Se llamó José Manuel Moreno, lo llamaban El Charro

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José Manuel Moreno fue uno de los ídolos más grandes que tuvo nuestro fútbol. Fue un crack inmenso con una personalidad avasallante. Personaje de la noche, era amado u odiado, pero nadie ponía en duda que era el mejor. Olvidado en el presente, en Abrí la Cancha te pintamos el retrato de una leyenda. Te invitamos a conocer su historia; la historia del Charro Moreno.

Por Carlos Aira

 

José Manuel Moreno en su esplendor. Año 1941. El Fanfa fue un crack impresionante, olvidado en la actualidad.
Puente Pacífico, barrio de Palermo. Sobre la calle Fray Justo Santamaría de Oro, casi esquina Santa Fe, una agencia de quiniela, lotería y Prode. Comienzos de los años 80`s. El cartel inmenso tenía como protagonista a un futbolista de River Plate, con los brazos apuntando al cielo y la boca llena de gol.  Agencia El Charro. Quien esto escribe tendría cinco o seis años. Fue mi primer contacto con José Manuel Moreno, quién había fallecido en 1978.La pregunta se la han hecho muchos: ¿Fue tan gran jugador el Charro Moreno? ¿Que tuvo aquel futbolista qué, entre su debut en 1935, y por espacio de un cuarto de siglo, maravilló a todo el pueblo futbolero?
Si bien no existen demasiados registros fílmicos de su fútbol, las fotografías sepias nos devuelven la estampa de un crack. Con su semptierno bigote anchoita por encima de los labios, el cabello azabache ensortijado y un cuerpo privilegiado. Cuando se acceden a las crónicas de su tiempo, los adjetivos no dan lugar a dudas. La potencia de la tradición popular mantiene vivo su legado. Generaciones de hinchas argentinos crecieron escuchando su historia. Quienes fueron testigos de sus piques, frenos, gambetas y cabezazos demoledores ya no están. Muchos de sus hijos, tampoco. Pasaron ocho décadas de su apogeo. Pero la realidad es incuestionable: José Manuel Moreno existió y fue un fuera de serie.
En Abrí la Cancha vamos a rescatarlo por justicia futbolera.

 

EL PIBE DE LA BOCA

 

Jueves 3 de agosto de 1916. El gobierno conservador de Victorino de la Plaza pronto le dará llegada a Hipólito Yrigoyen. El barrio de la Boca seguía su tradición cotidiana. Puerto, conventillo y baldío. Aquel día, en una humilde pieza de la casa de Brandsen 965, el matrimonio criollo conformado por José Moreno y Balbina Fernández alumbró a su hijo varón. Lo bautizaron José, como el padre.
Brandsen 965. A una cuadra y media de la actual Bombonera. Allí nació José Manuel Moreno el jueves 3 de agosto de 1916.
La familia ya era numerosa. Junto a sus padres, las hermanas mayores Escolástica, Iris y Estrella. Cuando José era una criatura se mudaron a Lamadrid 166, donde la curva del Riachuelo se une al Río de la Plata. Infancia pobre. No sobraba un mango en casa de los Moreno. Su padre, policía de gruesos bigotes, cobraba 90 pesos mensuales. Encima, en uno de los tantos desbordes del río, el agua traspasó su margen natural e inundó el barrio. Los ladrillos de la humilde casa cedieron y los Moreno vivieron casi a la intemperie por largo tiempo.
En esos días dificiles, una navidad llegó el regalo que cambió su vida: una pelota de goma. En la recta final de su vida, José Manuel Moreno recordó aquella noche: «Desde entonces empecé a jugar; hasta que un día me di cuenta de que mi mejor amiga era redondita, picaba y con ella se podían hacer las piruetas más lindas de este mundo«.
El pibe moreno tuvo un apodo singular. El barrio lo llamaba Rulito. Siempre se juntó con pibes más grandes; dato importante para comprender su futura personalidad. Junto a ellos conoció el placer de afanar naranjas y las tardes eternas en las cuales el fútbol entró en su vida. Lo hizo defendiendo los colores de General Lamadrid, el clubcito de su cuadra. Jugaba con sumo cuidado, porque no podía sacarle bigotes a las alpargatas. No había guita para otras alpargatas. Los partidos en serio se jugaban en la canchita del colegio San Juan Evangelista, donde estudió hasta sexto grado. En ese patio aprendió a pegarle con las dos piernas. Cuando entró en la adolescencia, Rulito Moreno era uno de los cracks del barrio.
La vieja cancha xeneize de madera. Donde Rulito veía los partidos de colado, y cuando podía, saltaba el alambrado para abrazar a Cherro y Tarasca.
José Manuel era fanático de Boca Juniors. No tenía diez años cuando salió a festejar junto a todo el barrio el regreso de los héroes de la gira europea de 1925. A medida que pasaban los años, más se acercaba al club. Primero a ver las prácticas, luego los partidos. Se había enamorado de aquel equipo campeón en 1930: Alejandro Mena; Ludovico Bidoglio y Ramón Mutis; Gerardo Moreyras, Adolfo Pedemonte y Arico Suárez; Donato Penella, Esteban Kuko, Domingo Tarascone, Roberto Cherro y Mario Evaristo. Una tarde tuvo la oportunidad de saltar el alambrado y acercarse por primera vez a Roberto Cherro y Domingo Tarascone, sus héroes: «Me temblaron las piernas como vara verde. ¡Los había tocado! A partir de ese instante, sin que los dos se dieran cuenta, por supuesto, me confesé amigo de ellos, y al terminar los partidos saltaba el alambrado para abrazarlos, para sentir el sudor y la respiración jadeante de los dos. Por la noche, nadie me podía sacar la palabra en la esquina de mi casa ¡Había tocado a Cherro y Tarascone!«, le confesó a El Veco, en 1972.
Pero llegó un quiebre en su vida. A fines de 1931 ya tenía 15 años y era el mejor de su barra. Momento de probarse en Boca Juniors. Criado entre pibes grandes, era dueño de una personalidad desbordante. No necesitaba carta de presentación ni padrino. Llegó a la prueba con unos botines prestados. Cuando entró al partido, pronto mostró su clase: dos goles en veinte minutos y un repertorio importante de hamaques y gambetas. El delegado lo llamó. Rulito creyó tocar el cielo con las manos ¡Iba a jugar en Boca Juniors!. Pero la afirmación del delegado lo petrificó: «No servís pibe, andate«. José gritó y protestó. La respuesta del boquense fue una patada. Brotaron lágrimas. Mientras se iba de la canchita con un nudo en la garganta, giró, y en perfecto capicúa le gritó al hombre de camisa blanca y sombrero:  «Ya se van a arrepentir, ya se van«. Rulito se subió a la chata de un carrero hecho un mar de lágrimas. En casa lo esperaba doña Balbina.

