angel Brindisi, Roque Avallay, Carlos Babington y Omar Larrosa.
Aquel Huracán llenó de futbol las canchas argentinas. Menotti no era un táctico, si un brillante estratega, con la enorme virtud de transmitir su convicción a los futbolistas. Por eso sus equipos salían convencidos de su mensaje al campo de juego. Aquel Huracán 1973 causó tanta impresión que fue ovacionado por sus rivales, como sucedió un lunes en Arroyito luego que el Globo goleara 5 a 0 a Rosario Central. El éxito de su equipo le permitió a César Luis Menotti hacerse cargo de la historia de nuestro fútbol y declaró: «Siempre voy a luchar para que todos mis equipos jueguen este fútbol. Estoy convencido que todos los equipos argentinos están preparados para un fútbol que de espectáculo, limpio y alegre, como juega Huracán«.
Este tipo de declaraciones generaron urticaria entre quienes abrazaban la táctica y el laboratorio. En aquel 1973, Osvaldo Zubeldía declaró a la revista Goles: «Todos los jugadores deben adaptarse a las necesidades tácticas y estratégicas del equipo. Es ridículo, intolerable que alguien se cruce cómodamente de brazos y le diga al director técnico: Maestro, eso que me indico no lo puedo bancar. Yo estoy para otra cosa, siento otra cosa. No voy a exigirle a un exquisito que se mate en marcar, en destruir, pero si que obstruya, que moleste un poco. Si es un sacrificio demasiado riguroso, que se gane la vida como mejor le parezca, menos en el fútbol».
Pero lo inadmisible para los cultores de la línea Zubeldía-Lorenzo era la idea menottista de desdramatizar el fútbol. Si el Zorro juninense había declarado: «Lo importante es competir es una frase hecha para los otarios y creada por los perdedores«, Menotti decía: «Esto no es una guerra. No nos estamos jugando la vida. Queremos ser campeones pero con honestidad, respetando nuestras convicciones»; y agregó: «Los jugadores hacen a los sistemas. Sin ellos, no hay sistema«. Cartón lleno. La guerra estaba declarada.
Luego de la Copa del Mundo de Alemania Federal 1974 – donde nuestro seleccionado fue conducido por un curioso triunvirato liderado por Vladislao Cap – la conducción de AFA le ofreció a Menotti la conducción del equipo. El Flaco fue tajante en la negociación: «O la Selección argentina es prioridad nacional en nuestro fútbol, o no firmo el contrato«. Finalmente, Menotti tomó la Selección para llevar adelante su proyecto futbolístico adelante de cara a la Copa del Mundo Argentina 1978.
Tiempos de tres equipos que hicieron historia. Uno era Independiente. Dueño de un magnífico ciclo histórico: cuatro veces consecutivas campeón de América. Entre 1972 y 1975, los Diablos Rojos cimentaron para siempre su fama copera. Un ejemplo de jugadores que pusieron por delante sus condiciones y temperamento por sobre la táctica. Pedro Dellacha, Roberto Ferreiro y Humberto Maschio dirigieron a un Independiente que impuso dentro del campo de juego su fútbol con nombres propios de gran personalidad: José Omar Pastoriza, Pepé Santoro, Elvio Pavoni, Daniel Bertoni y la genialidad de Ricardo Enrique Bochini.
Por su parte, River Plate se consagró campeón en 1975 luego de diecisiete largos años. Ángel Amadeo Labruna, quién había sido campeón con Rosario Central en 1971, armó un equipo utilitario y talentoso alrededor de un mediocampo de oro: Juan José López-Reinaldo Merlo-Norberto Alonso. El negro tenía un ida y vuelta, clase y una gran pegada; Mostaza recuperaba y tocaba para el talento sin par del Beto. Pero ese engranaje se solventaba en un trío defensivo notable: Ubaldo Fillol en su mejor momento y una pareja de centrales insuperable: Roberto Perfumo y Daniel Passarella. Arriba, los piques electrizantes de Pinino Más y Pedro González habilitaban a Carlos Morete. Un 4-3-3 sencillo y efectivo. Cuando Morete y Pinino no estuvieron, Labruna mostró todo su pragmatismo. Recordando sus tiempos con Félix Loustau, puso al incansable Emilio Nicolás Commisso como wing ventilador, ahora llamado cuarto volante. Con ese esquema, River mantuvo una notable supremacía entre 1979 y 1980.
Pero Talleres de Córdoba fue el gran fenómeno de mediados de los setenta. Un equipo que estremeció con su fútbol de lujo. Desde el Nacional 1974, la T mostró una constelación de estrellas de inmensa calidad: Luis Galván, Luis Ludueña y José Daniel Valencia, entre otros. Aquel equipo tuvo como primer orientador a Angel Labruna. Luego fue conducido por Adolfo Pedernera y Rubén Bravo, quién falleció durante una gira por Centroamérica. Luego fue el turno de Roberto Marcos Saporiti, ayudante de campo de Menotti en la Selección. Aquel equipo no se consagró campeón cuando tuvo todo para hacerlo en el Nacional 1977. Su lirismo extremo puede ser motivo de discusión, pero sin dudas fue un equipo que marcó una época de buen fútbol sin drama ni laboratorio.
