Héctor Omar Vicente pasó por las Charlas de Vestuario de Abrí la Cancha. Tito. Un talentoso de aquellos. Zurdo, hábil y encarador. Surgió en Chacarita Juniors. Idolo en Lanús, donde fue uno de los jugadores más queridos de los años 80s. Una historia para conocer y escuchar.
Por Carlos Aira
SUEÑOS DE FUTBOL: «¡Qué épocas! Mi papá era operario en una fábrica. Eramos tres hermanos, y cuando llegaba Reyes, mi viejo nos regalaba una pelota para los tres porque no se podía más. ¡Pero que me importaba! Ese momento era el más esperado. ¡La pelota nueva! ¡Que alegría! Recuerdo que viviamos cerca de la terminal del 111. Mi viejo nos subía al colectivo y nosotros nos bajábamos en Chacarita Juniors donde los tres hermanos comenzamos las inferiores. Al principio no quería jugar mucho porque era chiquito y no me ponían. Era mi papá el que más ánimos me daba para que continúe yendo y entrenando. Recién en una sexta división entré en onda. Me pusieron jugué en quinta y un día me dijeron que no me querían más. Por un segundo se me vino al mundo abajo, pero era para decirme que tenía que entrenar con la Primera. Tenía 18 años y estaba cumpliendo mi sueño de fútbol«.
CHACARITA JUNIORS: «Cuando pienso en Chacarita recuerdo a Ernesto Duchini. Era el coordinador general del club. Todos los jugadores le teníamos un respeto enorme. Debuté en 1975. Siempre recuerdo mis primeros goles que fueron a un gran Unión, con el Loco Gatti en el arco y cracks de la talla de Heber Mastrángelo. Yo era un pibe sin trabajo de gimnasio. Pesaba 65 kilos mojado y lo mio era la habilidad. Era un fútbol de antes. Había que encarar, mandar el centro y hacer el gol. El fútbol fue cambiando y yo fui progresando en relación con ese pibe que debutó en Chacarita. Lo mio era gambetear en velocidad, algo que se ve poco hoy. Hoy, en inferiores el técnico quiere permanecer con su trabajo y por eso pone jugadores para ganar.
En Chacarita tuve como técnico al Coco Basile. Siempre recuerdo que la primera vez que lo ví fue en el vestuario. Yo estaba junto a Omar Galván y mi hermano Raúl. El comienza a saludar a los jugadores y yo pasé de largo. No de mal educado, sino de tímido. En mi carrera descubrí que existen tres clases de entrenadores. Están los que trabajan lo táctico, como eran el Vasco Iturrieta o Jorge Ginarte. Están los entrenadores que alientan al jugador, como Ramón Cabrero o Juan Etchecopar. Después, tenés técnicos negativos. No voy a dar nombres, pero recuerdo uno que me reprochó en el vestuario un gol que erré contra Colón en Santa Fe. Habíamos igualado 1-1 y yo convertí el gol del equipo, pero me reprochaba el que erré. Bueno, Basile era un gran motivador. Un hombre enorme personalidad».
DE FLANDRIA AL FUTBOL CHACARERO: «De Chacarita pasé a Flandria. Año 1978. Un equipo donde estaba Pedro Mansilla de entrenador y tenía muy buenos jugadores. Estaba Miguel Lemme, Roberto Passucci y Sergio García, el arquero campeón mundial juvenil de 1979. Pasé de Chacarita a jugar en la B. Jugué muy pocos partidos porque delante tenía a un tal Miguel Ángel Ferreras, que venía de Racing. Cuando llego a Flandria me dicen que Ferreras ya estaba vendido, pero al final se cayó su transferencia y el tenía que jugar porque era el jugador a vender. Yo andaba mucho mejor que Ferrera, pero jugaba poco.
A comienzos de 1979 paso a Atlético Rivadavia, en la Liga Deportiva del Oeste. En el fútbol chacarero me reencontré con mi juego. Nunca olvido un partido en General Villegas contra Talleres de Córdoba. Era el gran Talleres que tenía medio plantel en la Selección Argentina. Tenían jugadores bárbaros, como Humberto Rafael Bravo, Luis Galván, Miguel Oviedo, el Hacha Ludueña o la Pepona Reinaldi. Los chacareros llenaron la cancha para contar cuantos goles nos hacía Talleres. Nunca olvido el partido. Antes de comenzar, Roberto Marcos Saporiti – entrenador de ellos – vino al vestuario y nos pidió que no pegáramos patadas. Ellos sacaron del medio, no sé cuantos toques hicieron y metieron el primer gol. Ahí nos tranquilizamos y comenzamos a jugar nuestro fútbol. Me salieron todas. Lo volví loco a Víctorio Ocaño. Llegaba al fondo de la cancha, enganchaba y Ocaño pasaba de largo. ¡Al final fue a mí al que llenaron de patadas! Yo jugaba igual ¡Qué me importaban las patadas o al crack que tuviera enfrente!
