Qatar 2022: un Mundial grabado a fuego y un aviso de lo que viene

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La Copa del Mundo quedó en manos de Argentina y Messi por fín alcanzó aquello que tanto soñó, pero en el tintero aún queda mucho por analizar. Arbitrajes, juego y nombres propios.

Por Nicolás Podroznik

 

Gonzalo Montiel ya cruzó el remate. Lloris al otro lado. Un grito único: ¡Argentina campeón del mundo! ¡Esa copa que tanto deseamos por fin es nuestra! ¿Cómo no pensar en Diego y en la alegría que hubiese tenido viendo a Lio campeón? Un pueblo luchador y esperanzado volcado para festejar en las calles, rendido a los pies de un equipo de laburantes comandados por el mejor jugador del mundo y conducidos por un entrenador que aún campeón de América fue cuestionado hasta días antes del Mundial. Pero amén de la alegría que supuso la conquista de la Copa, hubo un torneo que merece la pena ser analizado.
Empecemos por el campeón. La Selección Argentina demostró que es la mejor del mundo, en todo sentido. Futbolísticamente fue superior en todos los partidos, excepto en la derrota frente a Arabia Saudita, en la que fue presa de los nervios ante un rival que la sacó de sus casillas. A Polonia y a Croacia les dio un baile memorable, al igual que a Francia en el primer tiempo de la final. No obstante, al equipo de Lionel Scaloni le queda por corregir un ítem importante: el cierre de los partidos. Se sufrió en Octavos, Cuartos y en la mismísima final. Aun así, esto permite también resaltar una de las claves del éxito argentino. Tras la derrota en el primer encuentro, Argentina jugó seis finales en las que una derrota los sacaba del torneo. Con aplomo y paciencia, el equipo sostuvo la frente en alto y nunca se cayó anímicamente, ni siquiera ante empates agónicos como el de Países Bajos o el de Francia. La frutilla del postre fue ganarle al campeón del mundo en la final. Nada menos.

 

 