MENOTTI Vs. LORENZO. CLASICO NUMERO UNO
Promediando la década, la pulseada de estilos pareció definirse hacia el lado de los cultores de un estilo al cual denominaron histórico. El mismo, basado en experiencias anteriores a Suecia 1958, brindó confianza al futbolista para la creación por sobre la destrucción. La figura de César Luis Menotti en la Selección fue muy fuerte. Una de sus primeras medidas fue ordenar y jerarquizar la Selección. Le brindó real dimensión a cracks fuera de la órbita porteña. Fue así que Luis Galván, Mario Kempes, Osvaldo Ardiles y José Valencia fueron titulares del equipo nacional. El equipo jugaba con un esquema claro, con jugadores convencidos de una idea conceptual del juego. Para Menotti, la táctica era programática. Según sus propias palabras: «Uno puede elaborar una táctica para un partido, pero aparece algo imprevisto y a la mierda la táctica. Un entrenador genera una idea, luego tiene que convencer de que esa idea es la que lo va a acompañar a buscar la eficacia, después tiene que encontrar en el jugador el compromiso de que cuando venga la adversidad no traicionemos la idea. Son tres premisas que tiene un entrenador». Pero Menotti no descuidó el trabajo físico: aquella Selección pudo mantener ritmo físico por el gran trabajo del profesor Ricardo Pizzarotti.
«Se puede perder un partido, pero lo que no se puede perder es la dignidad de jugar bien al fútbol«, decía el Flaco de Fisherton en aquellos días. Pero en enero de 1976, Juan Carlos Lorenzo tomó la dirección técnica de Boca Juniors. Reemplazó a Rogelio Domínguez, quién había llevado al equipo por el sendero del juego lírico pero carente de resultados. Lorenzo armó un equipo utilitario donde no se regalaba nada. Según palabras del entrenador: «Boca salía a matar, pero sin exponerse al suicidio«.
Nació el mítico Boca de Lorenzo. Su 4-2-2-2 de dientes apretados se contrapuso al estilo elegante propuesto por River, Independiente, Talleres o Huracán. Los xeneizes tenían una máquina aceitada: el genial Hugo Gatti al arco; una línea de cuatro defensores durísima: Vicente Pernía, Francisco Sá, Roberto Mouzo y Conejo Tarantini; dos mediocampistas de contención: Rubén Suñé y Jorge Ribolzi, quién llegó desde Atlanta como jugador de clase; un volante con recorrido y clase como Jorge Benitez y un lanzador al estilo catenaccio, que podían ser Toti Veglio o Mario Zanabria. Arriba, dos delanteros rapidísimos: Heber Mastrángelo y Luis Darío Felman. Presión y contragolpe apoyado en una solidez defensiva monolítica. Este equipo se consagró campeón del Nacional 1976 y las Copas Libertadores 1977 y 1978, llegando a la final en 1979. La frutilla fue la Intercontinental 1977.
La rivalidad Lorenzo-Menotti fue fomentada por la prensa. Se armaron bandos. El Gráfico bancó a Menotti, mientras su competidora Goles tuvo a Lorenzo como columnista. El periodismo polemizó ferozmente sobre gustos e identidades. Una guerra que se profundizó con los años. En la previa del Mundial 1978, las tribunas tomaron partido. Los triunfos de Lorenzo se contraponían con ciertas dudas generadas por la Selección de Menotti. Muchos entendían que Toto era garantía de triunfo y vuelta olímpica en la Copa del Mundo. Tiempos en los cuales Lorenzo se movía a sus anchas: «Hay tres clases de directores técnicos: los que juegan para la tribuna, los que buscan resultados y con ellos los campeonatos y los que cuando la tribuna aprieta se olvidan de todo lo que piensan y hacen lo que pide la hinchada. Y en el fútbol la hinchada siempre decide. A los equipos que juegan lindo para la tribuna al final siempre les faltan veinte para el mango, les falta garra. Ahora, claro, los técnicos que trabajamos para ganar partidos y campeonatos tenemos mucha contra».
El lluvioso domingo 25 de junio de 1978, Argentina superó 3 a 1 a Holanda consagrándose por primera vez campeón mundial. El viejo fútbol argentino, el que ponía por delante la faz lúdica sobre la rigidez táctica, había triunfado. La charla técnica que le dio Menotti a sus dirigidos también quedó en la historia: «Finalmente, les pido una vez más como siempre, esto: que respeten sus convicciones. Nuestra obligación es hacer lo imposible por darle a la gente, a nuestra gente, un espectáculo inolvidable. Juéguense enteros a mano de lo que mejor saben hacer. Jueguen. Jueguen siempre. La lucha es un ingrediente más del fútbol. El que da batalla no debe olvidarse de jugar nunca. Siempre supimos qué camino tomar, qué queríamos. Hoy, más que nunca, tenemos que poner en práctica la idea que movió a este conjunto de hombres que somos nosotros. Que nos ganen, que muramos con nuestra verdad entre las manos. Ganemos, si se puede, de la misma manera».
Cesar Luis Menotti era el padre de la victoria más importante de nuestro fútbol. ¿Eso amilanó las aguas y determinó el cierre del debate? Para nada: lo ahondó. Pero será parte de una segunda parte de este informe. Porque la historia táctica del fútbol argentino es tan rica como apasionante.
Periodista y escritor. Autor de Héroes de Tiento y Héroes en Tiempos Infames. Conductor de Abrí la Cancha, por Radio Gráfica FM 89.3