 

RULITO EN RECOLETA

 

El fútbol debía esperar. Había que salir a laburar. Don José soñaba que su hijo hiciera la carrera militar. José le había prometido que si no tenía suerte en el fútbol ese sería su futuro. Comenzó a trabajar en una fábrica de velas para barcos. Pero el laburo duró poco: una mañana tenía que llevar una vela al Yacht Club, pero vio desde el tranvía que había unos pibes jugando un picado. José se bajó y ofreció la vela como palo. La cuestión es qué, sin darse cuenta, los reos le habían afanado la vela. Ese fue su último día en ese empleo. Luego consiguió trabajo en los talleres gráficos de Editorial Atlántida. Año 1932. A los picados en Lamadrid y Estrella de Brandsen le sumó la práctica de box. Realizó algunas peleas de amateur hasta que un marinero alemán le partió la nariz de un piñazo. Allí acabó el sueño de boxeo, pero el fútbol seguía en pie.
Spaghetti Gómez. Uno de los tantos anónimos que hicieron a nuestro fútbol. El descubridor barrial del Charro Moreno.
Pero el destino la talla. Un gran amigo de Moreno se llamaba José Gómez. Le decían Spaghetti, como el personaje una historieta que aparecía aquellos días en Crítica. Spaghetti era riverplatense hasta la médula, como muchos en el viejo barrio xeneize. Era más grande que Rulito y conocía su frustración. Lo convenció de probarse en River. Moreno dudó, pero el amigo lo convenció diciendo que no sólo lo acompañaría sino que el delegado de la quinta división era muy amigo suyo. Una tarde la casualidad juntó a Moreno, Spaghetti y al delegado en una calle boquense. Gómez puso por las nubes a su amigo. El hombre de River Plate, ya por curiosidad, le pidió a Rulito que se presentara al día siguiente en Sportivo Palermo. En aquella canchita ubicada donde Canning se juntaba con el Río de la Plata nació la historia de José Manuel Moreno con el  fútbol grande. Lo probaron en un par de ocasiones. Su rendimiento era superlativo. Querían estar seguros que tenían un crack en ciernes. Una vez que lo confirmaron, lo ficharon como suplente en Quinta División – todos debían pagar derecho de piso – pero comenzaba un nuevo camino. No con la soñada azul y oro, sino con una banda roja.
El camino no fue sencillo. No alcanzaba sólo con talento. ¿Dónde hay un mango, viejo Gómez? cantaba Tita Merello en aquel 1933. Rulito no tenía un mango. Entrenaba por las mañanas y sólo tenía cinco guitas diarias para moverse. Esa precariedad económica lo ayudó a forjar un físico asombroso: los tres días a la semana que debía ir a entrenar a River lo hacía corriendo a la par del colectivo verdiblanco La Patria – actual línea 33 – cubriendo el recorrido La Boca-Retiro. Construyó así las piernas más fuertes del fútbol argentino de sus días. En aquella Cuarta Especial asombró por su conjunción de técnica y potencia. Emerico Hirschl, técnico de la Primera desde enero de 1935, fue el principal interesado en la evolución de Rulito, un insider derecho diferente. Pero no fue el húngaro el único que le había echado el ojo. Bernabé Ferreyra, la figura del fútbol argentino, también veía algo en ese negrito: «El decía siempre que en la cuarta había un negrito – siempre me llamo negrito – que juega un montón y pone la pelota justa para el hombre de punta. No lo descuiden«, recordó Moreno muchos años después.

 

Una joya del archivo. La Cuarta Especial de River de 1934. Moreno es el segundo agachado desde la izquierda.

 

Diestro natural, ambidiestro por convicción. Rulito tenía los dos perfiles. En el derecho mostraba técnica; en el izquierdo, potencia. Su versatilidad se aunaba con un físico privilegiado. Pero como se estilaba en aquellos días, el salto a Primera era lento. Tal vez habría una sola oportunidad. Y esa oportunidad llegó a comienzos de 1935 cuando River Plate emprendió una gira por Brasil. Hirschl decidió llevar a tres juveniles: Moreno, Luis María Rongo y Roberto Alberico. El maestro húngaro se jugaba una parada brava. La orden del presidente Liberti era clara: no se pierde ningún partido. Hirschl tenía inmensa confianza en Rulito, pero sabía que lo perdía el ambiente de la noche. Cuando le confirmó que viajaría a Brasil, encaró a Moreno, y con su media lengua, Hirschl le dijo: «Hay hombres un poco gastados, resolví llevar muchachos jóvenes como vos; pero mirá Rulito, no darme trabajo con milonguerías y otras cosas que yo sé gustarte. Si no, romperte cabeza«.
Pasados los años, Moreno siempre recordó la alegría de sus padres al enterarse de la noticia. Su padre no dejó a nadie sin mostrarle su orgullo en la comisaría. Esa misma noche, don José encaró a su pibe y le dijo: «Digame m´hijo que necesita para el viaje. No tengo mucho, pero unos ahorros quedan«. José Manuel le dio un abrazo y le dijo: «Nada viejo, el viaje lo paga River«. Al otro día, sus padres y hermanas le regalaron una camisa nueva para que llevara a Brasil. Cuando subió al Conte Grande, el vapor de lujo que lo llevaría a destino, tocaba el cielo con las manos. No solo lo hacía junto a sus ídolos de la Primera sino que allí estaba Enrique Santos Discépolo. ¿Que más podía esperar un pibe de 18 años?

 

José Manuel Moreno en 1936.
El debut riverplatense en la gira se produjo el domingo 3 de febrero. Victoria 4 a 2 sobre Botafogo. La delantera millonaria se conformó con Carlos Peucelle, José Lamas, Bernabé Ferreyra, Manuel Ferreira y Pablo Dorado. El destino quiso que Lamas finalizara el encuentro lesionado. Con el uruguayo descartado, Hirschl quería hacer debutar a Moreno, pero el presidente Antonio Liberti no quería saber nada.Cuando más tensa se volvió la discusión, la misma la zanjó Bernabé. El Mortero estaba dispuesto a todo. Tanto que le dijo a Liberti: – «Si no quiere que juegue el pibe, sabe qué, juegue usted«, mientras le arrojaba su camisa con la banda roja en la cara del mandatario. Bernabé era tan grande en aquellos días que definió el debut de Moreno.
Pero la noche anterior al debut se produjo un secreto doloroso. Un forúnculo en el muslo derecho había hecho levantar temperatura  en Moreno. El narigón Machín Gomeza, histórico masajista del club, guardó silencio y aplicó fomentos durante toda la noche. Le recomendaba avisar lo que estaba sucediendo y no jugar. Bernabé se había jugado una patriada y no podía fallarle. Pero Moreno quería jugar, si o si. Domingo 10 de febrero de 1935. Estadio de San Januario. River formó con Ángel Bossio; Teófilo Juárez y Alberto Cuello; Carlos Santamaria, Bruno Rodolfi y Aarón Werfigker; Pablo Dorado, José Manuel Moreno, Bernabé Ferreyra, Carlos Peucelle y Federico Tello. Antes de salir al campo de juego, Nolo Ferreira se acercó con su veteranía y le aconsejó al oído: «Jugá tranquilo, pibe. Tomalo como un partido más. No te enloquezcas. Si se te complica, buscame a mí«. Esa misma tarde, Rulito sacó chapa. Miró a los inmensos defensores paulistas y preguntó quien lo marcaría. Le señalaron a Fausto, un inmenso y veterano back. Moreno miró a Bernabé y le gritó bien fuerte: «Ese morocho no me puede parar. Es muy feo para nosotros«. River ganó 4 a 2, goles de Pablo Dorado (2), Federico Tello y Bernabé.

