El mismo se definió como “una pretensión de bachiller derrotada por Pitágoras; un empleado administrativo con gran futuro derrotado por el periodismo”. Fue una firma magistral de la prensa deportiva argentina. Pero en verdad fue mucho más que eso. Sin pretenderlo modeló un estilo que mezcló en forma irreverente lírica, barrio y pases cortos.
Por Carlos Aira
El mismo se definió como “una pretensión de bachiller derrotada por Pitágoras; un empleado administrativo con gran futuro derrotado por el periodismo”. Fue una firma magistral de la prensa deportiva argentina. Pero en verdad fue mucho más que eso. Sin pretenderlo modeló un estilo que mezcló en forma irreverente lírica, barrio y pases cortos.
Osvaldo Ardizzone nació el 10 de noviembre de 1919 como Osvaldo Bramante. Infancia en la Boca del Riachuelo, donde adquirió la sabia erudición del adoquinado, el fútbol, la política y el Conventillo de la Paloma que ofrecía cada una de las cuadras de su barrio. Un sainete bien nacional.
Socialista parido en un barrio que abrazó a Alfredo Palacios, el joven Ardizzone se empapó de la bohemia de aquella Buenos Aires de los 40s. La década infame quedaba atrás y el pueblo abrazaba con alegría la nueva y creciente nación. Tango y fútbol. Noches eternas en el Marabú. La avenida Corrientes le brindó el roce necesario. El Gordo Troilo, de quien fue amigo; Enrique Santos Discépolo, a quién admiró. También los dos cracks que disfrutó: Adolfo Pedernera – con quién cultivó una profunda amistad – y José Manuel Moreno.
Empleado administrativo de Editorial Atlántida, llegó a ser su subadministrador y apoderado. Pero su espíritu treintañero no se permitía una vida entre remitos y balances. A fines de los 50s llegó la propuesta imposible de rechazar. La piba más hermosa le estampó ese beso inesperado. Fue la tarde que Dante Panzeri, director de El Gráfico, lo invitó a sumarse a la revista. El Bramante le dio paso al Ardizzone, su apellido materno.
El administrativo de la editorial se destacó con su estilo pulcro, profundamente urbano; con pinceladas de lunfardo como marca registrada. Durante años analizó partidos con una intensidad que le permitió combinar el juego con los aspectos humanos de los protagonistas. Crónicas para el recuerdo.
El 28 de noviembre de 1971, River venció 3 a 1 a Boca con un equipo conformado por pibes. Ardizzone escribió una nota maravillosa titulada “¡Lástima que Walt Disney no estaba!”:
“Es el juego por el juego mismo. El placer del purrete que devota la torta. Es la cara embadurnada de chocolate y los ojos brillando de picardía. Son los duendes que se meten el juego. Son los magos que empiezan con sus disparatados trucos. Son las hadas que gobiernan las intenciones. La pelota que va y que viene. Que insinúa un destino. Que bruscamente se cambia por otro. Es la humorada. Es el disparate. Y es la armonía. La fantasía. El mundo irreal de los pibes. La pelota que va y que viene. Toque y Toque. Para atrás, para adelante, para los costados. En toda la cancha siempre tres de la banda agrupados. Siempre lo imprevisto. Siempre lo inesperado. ¿Cuál es la táctica? ¿Cuál es el esquema? ¿Quién se acuerda ahora de todos los libros que se escribieron sobre todo esto?No señor, no escriba más libros técnicos. No sirven. Por favor, ¡que nunca los lean los pibes! Por favor ¡que nunca se enteren los chicos que hay libros escritos sobre cuatro dos cuatro y WM! Déjenlos en ingenua y sabia ignorancia. Que sigan con sus juguetes. Que sigan con sus fiestas. Que vayan a ver a Gulliver. Que se diviertan con todo eso que inventan, con todo eso que los divierte…”
En 1976 pasó a la redacción de Goles. Entre diciembre de 1979 y marzo de 1982 publicó sus columnas bajo el título El hombre común. Periodismo al servicio del pueblo.
El papelero que comprendía con lucidez los cambios del oficio:
“No, abuela, ya no son más aquellos escuálidos idealistas de la sempiterna bohemia un tanto anárquica «que perdían la vista» en aquellos ayunos y en aquellas interminables vigilias en las que solían frecuentar el trato de los maestros, a la luz macilenta de un humeante quincé… Ya no sueñan con la encendida defensa de sus improstituibles convicciones. Queda muy poca lírica, abuela. Ahora, prevalecen más las ambiciones que los sueños… Hay otro espécimen que tipifica la profesión. Por otra parte, con un mínimo caudal de notoriedad se puede ser «firma» apetecible… Basta con llamarse Menotti, por ejemplo. O, en todo, caso, Vilas o Reutemann, o podría llamarse Omar Sívori… Una especie de Jet Set del periodismo, que nada tiene que ver con la esencia papelera. ¡Ah manes de Frascarita, de Borocotó, de Last Reason, de Roberto Arlt…!».
Lo suyo no fue sólo fútbol. La noche, la poesía y el tango lo atraparon definitivamente. La dicción perfecta, la voz justa, el tono abarcador.
Si en 1931, Raúl Scalabrini Ortiz inmortalizó al Hombre que está solo y espera, Ardizzone encarnó al arquetipo del hombre común. En las páginas de Humor, mostró las uñas de tenaz polemista. ¿Podía Minguito Tinguitella considerarse el arquetipo de ese hombre que sufría, amaba y yugaba todos los días con un cachito de ilusión y esperanza?
La sensibilidad a flor de piel. Cuando en enero de 1981 el futbolista Hugo Pena murió electrocutado de forma absurda, Ardizzone sentenció: “A la muerte hay que matarla”.
“Esta maldita vida que uno tanto quiere” se apagó el 8 de enero de 1987, víctima de una larga enfermedad pulmonar.
La muerte de un hombre común que encarnó, en su condición de papelero, al ser nacional.
¿O hay algo más común que la muerte?
Periodista y escritor. Autor de Héroes de Tiento y Héroes en Tiempos Infames. Conductor de Abrí la Cancha, por Radio Gráfica FM 89.3