Historias Mundialistas: El Maracanazo de 1950

1407

Pasaron 72 años de aquella última fecha del Mundial de 1950, cuando Uruguay venció a Brasil en el flamante estadio Maracaná. Repasemos esta legendaria hazaña, la más grande de la historia del fútbol de selecciones.

Por Martín Gorokovsky (*)

 

EL MUNDIAL DE POSGUERRA

La cuarta Copa del Mundo de la FIFA se organizó en Sudamérica y fue la primera disputada después del parate obligado que generó la Segunda Guerra Mundial. Como consecuencia no se habían jugado mundiales ni en 1942 ni en 1946. Después de dos mundiales con sede europea, Italia ’34 y Francia ’38, la fiesta del fútbol volvía a Sudamérica. Aparte del hecho de que el Viejo mundo se había quedado con la organización de la copa de 1938, cuando supuestamente correspondía jugarla en América, la devastación posterior a la contienda global no dejaba alternativas. Brasil presentó su candidatura en el Congreso de la FIFA de 1946 y resultó electo como sede del Mundial sin mayor oposición.

 

 

El de 1950 fue el último mundial atravesado por ausencias de última hora, como fueron los casos de Escocia, Francia y la India, selecciones que ya habían clasificado. La Argentina, por motivos que nuestro compañero Carlos Aira explica en esta nota, ni siquiera se inscribió para jugar la eliminatoria. Así, solo trece equipos participaron del torneo.

 

CAMINO A LA FINAL

Los mundiales de 1934 y 1938 se jugaron en formato de eliminación directa, arrancando desde octavos de final. En Brasil ’50 la ronda inicial de grupos llegó para quedarse, aunque las fases posteriores se modificarían con el paso de las décadas. Con el ‘handicap’ de tres selecciones retiradas, las zonas no pudieron tener la misma cantidad de equipos.

El Grupo 1, en el que jugaba Brasil, y el Grupo 2 fueron de cuatro equipos, mientras que el Grupo 3 fue de tres selecciones, y el Grupo 4 solo albergó a dos: Uruguay y Bolivia. Al final de la primera fase los ganadores de cada grupo jugarían entre sí un cuadrangular por el título.

Brasil y Uruguay no tuvieron mayores problemas para acceder a la ronda final. Los locales, confiados en que estaban ante un torneo que sí o sí ganarían, golearon en el debut a México por 4 a 0, empataron 2 a 2 con Suiza, y vencieron por 2 a 0 a Yugoslavia, vengando de paso la eliminación que los balcánicos les habían propinado en el mundial de 1930. Uruguay por su parte despachó con un rotundo 8 a 0 a los bolivianos. Junto a los sudamericanos, accedieron al cuadrangular Suecia, campeona olímpica en 1948, y España.

 

LA SEGUNDA RUEDA

Si bien Brasil había sido sorprendido por la defensa suiza, que logró sacarle un empate, y no apabulló a los yugoslavos, en la segunda fase el equipo se destapó. Goleó 7 a 1 a los suecos y 6 a 1 a los españoles. El delantero Ademir convirtió seis goles en los dos partidos, los cuales sumados a los tres de la primera fase lo consagrarían como el máximo artillero de la copa. Uruguay entre tanto debutó con un empate 2 a 2 frente a España, y venció por 3 a 2 a Suecia, victoria que se obtuvo faltando cinco minutos para el final del partido, y después de que los escandinavos estuvieran arriba del marcador durante buena parte del encuentro. De modo que en la última fecha solo Brasil y Uruguay tenían chances de salir campeón. El partido entre ellos sería de hecho una final, aunque a los locales les alcanzaba con empatar para dar la vuelta olímpica.

 

LA PREVIA

La localía y el buen rendimiento en los dos primeros partidos de la ronda final generaron un triunfalismo gigantesco entre los brasileños. Toda la prensa anticipaba el triunfo del scratch, e incluso la FIFA acuñó las medallas de campeón en portugués. Además, Brasil había mostrado credenciales de candidato en los partidos ante Suecia y España. Frente a este escenario, los dirigentes uruguayos y el propio entrenador, Juan López Fontana, les dijeron a los jugadores que con no pasar vergüenza en el partido final alcanzaba…

Aquí comienza la leyenda de Obdulio Varela, el Negro Jefe, capitán y símbolo de aquella selección celeste. Él le dijo a sus compañeros antes de que empezara el partido la frase que quedó en el bronce de la Historia: «Los de afuera son de palo, en la cancha somos once contra once». Pero además, Varela demostraría saber cómo sacar ventajas de maneras inesperadas. Por ejemplo, decidió que su equipo saldría al mismo tiempo que los brasileños, para evitar ser abucheados por el estadio, cosa que pasaría si salían antes o después.

 

 

Por otra parte, vale destacar que, pese al contexto, Uruguay tenía un gran equipo, que no era solo esfuerzo y corazón. Aparte de Varela, integraban esa selección jugadores como el defensor Schubert Gambetta, o los delanteros Juan Schiaffino, Alcides Ghiggia, Julio Pérez, y Oscar Míguez. Ambos equipos se habían enfrentado tres veces antes del Mundial, en el marco de la Copa Río Branco, y si bien Brasil había ganado dos de tres partidos, ninguno había sido por un marcador mayor a un gol de diferencia. El arquero uruguayo, Roque Máspoli, recordaría con los años que el nivel de ambos equipos por aquel entonces era parejo, y que en cambio los orientales temían más a la Argentina que a Brasil, equipo que, sin desmedro de su ya extendida tradición futbolera, no era todavía la potencia a nivel de selecciones que es en la actualidad.