 

PERSONALIDAD

 

José Manuel Moreno ya era jugador profesional de River Plate. Con contrato y todo. Doscientos pesos mensuales, al cual, con premios incluidos, podían llegar a 800 mangos. Una de las primeras decisiones fue mudar a la familia. La casita destruida de la calle Lamadrid era pasado. La familia dejó la casilla y se mudó a Crucesita. Se acabaron las inundaciones.
La vivienda siempre fue una obsesión para el crack. El reaseguro de una casa para los suyos. Cuenta que en aquellos primeros meses de 1935, Moreno fue a cobrar su sueldo junto a José María Minella. Cuando llegaron al banco, Pepe sacó su cheque. No era por doscientos pesos, sino por mil doscientos. En un momento, mirándolo fijamente con sus ojos claros, el marplatense le preguntó a Moreno:  «Pibe, ¿Que harías si cobraras un cheque como el mío?«. Moreno le respondió: – «Le compraría una casa a mi vieja«. Pasaron tres años. Año 1938. Moreno ya era una figura estelar y cobraba más de mil doscientos pesos. Una tarde invitó a Balbina y una de sus hermanas a mirar una nueva casa. Tomaron un taxi hasta Morón 4499, Floresta. Era una esquina enorme. Luego de recorrer la casa, doña Balbina, acostumbrada a la humildad, le preguntó a su hijo: «Josecito, ¿No será mucho para nosotros?«. La respuesta llegó cuando llegaron a la cocina. Rulito no la acompañó. Solo se quedó apoyado en el marco de la puerta. Balbina encontró un cartel que decía: «Mamá, esta casa es tuya«.
Rulito debutó oficialmente en la primera fecha del campeonato. Domingo 17 de marzo de 1935. River venció 2 a 1 a Platense. Los Millonarios formaron con Ángel Bossio; Teófilo Juárez y Cuello; Santamaría, José María Minella y Aarón Wergfiker; Landoni, José Manuel Moreno, Bernabé Ferreyra, Carlos Peucelle y Locasso. Moreno abrió el marcador con un cabezazo. El primero de sus 74 goles de cabeza con la banda roja. Terminado el partido, Moreno recibió un sobre con 180 pesos. Premio del triunfo. A pesar que el frenillo de la lengua lo hacía hablar atravesado, el pibe tenía algo más que un montón de fútbol; era dueño de un carisma especial:
En las primeras fechas, Moreno fue alineado como titular. Pero a sus promisorias cualidades deportivas se contraponía una reputación creciente.  Nadie ponía en dudas que era un crack en ciernes, pero al pibe Rulito le gustaba la noche; tal vez demasiado. Para muchos dirigentes, sus salidas nocturnas eran un gran problema. Hirschl cedió a las presiones y lo sacó del equipo. En su lugar ingresó el puntano Carlos Bernabé Moyano, uno de los refuerzos de River en aquella temporada. Pero su rendimiento, y el del equipo en general, lejos estuvo de ser el esperado.
Adolfo Pedernera y José Manuel Moreo. Dos glorias de River Plate. Ambos subieron a Primera en 1935 por expreso pedido de Emérico Hirschl.
A mediados de 1935, mientras Boca e Independiente peleaban mano a mano el campeonato, River comenzó la depuración del plantel, dándole lugar a los juveniles formados por Félix Roldán. Debutaron dos juveniles vitales para el futuro riverplatense: Aristóbulo Deambrossi y Adolfo Pedernera, categorías 1917 y 1918. Al comenzar la segunda rueda, Moreno volvió al primer equipo y al final de aquella temporada, River conformó una delantera vital y juvenil: Peucelle, Moreno, Bernabé Ferreyra, Pedernera y Deambrossi. Su partido más importante en aquel 1935 fue el 1 de diciembre, cuando en Ferro Carril Oeste, bajo una lluvia persistente, apabullaron 5 a 2 a Racing Club, en el primer par de goles de José Manuel Moreno en su carrera.
Para 1936, las cosas cambiaron en Recoleta. Si en 1934 y 1935, el equipo había dejado más dudas que certezas, era comienzo a recoger los frutos sembrados del semillero. Se sumaba la experiencia y el barrio de Renato Cesarini, luego de cinco temporadas en la Juventus de Turín. Como sucedería entre 1990 y 2014, el campeonato de primera división porteño se dividió en dos campeonatos. En vez de Clausura y Apertura, se llamó Copa de Honor y Copa Campeonato.
En el primer torneo, River alcanzó un buen rendimiento, pero lejos del ganador San Lorenzo. Con la llegada de Cesarini, Moreno pasó a la banda izquierda del ataque. En el andarivel del 10 comenzó a verse la dimensión de crack. Un verdadero toro dotado de una técnica superlativa. Rulito tuvo su tarde de lujo el 17 de mayo, cuando River goleó 5 a 0 a Argentinos Juniors y marcó cuatro goles. Pero en la Copa Campeonato se vio un gran equipo. Un equipo que ganó 13 de los 17 partidos jugados. El 30 de agosto de 1936, Moreno marcó su primer gol en el clásico de la Ribera. Aquella tarde, River derrotó 2 a 1 a Boca.

 

River campeón 1936. Hirschl agachado junto a los jugadores. El primer campeón con el Método.

 

En un equipo con figuras de la talla de Bernabé Ferreyra, Minella o Cesarini, Moreno era el mimado de la tribuna. Algo tenía ese muchacho de 20 años. La estampa de jugador de potrero. También el detalle que  en algunos partidos usó una red para cuidar su cuidado jopo milonguero. ¿Redes y vinchas en el fútbol argentino de los años treinta? Sí, aunque muchos no lo crean. Esa estampa sobradora le valió un nuevo apodo. Dejaba de ser Rulito y nacía El Fanfa:
“El Pibe Rulito es el niño mimado del cuadro y las chicas gastan sus miradas por su pinta. Tanto dentro como fuera del pastichuelo. Morenito, que sabe del poder magnético de su figura, pone cara de cordero degollado y cuando mira hacia las tribunas, lo hace como cuando Greta Garbo recibe una ventosa cerca de la dentadura”.

 

1937. EL AÑO DEL CRACK

 

La Copa Campeonato de 1936 fue su primer título. 1937 fue la primera gran temporada de Moreno. La primera gran máquina millonaria que brilló en el último campeonato en la cancha de Alvear y Tagle. Dirigido por Hirschl, un equipo que perdió tan solo cuatro partidos en la temporada: Sirni; Vassini y Cuello; Santamaría, José Minella y Aarón Wergfiker; Aristóbulo Deambrossi, Renato Cesarini, Bernabé Ferreyra, José Manuel Moreno y Adolfo Pedernera.
Moreno comenzó a ser un espectáculo dentro del espectáculo. Se puede leer en Héroes en Tiempos Infames (Ediciones Fabro, 2021): «José Manuel Moreno era la gran estrella del fútbol porteño. Los hinchas enloquecieron con su inagotable variedad de recursos y capacidad goleadora: “Sus pases son ajustados, sus tiros al arco poseen la doble eficacia de una buena dirección y una potencia admirable y cuando avanza en poder del esférico lo hace con movimientos de foward y la clase de quien va dominando adversarios con notoria facilidad”.
Dentro de la cancha, Moreno fue el campeón mundial del optimismo. Tenía todo: picardía, elegancia, resistencia física y ese cabezazo homicida. Una masa de músculos y corazón. Organizaba juego desde la derecha y llegaba al gol. Con humildad, Moreno confesó que aprendió observando a otros cracks de su tiempo: “Yo tomé algo de cada uno: de Cherro, el cabezazo; de Varallo la valentía para entrar; de Nolo Ferreira la tranquilidad; de Zozaya la bajada de pelota alta; de Zito la gambeta; de Masantonio la guapeza. Aprendí de Bernabé la necesidad de no demorar nunca la cortada para que allá en el embudo no lo rompan de la cintura para arriba al que se va metiendo”.