En 1980 pasé Ferro de General Pico. Allí estuve hasta fines de 1981. Hubo un partido que cambió mi carrera. Esa tarde enfrenté al hijo de Federico Pizarro. Jugué un gran partido y esa misma noche, el muchacho llamó al padre a Buenos Aires y le dijo: Papá, acá hay un jugador que tenés que fichar de inmediato. Fue así que en 1982 terminé en Deportivo Armenio.
DEPORTIVO ARMENIO: «Federico Pizarro era el entrenador de Deportivo Armenio. Allí reencontré con mi hermano Raúl. En las primeras fechas me fue bárbaro. Federico me ubicó de delantero y convertí como 10 goles en la primera rueda del campeonato de Primera B de 1982. Nunca me olvido que Pizarro siempre hablaba de historia en las charlas. Una tarde, un compañero le preguntó: – Pizarro, usted siempre habla de sus historias, pero hoy, ¿Cómo jugamos? Federico respondió: – Simple, pásenle todas a Tito. ¿No se dieron cuenta que él hace todo? ¡Lo que no le dan la pelota, se la dan y listo, ganamos!»
Tuve un gran momento en Armenio. En un momento, me quiso Argentinos Juniors para jugar el Metropolitano. Hice la revisión médica y a la noche fui a AFA a hacer la transferencia. Como Boca no le había dado una plata a Argentinos Juniors por el pase de Maradona, en La Paternal no tenían el dinero para pagarle a Armenio. Después de esperar durante dos horas, Noray Nakis y Armando Gostanian me dicen: – Volvé a tu casa, porque no vas a ir a Argentinos. Yo no lo podía creer. Los miro y les propongo: – Yo les daba el 50% de mi pase si me vendían, pero si me venden a fin de año me voy. Me dan la plata y arréglense con Argentinos. Me dijeron que no porque a fin de año iba a valer mucho más. Los miré y les dije: a fin de año me voy».
«Yo tenía familia y no tenía una casa propia. Para colmo, se fue Federico Pizarro y llegó Ángel Celoria, que me quería poner de 9. Yo pesaba 69 kilos, era rápido, hábil y acostumbrado a jugar por las puntas. Pero Celoria me quería de 9. Como me negué, me sacó y me mandó al banco. No me ponía nunca. El equipo comenzó a empatar 0 a 0 todos los partidos. Una tarde, los pocos hinchas comenzaron a presionarlo para que me pusiera. Me llama y me manda a calentar. Lo miro y le digo que no iba a jugar porque no era salvador de técnicos. El club me suspendió y comenzó mi calvario en Deportivo Armenio«.
SARMIENTO: «Yo no estaba bien económicamente. Con mi señora teníamos dos hijos, hoy grandes personas. Un viernes a la mañana suena el teléfono en casa. Era Federico Pizarro, entrenador de Sarmiento, que me dice: «- Tomate un micro a Junín, que esta noche jugamos un amistoso con River». Era una gran oportunidad, pero había un problema: no tenía plata para el micro. Le cuento a mi señora desesperado. Ella sale de casa y al rato vuelve con el dinero. Después me enteré que había vendido su anillo de bodas. Llego a Junín y me llevan a la cancha. En el vestuario me dan la 11. ¡Iba a jugar de titular! En la charla técnica, Pizarro me mira y me dice: – ¡Tito, demostrales a todos que clase de jugador sos! Jugué un gran partido y cuando llegué al vestuario los directivos ya me estaban ofreciendo el contrato».
«No tuve un buen comienzo en Sarmiento. Vivía en una pensión y comencé a deprimirme porque me faltaba la familia. No me alimentaba bien. No tenía seguridad sobre mis condiciones. A mi me daba vergüenza porque lo estaba dejando mal parado a Pizarro. Una tarde le digo a los dirigentes que me iba a Ferro de General Pico. Justo, ese día asumió Juan Etchecopar la dirección del equipo. En la primera práctica me llama a un costado y me dice. – ¿Si yo le traigo a su familia, usted se queda en el club? Fue una alegría inmensa reencontrarme con mi mujer y mis hijos. Siempre recuerdo que el primer partido fue ante El Porvenir. Etchecopar me hizo ingresar en el último cuarto de hora y la rompí toda.
«Etchecopar era un entrenador muy inteligente que me hizo jugar de 10 porque adelante lo tenía a Jorge Clara, al Negro Manuel Herrero y a Héctor Eleuterio Montes. Ahí la comenzó a romper el equipo. De pelear abajo en la tabla nos quedamos a un gol de clasificar al reducido de ascenso a Primera División. Lo que son las cosas, nunca olvido el último partido del año. Jugábamos contra Banfield en casa. Necesitábamos un gol. Sobre la hora, tiro libre para Sarmiento. Nos miramos con Gustavo de la Llera. Corrí, se la toqué corto, me la devolvió y mi remate se fue al lado del palo. Una pena inmensa porque la gente nos quería mucho. Sigo teniendo un recuerdo hermoso de Junín y su gente. Vivíamos en una casa hermosa y teníamos ganas de quedarnos, pero el club no tenía un mango por culpa de un juicio y no me quedó otra que irme de Sarmiento«.