 

EL PARTIDO

La final se jugó el 16 de julio de 1950 en el Maracaná, inaugurado exactamente un mes antes, y reunió a ciento veinte mil espectadores, récord todavía sin superar en la historia de los Mundiales. Brasil, dirigido por Flávio Rodrigues da Costa, formó con Moacir Barbosa en el arco; Augusto y Juvenal en la defensa; Bauer, Danilo y Bigode en el mediocampo; y Friaça, Zizinho, Ademir, Jair y Chico. Uruguay por su parte lo hizo con Máspoli; Matías González, Eusebio Tejera; Gambetta, Varela, Víctor Rodríguez Andrade; Ghiggia, Pérez, Míguez, Schiaffino y Rubén Morán.

Según las crónicas el partido no fue un «baile» brasileño en el que los uruguayos aguantaron el 0 en el arco propio y milagrosamente consiguieron la victoria, sino que fue una final dura y en general equilibrada. Obdulio Varela les había dicho a sus compañeros, a contramano de la indicación del López Fontana, que si salían a defenderse correrían la misma suerte que los suecos y los españoles. Si bien los locales tuvieron la iniciativa, el primer tiempo terminó 0 a 0.

Pero desde luego, la secuencia del segundo tiempo, unida al paso de los años, le terminó de dar al partido el carácter épico que rodea a su historia. A los dos minutos Friaça puso el 1 a 0 para Brasil, y la multitud enloqueció en las tribunas y plateas. Sin embargo, el Negro Jefe volvió a dar una muestra de astucia. Producido el gol, recogió la pelota del arco uruguayo y empezó a protestarle al árbitro, el inglés Arthur Edward Ellis, un supuesto off-side en la jugada. No había posición adelantada realmente, pero Varela había ganado minutos y enfriado tanto el partido como el fervor de las tribunas.

 

 

Después de eso, Uruguay comenzó a empujar en pos del empate, el cual obtuvo a los veintidos minutos, cuando Schiaffino definió de primera tras un centro de Ghiggia. El 1 a 1 coronaba a Brasil, pero los uruguayos no aflojaban la presión. Faltando pocos minutos para el pitazo final, Jules Rimet, presidente de la FIFA, abandonó su lugar en el palco oficial, dado que debido al tamaño del estadio debía recorrer varios metros para llegar al campo de juego. El belga no quería retrasar la ceremonia de premiación cuando el encuentro finalizase, por lo tanto no vio los últimos minutos de juego, en los cuales se produjo la jugada decisiva.

 

 

A los treinta y cuatro minutos, Ghiggia le ganó una pelota larga a Bigode y encaró hacia el área brasileña. Una vez frente a Barbosa tenía la opción del pase atrás para Julio Pérez, pero también notó que el arquero brasileño esperaba esa maniobra, descuidando al mismo tiempo el primer palo. Ghiggia pateó y colocó la pelota en el espacio que había dejado Barbosa. Brasil no pudo volver a empatar, y Uruguay fue campeón del mundo por segunda vez.

 

EL DIA DESPUES

Al llegar al campo de juego, Rimet se encontró con el estadio enmudecido, el desconcierto del plantel brasileño y el festejo de los uruguayos. Según su propio testimonio, encontró a Obdulio Varela, a quién estrechó la mano y entregó la copa sin poder articular una palabra. El Negro Jefe no olvidó que los dirigentes no habían creído en el equipo, y en vez de sumarse el festejo pasó la noche recorriendo bares en los que compartió el dolor de los vencidos.

En búsqueda de exorcizar la desazón, la selección brasileña abandonó su camiseta blanca, de uso habitual hasta ese momento, para remplazarla definitivamente por la amarilla que le es característica. Asimismo, la decepción le depararía un destino ingrato al arquero Barbosa. Fue marcado como el gran responsable de la derrota y se le decretó una especie de muerte en vida. Tildado de «mufa», cayó en el olvido y solo sobrevivió como canchero del Maracaná. Décadas más tarde, cuando Brasil pasó veinticuatro años sin salir campeón, desde 1970 hasta 1994, se le prohibió acercarse a los sucesivos planteles.

Uruguay no ha vuelto a salir campeón del mundo, y con las décadas cedió en importancia como selección de fútbol, al punto que cuando encara un Mundial no tiene la obligación de estar entre los cuatro mejores equipos. Alternó buenos equipos con largos períodos de crisis, antes del resurgimiento en los últimos diez años. Sin embargo, la hazaña del ’50 se convirtió en una marca de identidad para todo el fútbol oriental, y es una leyenda que el tiempo solo puede hacer más y más grande.

 

(*) Integrante del equipo de Abrí la Cancha (lunes a viernes de 20 a 21hs, domingos de 23 a 24)

Comentarios

comentarios