 

José Manuel Moreno, Bernabé Ferreyra y Renato Cesarini. Campeonato nocturno de 1936.

 

Se sigue leyendo en Héroes en Tiempos Infames: «Las aventuras nocturas de Moreno fueron tan proverbiales como su tolerancia alcohólica. La noche comenzaba en el café Ateneo, Cangallo y Pellegrini, tomando copas con Homero Manzi, Ulises Petit de Murat y Enrique Muiño. Luego, la noche se hacía eterna en las pistas del Tibidabo, Imperio o el Marabú, donde era un infaltable los días jueves, cuando se presentaba la orquesta de su amigo, el muy riverplatense Anibal Troilo, con la voz de Francisco Fiorentino, su cantor preferido. Su cuerpo de hierro le permitió filtrar una y mil curdas. Sus salidas nocturnas fueron motivo de discusiones entre hinchas riverplatenses. Estuvieron quienes amaron esa mezcla de reo porteño y dandy; otros le exigían profesionalismo. Sobre Moreno se tejieron mil y una historias. Lejos de sus días de gloria, el Fanfa recordó:
“Los días de partido me quedaba hasta las doce en la cama para relajarme bien. Despues comía una manzana, a veces un churrasco, pero muchas veces salía a la cancha con el estómago vacío. Teníamos la costumbre de recrear la mente en forma natural. Al salir al túnel, cantábamos cualquier cosa. En los vestuarios hablábamos de encontrarnos con algunas pibas, cosas de muchachos. Nos veíamos muchas veces en el cabaret. Eso nos daba más seguridad, era como aflojar tensiones. A mí me gustaba bailar el tango. Iba al Tibidabo, donde tocaba Anibal Troilo o al Chantecler, a bailar con Juan D´Arienzo. Todos los días. Aunque parezca mentira era una buena gimnasia porque da estabilidad, agilidad y compás

 

LA IMAGEN ICÓNICA

 

Pero todo ídolo necesita su imagen icónica. 21 de noviembre de 1937. En Alvear y Tagle, River Plate recibió a Racing Club. Los Millonarios punteros y la promesa de un gran partido. Al término del primer tiempo, River se fue al vestuario venciendo 4 a 1. Parecía paliza, pero la Academia, en una remontada espectacular, igualó 4 a 4 y casi gana el partido.

 

Una foto para todos los tiempos. Legarreta inmortalizó a José Manuel Moreno festejando el primer gol riverplatense, aquella tarde de 1937.

 

Apenas iniciado el clásico, un centro de Carlos Peucelle cayó sobre el área visitante. El arquero Roberto Novara quedó corto en el rechazo y la pelota llegó servida en los pies de José Manuel Moreno, quién convirtió el primer gol de la tarde. Antonio Legarreta era un joven de 20 años que ingresaba a los estadios como fotógrafo free-lance. Su negocio era vender las imágenes a los futbolistas en partidos siguientes. Con sabia intuición, el Vasco retrató el momento exacto del festejo. Moreno levantó los brazos y buscó a sus compañeros con los pulmones llenos de gol. Novara, en el piso vencido. El zaguero Díaz abre las manos resignado y su compañero Dante Bianchi se toma la cabeza mientras le dirige una mirada asesina a su compañero Scarcella.
Listo. Ya está. La magia se produjo. Todo quedó guardado en la inmortalidad y esa maravillosa fotografía es parte de nuestra historia.

 

 

 

BRASIL 1939

 

1939 comenzó con la Copa Roca en Brasil. Domingo 15 de enero. Todas la atención de la prensa carioca se posaron sobre José Manuel Moreno y Enrique García. El Diario da Noite publicó una fotografía de ambos con un título catástrofe: “Moreno, el chico extraño y diabólico, que fue llamado el Leonidas del Plata”. El mismo medio calificó al rosarino de “inquieto, feroz e indisciplinado». Tarde agradable sobre Río de Janeiro. Lleno total en la casa del Vasco da Gama. Concierto argentino en Río. Actuación pletórica de una Selección para todos los tiempos. Al término del primer tiempo, Argentina ganaba 3 a 0, goles de Enrique García, Herminio Masantonio y José Manuel Moreno. Defensa sólida y un ala tan veterana como deslumbrante. Carlos Peucelle y Antonio Sastre se llevaron todos los aplausos. Quien la pasó mal fue Domingos da Guía. El crack enloqueció con la dupla Moreno-García. Entre toque y toque, un diálogo desopilante e hiriente:
 –Tome doctor…
– Muchísimas gracias licenciado, aquí la tiene nuevamente.
 La actuación de Moreno fue descollante: «Los cabezazos de Moreno fueron una pesadilla para la defensa rival, en la que penetraba fácilmente en su diabólica combinación con García«. Masantonio y Moreno marcaron en el segundo tiempo. Brasil 1-5 Argentina. Paliza histórica. La alegría del triunfo pronto se transformó en preocupación. De regreso al hotel, Moreno se doblaba de dolor. Un urgente taxi lo llevó hacia el hospital más cercano. Apendicitis. Rulito fue operado y quedó internado. El crack quedaba descartado para la revancha. Para sorpresa de todos, la recuperación de Moreno fue asombrosa. No parecía humano. El sábado estuvo entrenando junto a sus compañeros. Nadie lo podía creer.

 

LA HUELGA 

 