Los Lioneles de Rosario fueron los puntales de un equipazo. Messi fue figura en cinco de los siete encuentros, jugando sin duda el mejor de sus mundiales y rompiendo marcas que parecían lejanas, como las de máximo participante en juegos de un Mundial (26, superando a Lothar Matthaus) y máximo goleador argentino en Copas del Mundo, superando a Gabriel Batistuta. Scaloni -y todo su cuerpo técnico- hicieron una revolución pocas veces vista, reestructurando las bases de la Selección: jugando un fútbol intenso pero asociado, de presión pero también de contragolpe, el de Pujato invocó aquello que es más cercano a cada uno de nuestros domingos. Además, encontró los intérpretes para hacerlo, desde el arco hasta el área rival. Dibu Martínez demostró ser uno de los mejores del mundo. Cuti Romero fue un central de dientes apretados y salida clara. Nahuel Molina demostró porqué fue una de las gratas sorpresas. Ejemplos que sirven para también indicar que Scaloni no se casa con nadie. Los ingresos de Enzo Fernández, Alexis MacAllister y Julián Alvarez fueron fundamentales para la remontada futbolística. Párrafo aparte para otro rosarino: Angel Di María. Fideo no pudo participar tanto como quiso, pero se guardó para la final y tuvo una hora de fútbol descomunal, provocando el penal del primer gol y convirtiendo uno de los mejores goles de Argentina en la historia de los mundiales.
El subcampeón fue la Francia de Didier Deschamps. Un equipo peligrosísimo, que parece adormecido pero que, si se despierta, te la manda a guardar. Tuvo a Griezmann y a Mbappé como grandes figuras, pero el rubio del Atlético Madrid fue opacado por un gran MacAllister en la final. Ahora bien: el delantero del PSG demostró que es un arma casi infalible. Tocó muy pocas pelotas, pero aun así convirtió tres goles y pudo haber convertido más de no ser por la intervención de la defensa argentina. Los galos seguramente tengan mucho qué decir el próximo mundial.
La sorpresa mayúscula sin dudas fue Marruecos. Otro equipo que parecía salido de cualquier domingo de fútbol argentino. Orden, sacrificio y siempre intentar jugar. El cansancio y las lesiones no le permitieron pelearle a Francia en semifinales, pero dejaron una huella imborrable siendo el primer equipo africano en alcanzar esa instancia. Su desandar en el Mundial marcaron un norte que algunos quizás no puedan ver: se acabaron los equipos que vienen a ser partenaires de la fiesta del fútbol. La única forma de competir ante grandes selecciones es de la manera en que lo hicieron los dirigidos por Walid Regragui. Japón también encaja en este aspecto, ya que venció tanto a España como a Alemania en fase de grupos y se quedó en los penales frente a Croacia. Definitivamente, fue el Mundial más parejo desde que participan 32 equipos. Al llegar la última fecha, 27 equipos tenían posibilidades de clasificar a Octavos de Final. Se registraron grandes sorpresas, siendo la victoria de Arabia Saudita frente a Argentina la mayor de ellas.
También ha habido equipos de los cuales se esperaba más y no dieron la talla. Bélgica, Alemania y España, candidatas a pelear por un lugar de Cuartos de Final en adelante, quedaron en el camino. Los dirigidos por Luis Enrique arrancaron con un 7 a 0 esperanzador, pero ante equipos que le cerraron los caminos la tuvo dificilísima. El sistema de juego sucumbió ante la sencillez del orden defensivo. Cuando un equipo se prepara para defender de una manera y se siente cómodo con ella, el objetivo es sacarlo de esa comodidad. Lo que no se animó a hacer España, sí lo hizo Países Bajos frente a Argentina: dos centrodelanteros y que lluevan pelotas cruzadas. Objetivamente fue un acierto de Van Gaal, como también fue acertada la respuesta de Messi: se llenan la boca de buen juego pero después terminan tirando centros. Mientras sirva para alcanzar el objetivo, todo suma.
El análisis de los equipos sudamericanos tiene a Uruguay como principal derrotado, aún más que Brasil. Los del Diego Alonso fueron una sombra de aquel equipo que remontó la eliminatoria. Mucho de responsabilidad tiene el entrenador: los dos primeros partidos dejó en el banco a Giorgian De Arrascaeta, un creador de juego que la rompe en el fútbol brasileño -en donde ser el 10 no es para cualquiera-, y lo hizo ingresar en los minutos finales, sin poder dar mucho de sí. Lo puso de titular frente a Ghana cuando las papas quemaban y convirtió dos goles, pero nuevamente el DT hizo una pésima lectura: lo sacó a él y a Suarez faltando veinte minutos para el final, y con el rival en la otra cancha a un gol de la clasificación. Cuando llegó el gol coreano, ya era tarde: Uruguay se quedó sin peso ofensivo y no pudo convertir el tercer gol que le hubiera dado el pase a Octavos.
Ecuador y Brasil dieron una mejor versión. Los dirigidos por Alfaro le hicieron un partidazo a Países Bajos y llegaron al partido con Senegal con ventaja, pero no tuvieron suerte y la derrota los dejó afuera. La Canarinha era firme candidato a ganar la Copa, pero una distracción permitió que Croacia le empate el partido y luego cayera en los penales. En Brasil todavía se discute si se debe cambiar la forma de jugar cuando se gana y poner un poco de hielo al partido: que te hagan un gol de contragolpe en el minuto 116 no responde a un equipo que pretende ser campeón del mundo. Tité dejará el cargo sin lograr la sexta estrella. No diremos que la merecía, pero sí que forjó un Brasil brillante y sentó las bases para el futuro, luego de lo que fue el estrepitoso fracaso de 2014.
Para la polémica quedará lo sucedido con el arbitraje y el VAR. El primero de ellos tuvo una clara bajada de línea por parte de FIFA: intentar que ambos equipos terminasen con todos los jugadores. Apenas cuatro expulsados: uno por roja directa (Hennessey, arquero de Gales, con previa revisión de VAR) y tres por doble amarilla (de las cuales dos -Dumfries y Aboubakar- no fueron por infracciones). Tampoco se registraron acciones de juego brusco grave, pero sí situaciones que ameritaron expulsión por segunda amarilla. La misiva FIFA se vio clara en el partido entre Argentina y Países Bajos: Mateu Lahoz amonestó a 17 futbolistas, intentando de manera inútil controlar la temperatura del encuentro. Debió expulsar a Van Dijk y a Paredes, no sólo porque correspondía, sino también porque hubiese permitido controlar mejor el encuentro. Pero no se iba a poner en contra a los dueños de la pelota. También habrá que revisar las decisiones sobre el tiempo de descuento: la iniciativa por recuperar los minutos perdidos es buena, pero por momentos dio la sensación que se pasaban del otro lado y pasaron de dar poco descuento a dar demasiado. Están a tiempo de corregirlo, tal y como lo hicieron con el VAR.
La tecnología en este Qatar 2022 fue protagonista en la fase de grupos. Intervenciones mínimas y detallistas determinaron la sanción o anulación de penales y goles. Aquellos fervientes defensores del VAR comenzaron a notar que el barco en el que estaban se estaba ladeando hacia un lado. Pero tras la primera fase, la FIFA prestó atención a los reclamos y las intervenciones a partir de Octavos de Final mermaron considerablemente. Lo que se había logrado mejorando los tiempos de decisión se tiró por la borda al intervenir ante cualquier roce. El penal sancionado contra Uruguay frente a Portugal fue el punto de quiebre: la FIFA tuvo que emitir un comunicado disculpándose por la decisión del cuerpo arbitral. De cara al 2026, International Board tendrá trabajo de sobra para resolver de una buena vez por todas qué se hace con el fuera de juego. La FIFA deberá elegir entre una de sus dos propuestas: un fútbol con reglas inobjetables o un fútbol donde goles es sinónimo de espectáculo.
Lo que vendrá es el Mundial a realizarse en Norteamérica en 2026. La idea de Gianni Infantino es instituir un formato de 48 equipos. Especulaban con 16 grupos de tres equipos, pero vista la paridad y la adrenalina de una última jornada plena de incertidumbre y resultados cambiantes, decidieron correctamente revisar la disposición de grupos. La idea es viable, pero no cada dos años, tal y como quiere el mandamás de FIFA. La lucha encarnizada con la UEFA sigue, por más que la fiesta mundial del fútbol haya puesto un impasse de por medio. La imagen en la ceremonia final no dejó lugar a dudas: Infantino en una punta y Aleksander Ceferin, Presidente de la UEFA, en otra.
En muchos puntos de Europa -y en otros más cercanos también- reniegan pavadas sobre arbitrajes, arreglos y demás llantos. Encolumnados en reclamos ridículos, muchos no pueden soportar ver a una selección sudamericana en lo más alto. Las palabras de Kylian Mbappé sobre el fútbol de estas latitudes quedarán marcadas como la afrenta más grande jamás hecha. Argentina respondió con fútbol y valentía. Lionel Messi por fin tiene el título que tanto deseaba. La inmensa mayoría del mundo celebra la victoria de una persona simple que llevó alegría con sólo patear una pelota. Las quejas de aquellos policías de la felicidad quedan silenciadas ante los rugidos de los festejos: Argentina es un justo e incuestionable campeón del mundo. El fútbol argentino goza de buena salud. Le pese a quien le pese.

 

Periodista / Abrí la Cancha

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