LANUS: «Como jugador exploté en Lanús. Llegué como tercer 10 y al poco tiempo comencé a jugar y crecer porque tenía toda la confianza. Llegué a comienzos de 1984. El primer entrenador fue el Vasco Iturrieta, que me pedía algunas obligaciones defensivas. Al poco tiempo llegó Ramón Cabrero. Ahí exploté por toda la confianza que me dio. Encaraba una pared y la gambeteaba. Aparte, sumé gol. En aquel 1984 convertí 12 goles sin patear penales que eran la especialidad del uruguayo Gilmar Villagrán«.
«Gilmar Villagrán tenía mejor pegada que yo, pero nos respetábamos mucho. Teníamos mucha confianza entre nosotros. En aquel 1984 nos cansamos a meter goles de tiro libre. Algunos fueron impresionantes. Fue una gran temporada aquella de 1984, pero nos agarró Emilio Misic y aquel partido contra Racing en Atlanta. No quiero ni recordar aquel partido porque me da mucha bronca. Mirá lo que son las cosas, hace un tiempo me crucé con Carlos Caldeiro – jugador de Racing en aquellos días – en un campeonato Senior. Lo encaré y le pregunté por aquel partido. Caldeiro se reía y me dijo: – ¡Tito, que baile nos pegaron aquella tarde! Aquel Lanús de 1984 fue un equipo que mereció ascender a Primera«.
«Siempre recuerdo los partidos ante Racing en la B. En 1985 les ganamos en el Cilindro. Lanús no le ganaba a Racing de visitante desde 1942 y siempre recuerdo que aquella tarde me dediqué a gambetear en velocidad todo el partido. Tenía un compañero rapidísimo, como Horacio Matuszyczk y todo se hizo más fácil. Sé que estoy entre los mejores 10 de la historia de Lanús. Fui parte de aquel equipo bárbaro de 1984 y me siento halagado por la gente del club. Me cuesta creer que después de tanto tiempo los hinchas me quieran tanto. Pasó tanto tiempo y aquel equipo dejó un recuerdo muy lindo y grato entre la gente».
«No me fuí de Lanús, me fue una camarilla. Cosas complicadas del fútbol. Había gente del equipo que usaba cintitas rojas. En aquel equipo de 1986 llegaron otros jugadores, como Sergio Saturno, Nelson Hugo Lacava Schell, José Tiburcio Serrizuela, Rolando Bertolini, Luis Sánchez Sotelo. El entrenador era Pipo Ferreiro, una gloria de Independiente, pero que a mí no me dejó mucho. Hubo un montón de problemas. Yo no jugaba y me echaban la culpa a mí. Lanús clasificó al Nacional B en el último partido, que jugué yo de titular. Fue un calvario. En las prácticas toda la camarilla me pegaba patadas. Al final, me fui llorando de Lanús porque no me quería ir. Lanús clasificó al Nacional B y la directiva contrató a Jorge Jansa. Yo tenía 31 años y decían que ya estaba veterano».
FERRO DE GENERAL PICO: «Después de Lanús me fui a jugar un Nacional B con Ferro de General Pico. Era ídolo de Ferro. Recuerden que había jugado dos temporadas muy buenas entre 1980 y 1981. Cada tanto me invitan para ir a La Pampa y me encanta ir. El otro día fuimos a cazar a un campo y un muchacho me dice: – yo no soy hincha de Ferro, pero iba a la cancha para verlo jugar a usted».
«Volví en 1986 para jugar el primer Nacional B. El club había cambiado mucho y los objetivos también. En Pico me reencontré con Jorge Ginarte. No era un equipo ganador. Es más, nos costaba muchísimo salir de La Pampa. Hubo problemas dentro del plantel y eso generó rispideces. De aquellos días recuerdo un partido contra Belgrano, que era dirigido por el Negro Marchetta. Antes del partido, en la charla técnica, le dijo a sus jugadores que el único jugador de Ferro que tenían que tener cuidado era de Tito Vicente. Esa tarde entré en el segundo tiempo. El partido estaba empatado 0 a 0. Gambeteo a dos y el tercero me hace penal. Pateo y ganamos 1 a 0. Cuando terminó el partido, los gritos de Marchetta se escuchaban en nuestro vestuario: ¡Vieron! ¡Tenían que marcar a Tito Vicente!«.
Producción: Nehuén Ríos
Periodista y escritor. Autor de Héroes de Tiento y Héroes en Tiempos Infames. Conductor de Abrí la Cancha, por Radio Gráfica. Premio Jauretche a la Investigación Periodística.