River fue campeón en 1937. Fue la temporada que Arsenio Erico convitió 47 goles con la camiseta de Independiente. Los Diablos Rojos fueron el gran equipo de 1938, campeones con 115 goles convertidos. En 1939, Independiente mantuvo su tranco de campeón, pero en la segunda rueda del campeonato, River hilvanó una serie de nueve victorias consecutivas y tenía una carta a su favor: recibía a Independiente sobre el final del campeonato.
José Manuel Moreno en 1939.
En la semana previa al clásico ante Independiente, Liberti le exigió conducta al crack. Sobre todo, porque Capote de la Mata, el mejor jugador de 1939, era la antítesis de Moreno: un monje de clausura que a las 9 de la noche dormía plácidamente. Liberti obligó a su figura a concentrar en su casa durante toda la semana. Nada de milonga y alcohol. Moreno cumplió al pie de la letra y el sábado se unió a sus compañeros en la concentración del Monumental. Con el partido postergado, Moreno gambeteó la marca del club y aquella noche del domingo se hizo muy larga. Liberti se enteró y le marcó la cruz. Años después, Moreno recordó lo sucedido en la previa de aquel clásico ante los Diablos Rojos:
“Todos me criticaban por la vida desarreglada que llevaba, por estar siempre metido en la milonga y darle tanto al trago. Un dia prometí cambiar y cumplí. Toda la semana previa al clásico me acosté temprano y tomé solamente leche. Me costó un triunfo, pero lo conseguí porque siempre fui un tipo de mucho amor propio. El domingo jugamos contra Independiente. Perdimos con aquel gol de Vicente de la Mata que se gambeteó a todo el país y yo fui un desastre. A los quince minutos sentí que me ahogaba. Era la falta de constumbre. Imaginate: no transnochar, no probar alcohol
Aquel jueves 12 de octubre de 1939, Independiente derrotó 3 a 2 a River con el mítico gol de Vicente de la Mata que gambeteó a todo River, incluído – y dos veces – al propio Moreno. Apenas finalizado el partido, la Comisión Directiva de River Plate decidió la suspensión de Moreno por tiempo indeterminado. Cuando los jugadores conocieron la determinación se reunieron y decidieron tomar una medida de fuerza: huelga hasta que se levantara la suspensión a Moreno. La directiva del club fue inflexible y el domingo ante Atlanta salió a la cancha un equipo de juveniles y extranjeros. Nacían Los Guerrilleros. Un equipo que jugó las últimas nueve fechas del torneo de 1939 y consiguió siete victorias. La figura de ese equipo era un juvenil de 21 años tapado en su posición por Moreno. Era Ángel Amadeo Labruna.

 

LA MAQUINA

 

En enero de 1940 fue levantada la suspensión a los jugadores huelguistas. Moreno volvió al equipo, pero Labruna no podía salir del equipo y Moreno se ubicó por derecha. La Comisión Directiva buscó mano dura para un plantel díscolo y contrató al europeo Franz Platko, quién planteó entrenamientos estrictos, largas concentraciones y marcas personales. El comienzo de la temporada de 1940 fue un fracaso. 23 de junio de 1940. Luego de igualar ante Ferro en el Monumental, Moreno le dijo a Platko todas las barbaridades que tenía atragantadas. El húngaro duró 11 fechas al frente del equipo. La directiva decidió que Renato Cesarini volviera a dirigir al equipo.

 

La Máquina. Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Deambrosio. Una de las más brillantes expresiones de juego asociado del fútbol argentino.

 

1941 fue un año fundamental en la historia deportiva de River Plate. Los millonarios peleaban el campeonato junto a San Lorenzo y Newell´s Old Boys. Los Gauchos de Boedo tenían en Rinaldo Martino y el vasco Isidro Lángara el gol asegurado. Los rosarinos sumaban en ataque a Gayol, Morosano y al notable René Pontoni. River Plate tenía en el santafesino Roberto D´Alessandro un delantero tan fenomenal como olvidado por la historia. Era alto, fuerte y tenía un notable olfato goleador. Había llegado a River desde Rosario Central en 1939 y sus números con la banda roja son envidiables: hasta 1943 – año en el cual fue transferido a Racing por la fortuna de $60.000 y una maratónica asamblea de socios que decidió venderlo – el rosarino marcó 52 goles en 59 partidos. Evidentemente, no había nacido para héroe: en la Academia también tuvo registros sensacionales (64 goles en 99 partidos) pero se marchó justo antes del tricampeonato 49/50/51.
El ataque riverplatense, hasta aquel septiembre de 1941, estaba conformado por Juan Carlos MuñozJosé Manuel MorenoRoberto D´AlessandroÁngel Labruna y Adolfo Pedernera. El 31 de Agosto, ante muy poco público, un River segundo en el torneo, perdió un punto increíble ante Gimnasia. Ganaba 3 a 0, pero en el segundo tiempo los triperos igualaron. Esa tarde, San Lorenzo goleó a Ferro y parecía que se iba hacia la gloria. A la semana comenzó la recuperación. Con algo de trampa, porque River y Ferro igualaban 1 a 1 en Caballito hasta que Moreno metió la mano – una especialidad de la casa – y consiguió el gol in extremis de su equipo.
Pero la Máquina nació por una acción fortuita. Una semana más tarde, en horario matutino, River recibió a Rosario Central. Nadie brindó importancia al partido. Sobre todo porque a la tarde jugaban San Lorenzo-Independiente. Los $3.514 recaudados en Núñez no se comparaban con los casi 15.000 de  Racing-Banfield o los más de 40.000 del clásico en el Gasómetro. Pero aquella tarde sucedieron dos hechos fundamentales: regresó al primer equipo Aristóbulo Deambrossi la lesión de D´Alessandro. Lo que debió ser un fastidio en los escasísimos hinchas presentes, con los años fue una bendición.

 

River 5-1 Boca. Año 1941. El festejo del público riverplatense. José Manuel Moreno en andas.
En la semana previa al clásico frente a Independiente. Por sugerencia de Carlos Peucelle, Cesarini probó con un movimiento estratégico vital: Deambrossi de wing izquierdo y Pedernera de centrodelantero retrasado. Labruna quedó como hombre de punta, junto a Moreno y Muñoz que armaban juego desde el ala derecha del ataque. Nacía La Máquina. Aquella tarde de la Primavera de 1941, Independiente y River jugaron más a las patadas que al fútbol. Si hubo juego, lo puso todo la visita. A los 30 segundos le anularon un gol a Pedernera, que se vengó por partida triple: en su nueva posición convirtió tres golazos. El restante lo hizo Tomate Muñoz de cabeza, luego de un centro de Deambrossi que dejó pasar magistralmente Moreno.
Esa tarde San Lorenzo perdió 3 a 2 ante Lanús en el sur. River igualaba la línea de los Santos. El domingo siguiente, River debía viajar a Montevideo para disputar el partido homenaje por los 50 años del club Peñarol. Adelantó para el viernes 26 de septiembre su partido ante Lanús al cual goleó 4 a 0.  El tercer gol millonario fue una obra de arte: caño de Moreno a Strembel, toque a Muñoz, devolución a la carrera y definición del Charro con caño a Yustrich.La consagración llegó dias después en cancha de Estudiantes. Una tarde de 1942, el Mono Deambrossi le dijo a Cesarini: «maestro, porque no prueba a éste chico, Loustau, en algún partido, que vengo medio cansado». Pobre Mono, casi no volvió a jugar. Luego de una paliza del Millonario ante Chacarita, Borocotó, en El Gráfico tituló «River jugó como una maquina«.
Quedará en el recuerdo la lluviosa tarde del domingo 26 de octubre de 1941. River se consagró campeón derrotando 3 a 1 a Estudiantes de La Plata. Otra imágen icónica es la de José Manuel Moreno, convirtiendo un gol de palomita. En verdad, esa acción fue anulada por mano del delantero, pero quedó en el recuerdo por su inmensa plasticidad.

