El 28 de diciembre de 1924, Chacarita Juniors derrotó 1 a 0 a Bristol y ascendió a Primera División. Hace un siglo, los tricolores se metían en el fútbol grande. Una historia de Héroes de Tiento.
Por Carlos Aira
(Texto de Héroes de Tiento – Ediciones Fabro, 2015. Permitida su reproducción citando fuente y autor).
Domingo 28 de diciembre. Día de los Santos Inocentes. Jugadores, hinchas y dirigentes que iban llegando a Iriarte y Vélez Sarsfield eran conscientes de la trascendencia del partido. Final del campeonato de Intermedia. Ascenso a Primera u ostracismo. Chacarita Juniors y el Club Bristol se jugaban su futuro.
La camiseta de Chacarita siempre fue atractiva. Más con los cordones en el cuello. La tricolor. Rojo por aquella herencia socialista nacida en el comité de Dorrego y Giribone. Negro fúnebre. El Barrio de las Chacritas, que gracias al cocoliche porteño se trocó en Chacarita. Las quintas de hortalizas se convirtieron en camposantos cuando la fiebre amarilla de 1871 transformó esas tierras fértiles en el Barrio de los Muertos. Y esa sofisticada línea blanca pureza. La que hace especial a la camiseta.
Pero el club escondía una historia. Fundado en 1906, hacia el año 1912 la institución flaqueó. Sus socios se dispersaron y le dieron la extremaunción. Recién en 1919, gracias al encomiable esfuerzo de los hermanos José y Manuel Lema, chaca revivió. El 26 de agosto de aquel año, en una reunión de socios realizada en la sede, una lechería ubicada en Jorge Newbery y Charlone, Chacarita Juniors resucitó entre los muertos.
Los muchachos del Bristol eran realmente desafortunados. Su camiseta no decía mucho: azul y blanca a rayas verticales. Encima su nombre, de pretendida raigambre británica, perdía su supuesta elegancia cuando los cusifai de gorra lo pronunciaban Bristo y los cronistas deportivos, en su mayoría grandes reos, también lo publicaban sin la L final.
Huracán fue el estadio designado para el partido. Pero el martes anterior a la final, la dirigencia de Chacarita reclamó el cambio de escenario. Sucedía que Bristol tenía su sede en Parque Patricios, sobre la calle La Rioja, y entendían como una desventaja disputar un partido determinante en el barrio de su contrincante. Finalmente, y a regañadientes, los funebreros aceptaron jugar en Sportivo Barracas.
En aquella previa, los más nerviosos fueron los mandatarios. José Díaz, Presidente de Bristol, confesó con total honestidad que el ascenso era la única posibilidad de crecimiento institucional. Por su parte, Manuel Lema, titular de Chacarita, declaraba que su club a comienzos de 1923 tenía una deuda de siete mil pesos pero que ya había sido saldada. Soñaba que el potrero de la calle Humboldt se convirtiera en algo digno: “Si salimos campeones rodearemos el field de material y chapas de zinc. Además construiremos una tribuna oficial, gradas alrededor del campo de juego y no descuidaremos la construcción de canchas de tennis y basketball”. Lo dicho, el partido definía la posibilidad de iniciar una vida de progreso, real, efectiva o vivir en la precariedad.
El cambio de cancha cayó muy mal entre los simpatizantes. El estadio de los barraqueños no tenía techo salvo en la onerosa tribuna oficial y padecer calor se podía pagar muy caro en aquellos días. Por disposición municipal regía una contravención que hoy resulta increíble: ocho días de arresto o veinte pesos de multa para aquel caballero que no tenga puesto saco en lugar público. Esa tarde, setenta porteños que se rebelaron y salieron en mangas de camisa por la vida, terminaron en el depósito de contraventores de la calle Azcuénaga. Crítica, que encabezó la campaña contra ésta medida absurda, interpelaba al Intendente Noel: “¿Aspira a que Buenos Aires sea una ciudad de elegantes engominados, encorbatados y ridículos?».
A pesar de la potencia de Febo y la dictadura de la buena presencia, una multitud se acercó a presenciar la final. La barriada de Patricios acompañó al Bristol. Esperanzados, los hinchas marcharon desde la sede hasta la cancha. Los chacaritenses tenían el barrio a contramano. La distancia era mucha y la zona inaccesible. Algunos se animaron al viaje a la zona sur de la ciudad, mientras que la mayoría de los socios esperaron en la sede de la calle Jorge Newbery 3636 el llamado telefónico esperanzador, al coche apurado con la gran noticia o a la tropa de fanáticos que volvieran festejando, colgados de los tranvías por la Avenida Córdoba.
El amplio favorito era Chaca. En el año había jugado 25 partidos y vencido en 22, empatando los tres encuentros restantes. Antes de comenzar la temporada los preferidos de la cátedra eran Sportivo Olivos y Villa Ballester, pero ambos claudicaron ante ese club que recién en 1920 se pudo inscribir en la Asociación Argentina.
2.017 pesos fue lo que dejaron en boletería los más de diez mil espectadores. Chacarita tomó el control de la pelota desde el primer minuto. Bristol aguantaba. Cuando parecía que el primer tanto funebrero era inminente sucedió un hecho sorprendente, imposible en la actualidad: a los 26 minutos de juego, el Presidente de la Asociación, Virgilio Tedín Uriburu, arribó al palco de autoridades junto a su par uruguayo Atilio Narancio. Una vez que le avisaron a los futbolistas de las ilustres presencias, pararon el partido y dedicaron un triple hurra al visitante oriental. Toda la parafernalia desconcentró a los jugadores chacaritenses.
El ascenso se definió a los 43 minutos del segundo tiempo. Un fallo del back Alessandro le permitió a Rogelio Pérez definir el partido a favor de Chacarita. No hubo tiempo para mucho más. En el fútbol, la pifia de un defensor puede significar una historia en primera división o la reclusión barrial.
Finalizado el partido, cada dirigente, cada jugador y cada hincha sabía lo que deparaba el futuro. Los futbolistas de Bristol se reunieron en la casilla. Hubo rostros tristes. El Presidente Díaz se paró en una banqueta y pronunció un discurso enalteciendo el triunfo de Chacarita, augurándole éxitos en primera división, consiente que el tren de la historia no paró en la estación Bristol y sí en la Chacarita. Brotaban lágrimas de los ojos de Manuel Lema.
De Córdoba al Cementerio, de Lacroze a Dorrego, el barrio se fue de garufa. Cuando la noticia del ascenso se propagó al viejo barrio de las chacritas, la sede se llenó como nunca. Los héroes volvieron al barrio en cinco coches particulares vestiendo aún la bella camiseta tricolor. Entre el equipo se encontraban dos futbolistas llamados a hacer historia por distintas razones. Eran el arquero Eduardo Alterio, Pibona como le decían en el barrio; y Renato Cesarini, que lograba el primero de sus innumerables títulos a nivel mundial.
Hubo festejos hasta la madrugada. Los mismos continuaron por días. La Comisión Directiva organizó un multitudinario picnic de socios en los bosques de Palermo para los primeros días de enero. Chacarita Juniors a primera división. Nacía otra leyenda de nuestro fútbol.
(*) Periodista y escritor. Autor de Héroes de Tiento y Héroes en Tiempos Infames. Conductor de Abrí la Cancha, por Radio Gráfica. Premio Jauretche 2021 a la Investigación Periodística.