 

 

EN MEXICO NACE EL CHARRO MORENO

 

River repitió el título de campeón en 1942, pero a partir de 1943 será protagonista de nuestro fútbol un equipo de Boca Juniors pura garra y corazón. Los xeneizes se consagraron campeones en 1943 con un punto de diferencia sobre River. Con casi 30 años y diez años de primera división, Moreno era un prócer. Un hombre con una vida noctura conocida y aceptada por los hinchas. No así por los dirigentes, quienes nunca toleraron el desplante de 1939.
En aquella temporada de 1944, Moreno sufrió un bajón futbolístico. El 16 de julio, River debía visitar a Lanús y los dirigentes degradaron a Moreno a la Reserva. Su orgullo no aceptó esa decisión y comenzó un conflicto entre jugador e institución. Ante las amenazas de los directivos, Moreno tomó una decisión llamativa: envió un telegrama de renuncia al Club Atlético River Plate y viajó hacia México, donde lo esperaba el Club España.
El Charro Moreno
En esos días de 1944, la revista partidaria River reflexionó: «Moreno, que nos maravillara con su gama extraordinaria de recursos, que constituyera uno de nuestros más preciados ídolos deportivos, vivirá en adelante en el recuerdo. En nuestro archivo de las cosas inolvidables estará viva, permanente e intacta su constante recordación. Porque, nobleza obliga, ahora que lo hemos perdido, no podemos restar importancia a su ausencia. Se fue en el momento que su juego recobraba su mejor esplendor. Cuando resurgía con la plenitud de sus potentes medios».
Desde un primer momento, José Manuel Moreno fue un fenómeno en México. Cantidades insólitas de público concurrían a presenciar las genialidades del crack argentino. En el Club España compartió ataque con el vasco Isidro Lángara. Cuentan que luego de un partido, un espectador fue a saludarlo y le dejó en las manos varios mexicanos de oro. Moreno intentó rechazarlos, pero Lángara se acercó y le dijo al oido: «– Agarralos Josesito. Aquí es costumbre«.
En México, Moreno fue una celebridad. En la recta final de sus días, en un mano a mano con Osvaldo Ardizzone, el Charro recordó aquellos días en México: «En el 44 me fui a México, al club España, y con buena plata para aquel entonces… ¡Gran época aquella! ¿Sabes qué pasó? Que yo la conquisté a toda esa gente porque me di entero en el fútbol, en la amistad, en el trato con todos… Y ellos me dieron todo… Es que la vida es así… Es el intercambio, es el eterno juego el ida y vuelta… A veces pienso que tuve suerte, que la vida siempre me tiró una ayuda grande… Porque fui allá y me salieron las cosas tan bien que salimos campeones… Y entonces recibí los mejores halagos de toda esa gente, que es muy macanuda, muy hospitalaria para con aquel que es gente con ellos, ¿te das cuenta? Entonces se me abrieron todas las puertas, coseché amigos en todas partes… Y principalmente en la noche, ¿para qué voy a negar? Siempre me cautivó…
Moreno junto a Tania y la actriz Sara Wast. Los locos días en México. Año 1945.
Íbamos al lugar más bacán de la ciudad de México… El famoso Patio… Allí concurría toda la gente de moda, artistas, toreros, cantantes… Allá estaban actuando Amanda Ledesma con Chupita Stamponi… Preguntale a él, que después fue a vivir conmigo… Fue cuando me vestía de charro con unas pilchas de primera… Allí conocí a Errol Flynn, a Bette Davis. Allí cerca mío, tomando una copa… Y yo siempre fui bastante aficionado a esa vida, a la gente que está en eso… Hasta a veces pienso que pude haber sido tal vez artista de teatro, de cine. .. Por ese tiempo era la gran temporada de los grandes matadores españoles… Y de ellos me hice gran amigo… También era la gran época de los boleros…, ¿te acordás? Y fui casi inseparable de Agustin Lara cuando estaba casado con María Félix… Íbamos a los toros con Jorge Negrete, con Tito Guizar, con Cantinflas… Y me gustaba andar de charro, porque pensaba que ésa era una manera de retribuirle a toda esa gente su amistad, su hospitalidad. Hasta lo entendían como un homenaje que yo les tributaba a ellos…

 

LA SEGUNDA ETAPA EN RIVER

 

Luego de dos años en México y conseguir un campeonato, Moreno entendió que era momento de regresar a casa. Surgió un serio conflicto. La liga mexicana no estaba afiliada a FIFA, por ende, su pase seguía siendo de River Plate. Moreno tenía todo arreglado con Racing Club y comenzó a entrenar con el equipo. River exigió su inmediata incorporación en un litigio que concluyó en el Ministerio de Trabajo, que falló a favor de la institución millonaria.  Luego de dos años, José Manuel Moreno volvía vestir la banda roja. El Charro, como ya lo conocía el público, regresó a las canchas argentinas el domingo 28 de julio de 1946. Aquella tarde, Atlanta recibió a River Plate en el estadio de Ferro Carril Oeste. No cabía tanto público para presenciar el regreso del ídolo. Continuas avalanchas hicieron que cediera el alambrado de la calle Avellaneda. Aquella tarde, sin la presencia de Ángel Labruna, Moreno volvió a su vieja posición de insider izquierdo. River formó con José Soriano; Ricardo Vaghi y Eduardo Rodríguez; Norberto Yácono, Néstor Rossi y José Ramos; Juan Muñoz, Antonio Báez, Adolfo Pedernera, José Moreno y Félix Loustau.
River ganó 5 a 1 y Moreno convirtió tres goles. El tercer gol, un poema: tiró un sombrero al central José Bedia, la bajó con el pecho, y antes que la pelota toque el suelo, la tocó con infinita calidad junto al palo derecho. Su festejo colgado de la red es parte de una época. Había vuelto José Manuel Moreno. El Fanfa. El Charro. El campeón mundial del amor propio.

 

28 de julio de 1946. Moreno volvía a vestir la camsieta de River Plate. Fenómeno popular en las tribunas. (Foto: Museo River)

 

San Lorenzo fue campeón en 1946. Tal vez, la mejor expresión azulgrana en su historia. Para 1947, River tuvo la sensible baja de Adolfo Pedernera. Para Moreno, Adolfo fue un hermano de la vida. Los millonarios conformaron un equipo notable alrededor de un delantero juvenil con una velocidad supersónica llamado Alfredo Di Stéfano. Un equipo para recordar: Héctor Grisetti; Ricardo Vaghi y Luis Ferreyra; Norberto Yácono, Néstor Rossi y José Ramos; Hugo Reyes, José Moreno, Alfredo Di Stéfano, Angel Labruna y Félix Loustau.
En aquel 1947, el Charro fue protagonista de un episodio singular. El domingo 15 de junio, River visitó a Estudiantes de La Plata. Partido igualado 1 a 1 hasta qué, en el minuto final, un tiro libre desde la izquierda ejecutado por Félix Loustau sobró al arquero Ogando y Francisco Rodríguez – remplazante de Labruna – conectó a la red. Los jugadores locales pidieron infracción sobre el arquero, pero el árbitro Ricardo Riestra sancionó el gol. Una turba de hinchas pincharratas ingresaron al campo de juego con ánimo de ajusticiar al árbitro. Moreno defendió a Riestra a trompada limpia. Por largos minutos dio y recibió. Finalmente, Moreno logró acompañar a Riestra hasta desaparecer por el túnel. El árbitro declaró: «Recordaré mientras viva la valiente y osada actitud de Moreno, Ramos, Ogando y Amándola, que asumieron mí defensa al ser rodeado por la turba«.

En la fecha siguiente, River recibió

 

Ataque riverplatense en 1947. De derecha a izquierda: Hugo Reyes, José Manuel Moreno, Alfredo Di Stéfano, Angel Labruna y Félix Loustau.

 

Campeón y figura en aquel notable equipo que fue la Selección Argentina en el Campeonato Sudamericano de Guayaquil 1947, José Manuel Moreno encaró la temporada de 1948 en un nuevo equipo: el de los casados. Su matrimonio con la actriz Pola Alonso fue la comidilla de aquellos días. ¿Sentaría cabeza el reo de las mil y una noches? el tiempo demostró que no era posible. Pasados los años, en el codo final de su vida, un periodista le preguntó a Moreno por su matrimonio con la Alonso. El Charro la tiró al lateral:
—¿Cómo conoció a su mujer?
—No me acuerdo, supongo que habrá sido en algún cabaret.
—¿Por qué se divorciaron?
—Y qué sé yo; porque nos llevábamos mal. Es que los dos éramos famosos, teníamos mucho trabajo y casi no nos veíamos nunca. Además, yo era un poquito calavera. Pero, por favor, no me haga hablar de esto, no me gusta. Charlemos de fútbol.
Tal vez sin saberlo, aquella temporada de 1948 fue la última del Charro con la banda roja. En noviembre de aquel año comenzó una huelga de profesionales. Un largo conflicto que recién se solucionó a comienzos del año siguiente. El 31 de octubre de 1948 se jugó la última fecha de aquel torneo con profesionales. En el estadio Monumental. River Plate cayó 3-4 ante Independiente. Nadie hubiera imaginado que esa tarde, el Charro Moreno vestía por última vez la camisa de River Plate. Entre 1935 y 1948, Moreno disputó 320 partidos y convirtió 179 goles millonarios. Fue protagonista de cuatro títulos: Copa Campeonato 1936, Primera División 1937, 1941 Y 1942.

 

CUANDO PA´CHILE ME VOY

 

El Charro Moreno con la camiseta de la U Católica.
Su nuevo destino fue la Universidad Católica, de Chile. En tierras trasandinas no sólo se consagró campeón, también es considerado uno de los mejores futbolistas que pasó por el campeonato trasandino en su historia. El paso del tiempo no opacó la figura del Charro en la U Católica. Así lo describe el sitio web del club: «junto con el juego dinámico, de excelente técnica y gran capacidad física, este insider derecho fue clave en agregarle profesionalismo a un grupo de muchachos que dividían su tiempo entre los estudios y el fútbol. De hecho, muchas veces no entendía cómo Raimundo Infante faltaba a un entrenamiento porque tenía que hacer una entrega o dar una prueba en la Escuela de Arquitectura de la UC. A tanto llegaba su hambre por ganar, que en un partido en el Estadio Independencia en una jugada intrascendente, la pelota le pasó por debajo del pie y su impotencia fue tal que se mordió con tanta rabia un dedo, que terminó por caérsele un diente. Su liderazgo además lo llevaba al camarín. En las concentraciones era un verdadero showman, cantando, bailando y contando chistes, con lo que se terminó por ganar el aprecio de sus compañeros«.

 

VOLVER AL BARRIO. VOLVER A LA BOCA

 

En enero de 1950, Moreno tenía 33 años. Una edad en la cual la mayoría de los jugadores de su generación habían colgado los botines. Moreno, un portento físico, no había sufrido lesiones de importancia y el fútbol era su vida. Luego de su paso por Chile era momento de volver al país. En 1949, Boca Juniors se salvó del descenso en la última fecha. Para la temporada de 1950 estaba armando un equipo que permitiera pelear los primeros puestos. José Manuel Moreno fue tentado por la dirigencia xeneize. El Charro no pudo decir que no. Era volver al primer amor. Era volver al barrio.
La ligazón de Moreno con el barrio de La Boca fue muy intenso. En sus momentos de mayor fama, cuando oscurecía, se dirigía con su coche hasta el barrio que lo vio nacer. Estacionaba cerca del conventillo donde había crecido. Caminaba en soledad el barrio, transitaba las calles de su infancia. Con la penumbra de la noche, y en infinita soledad, se le humedecían los ojos junto al Riachuelo que inundaba la casa familiar. Lejos habían quedado aquellos días, pero muy cerca en su mente y corazón.

 

Domingo 2 de abril de 1950. El equipo xeneize la tarde del debut del Charro Moreno.
«Vuelvo al club donde nunca debí salir«, le confió Moreno a Mundo Boquense. Su debut tuvo un sabor amargo. Domingo 2 de abril de 1950. Primera fecha del campeonato. En cancha de Independiente, Racing recibió a Boca que era dirigido por el húngaro Platko, el mismo entrenador que Moreno había despachado de River Plate en 1940. Aquella tarde Boca formó con Claudio Vacca; Juan Carlos Colman y Juan Bendazzi; Carlos Sosa, Salvador Grecco y Natalio Pescia; Herminio González, José Manuel Moreno, Juan José Ferraro, Francisco Campana y Marcos Búsico. Cuando finalizaba la primera etapa, Moreno salió lesionado. Regresó en la 12º fecha, en un empate 1 a 1 entre Quilmes y Boca. Su primer gol con la azul y oro lo señaló el 2 de julio, en la derrota xeneize 1-2 ante Estudiantes en la Bombonera. El Charro terminó la temporada con 23 partidos y 7 goles.

 

LOS ULTIMOS CARTUCHOS

 

Una joya del archivo. El Charro y Ernesto Gutiérrez. 27 de septiembre de 1953. Racing 4-0 Ferro. Su último partido oficial en el fútbol argentino.
En 1950, Boca compartió el segundo puesto con Independiente. Si bien los años no habían llegado solos. Su nivel era aceptable, pero le costaba mantener el ritmo de un fútbol cada vez más veloz. A comienzos de 1951 realiza una gira por México y centroamérica. Serán sus últimas presentaciones con la camiseta boquense. Lo esperaba, nuevamente, la U Católica. En su segundo paso por el elenco cruzado jugó tan sólo 12 partidos y marcó 2 goles. En 1952, Moreno llevó su fútbol a Defensor, de Montevideo. Año 1952. Con la camsieta violeta disputó 14 partidos y convirtió 3 goles. En 1953 volvió al fútbol argentino. Primero, vistió en un partido amistoso la camiseta del Club Atlético Sarmiento. Fue el 19 de marzo de aquel año, en el triunfo verde 4-2 sobre Platense en el Eva Perón de Junín. Si bien los dirigentes quisieron convencerlo de jugar el campeonato de Primera B, con 36 años, Moreno firmó con otro verde: Ferro Carril Oeste. A esa altura de su vida, el Charro Moreno era un prócer de sienes plateadas en un equipo con muchos pibes. En las Charlas de Vestuario de Abrí la Cancha, Antonio Garabal – un juvenil en aquella temporada de 1953 – recordó a Moreno: «Era un jugador con muchísima clase. Un hombre mucho más grande que nosotros y por eso lo veíamos con infinito respeto«.
El 27 de septiembre de 1953, Racing recibió a Ferro Carril Oeste en el estadio Presidente Perón. Fue el último partido oficial de José Manuel Moreno en el fútbol argentino. La Academia goleó 4 a 0 y Ferro Carril Oeste formó con Roque Marapodi; Rodolfo Pirone y Juan Alonso; Pedro Retamosa, Osvaldo Diez y Osvaldo Fontana; Raúl Nápoli, Julio Salvucci, Ángel Omarini, José Moreno y Antonio Garabal.
Moreno en su etapa de jugador y entrenador de Independiente Medellín.
En 1954, con 37 años, Moreno encontró en Colombia su nuevo lugar en el mundo. Entrenador y jugador de Independiente Medellín. En Antioquia se consagró campeón 1955 y 1957. Tiempos en los cuales compartió equipo con José Vicente Grecco, un bahiense que se cansó de meter goles en el DIM.
En esos días que se desdobló dentro y fuera del campo de juego surgió una anécdota sabrosa. En 1956, River realizó una gira por Colombia y enfrentó al DIM. Moreno se dio el gusto de jugar contra su club de toda la vida. Lo marcó un juvenil que le pegó sin respetar el documento y el currículum. Cansado de las patadas, el Charro preguntó quien era. Pipo Rossi le aclaró: «Es Juan Carlos Malazzo». Moreno miró extrañado y respondió: «¿El hijo de Chiche?». En la primera pelota que se cruzaron, Moreno fijo al pibe y con una sonrisa le dijo: «Cuidado pibe, mirá que yo jugué con tu viejo y te tuve en brazos«. Esteban Malazzo había sido compañero del Charro entre 1935 y 1940.
Los viejos hinchas del DIM aún recuerdan una noche magnífica de Moreno. Fue en febrero de 1957. Amistoso entre el equipo colombiano y Boca Juniors. Con 40 años, el Charro fue la figura estelar de la goleada 5 a 2 de su equipo.

 

CHARRO DT

 

En 1958, Moreno regresó al país para continuar su carrera de entrenador que había iniciado en Colombia. Como todo en su vida fue intenso. En 1958 dirigió en forma simultánea a All Boys y Boca Juniors. Con el club de Floresta mantuvo un idilio muy especial. Vecino del barrio – vivía en Morón y Fonseca – dirigió al Albo en tres ciclos. El primero, entre 1958 y 1959. Luego en 1963, donde perdió el ascenso a Primera B frente a Villa Dálmine. Su última etapa fue 1970.
El Charro DT xeneize junto a Eliseo Mouriño.
Dirigió a Boca Juniors.entre noviembre de 1958 y agosto de 1959, cuando regresó al DIM colombiano. Con 43 años, disputó un puñado de partidos oficiales hasta qué, en 1961, llegó el punto final para una carrera que duró 26 años. El 27 de septiembre de aquel año, José Manuel Moreno jugó su último partido. Un amistoso ante Boca Juniors. Ingresó en el segundo tiempo, jugó un rato y antes que finalice el partido, Rulito de la Boca, el Fanfa, el Charro, levantó los brazos, saludó al público y se retiró para siempre del fútbol. Tenía 45 años.
Entre 1962 y 1963 dirigió a Colo Colo. En 1964, Moreno fue contratado por River Plate. Su paso como entrenador millonario fue breve: 16 partidos, con 8 victorias, 4 empates y 4 derrotas. En tiempos donde River gambeteaba campeonatos, el Charro no pudo torcer esa realidad.

 

LA VIDA Y EL FUTBOL 

 

A comienzos de la década del 70s, la salud de Moreno comenzó a deteriorarse. Los años de noches y excesos estaban pasando factura. Alejado del fútbol se había mudado a una finca rural en Merlo. Se mantenía con el restaurante El Toro que Llora, en la Costanera Norte y la chapa de lotería en el barrio de Palermo en sociedad con su sobrino Sotelo. «Es mentira que esté en las últimas, lo que pasa es que como yo soy una gloria del fútbol argentino, hablar de mí significa más venta de diarios«, le expresó Moreno al periodista de la revista Siete Días, en 1971.

 

El Charro y su familia. Abril de 1977.

 

En aquellos días se casó con Rosa Balletto, con quién tuvo dos hijos varones, nacidos en 1972 y 1977. Comenzó a dirigir al Club Deportivo Merlo en la Primera C. Su presencia era una conmoción en cada partido. Alberto Lozano, jugador de Merlo en aquellos días, recordó: «Su amor por el fútbol y calidad humana eran impresionantes. Era un ser humano de los de antes. Un tipo que amaba profundamente al fútbol. Una persona que te decía lo que te tenía que decir. A veces, con sincericidios. Un tipo muy efusivo. Su presencia fue una revolución para Merlo«.
La impronta de José Manuel Moreno en Deportivo Merlo fue tan importante qué, pasado medio siglo de su presencia en el club, su huella es imborrable. Por un lado, el estadio fue bautizado con el nombre de José Manuel Moreno y el apodo del club lo víncula a su símbolo: Los Charros.

 

 

A partir de 1977, su salud comenzó a resentirse. Una de sus últimas apariciones públicas fue en la previa de un Superclásico en la Bombonera. La revista El Gráfico había realizado una encuesta con el equipo ideal del fútbol argentino de todos los tiempos. Moreno fue votado como el mejor 8. Previo al partido, le fue entregada una tapa gigante de la revista. La sonrisa del Charro, entradora y vivaz, no presagiaba una despedida.
Su salud estaba minada. En agosto de 1978, una cirrosis obligó a internarlo en el Sanatorio Guemes. Allí estaban sus amigos, como Pipo Rossi y Argentino Ledesma. Insuficiencia hepática y agudo cuadro neurálgico fue el frio parte médico. A las 11:15 de la mañana del 26 de agosto de 1978, José Manuel Moreno partió hacia el otro lado de las cosas. Se había ido el Charro. Con su voz ronca y su pedantería de porteño internacional, como gustaba definirse. Tenía 62 años.
Fue velado en el Club Atlético River Plate y sepultado en la galería 20 del cementerio de la Chacarita, muy cerca de su madre. Dejó cinco hijos: Adriana Ruth, Jose Luis, José Manuel, Juan Manuel y José María. En el dolor de la despedida, Adolfo Pedernera expresó envuelto en lágrimas: «En realidad, demostró más de una vez en la intimidad, que detrás de su apariencia exhibicionista se escondía un tímido ser muy respetuoso de los méritos de los demás. Un gran amigo«. El Dr. Francisco Módico, del Club Atlético River Plate, confesó en el momento del dolor: «José me expresó, como última voluntad, que le diga a la prensa que ya había dejado ese vicio. Que estaba haciendo lo imposible para recuperarse porque sus hijos lo merecían«.
José Manuel Moreno. El Charro Moreno. La Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol lo ubicó como el quinto mejor jugador sudamericano del Siglo XX, detrás de Diego Maradona, Pelé, Alfredo Di Stéfano y Garrincha. En el sentir popular, hubo tres cracks que rompieron todos los moldes: el Charro Moreno, Diego y Lionel Messi.
La historia de Rulito de la Boca. El Charro Moreno. El crack para todos los tiempos que el fútbol argentino jamás debe olvidar.

 

(*) Periodista y escritor. Autor de Héroes de Tiento y Héroes en Tiempos Infames. Conductor de Abrí la Cancha, por Radio Gráfica. Premio Jauretche 2021 a la Investigación Periodística.

 

 

 

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