El 8 de octubre de 1933, San Lorenzo y Gimnasia jugaron un partido definitorio en el Gasómetro. El Expreso plantese era la sensación de la temporada, pero se veía perjudicado por arbitrajes serviles al poder de la Liga Profesional. Para la historia: la sentada del equipo platense como señal de protesta. Una mirada a través de la investigación de Héroes en Tiempos Infames.
Por Carlos Aira
Gimnasia y Esgrima La Plata y su sentada histórica. En el húmedo césped del Gasómetro, once hombres y su huelga de voluntades. El problema no era el fútbol profesional sino el comercio en estado salvaje. El fútbol porteño bajo el desmanejo impune de los poderosos y su brazo ejecutor: el arbitraje. Domingo 8 de octubre de 1933. Dos goles en juego, uno imposible y cuatro vergonzosos. San Lorenzo 7-1 Gimnasia. Cuando el reloj marcó los 45 minutos del segundo tiempo, los futbolistas triperos se levantaron del césped e iniciaron su vuelta de honor. La tribuna azulgrana regaló al Expreso una ovación con aroma a dignidad.
EL LABORATORIO DE EMERICO
Septiembre de 1932. Emérico Hirschl, húngaro, 32 años, fue nombrado adiestrador del equipo profesional de Gimnasia. Alto como un álamo, Hirschl llegó al país en mayo de 1931 junto al Hakoah All Star estadounidense. El húngaro cambió los hábitos de trabajo: entrenamientos diarios en horarios estipulados y novedosa responsabilidad táctica. Se encontró con un equipo sin estrellas, pero obediente y convencido. Hirschl importó la WM que potenció una línea media imbatible: Montañez-Minella-Miguens. La imaginación popular los bautizó Las tres M. Por primera vez. un equipo argentino tenía su fuerte en el mediocampo. El ataque debía ser mecánico. Combinaciones cortas y veloces, con insiders retrasados que llegaran al gol. Fútbol de laboratorio. El trabajo sobre la capacidad individual. En términos numéricos 2-3-3-2. Ese esquema táctico se lo bautizó Sistema.
Gimnasia fue la grata revelación de las últimas fechas de 1932: seis goles a Atlanta y Boca. Victoria 2 a 1 ante el líder Independiente y empate 4-4 ante San Lorenzo en Boedo. Más victorias: tres goles a Argentinos Juniors, cuatro a Chacarita y cinco a Tigre. Seis triunfos y un empate. El Expreso del triunfo, los bautizó el periodista Carlos de la Púa.
TRABAJO
Gimnasia fue la gran sensación de la primera rueda del campeonato porteño de 1933. El Expreso combinó jóvenes, como Arturo Naón y Oscar Montañéz, con veteranos del siglo XIX. Humberto Recanatini y Miguel Curell eran de 1898. Reca parecía un pibe. Como si el aire del Bosque hubiera sido una fuente de juventud. El viejo crack tenía devoción por su entrenador: “Su educación es tanta que evita cualquier insinuación hiriente. Su palabra amiga es consejera y se dirige a nosotros con notable educación. La disciplina que impuso es la razón de las victorias. Es tanta su dedicación que nos desesperamos por hacer las cosas bien, y a veces, al verlo nervioso, adivinamos que hay un punto flojo en nuestra contra”. En aquel 1933, Recanatini tuvo una cábala curiosa: su gorro nunca debía ir perdiendo. Si Gimnasia estaba abajo en el marcador, Reca guardaba su Gath&Cháves blanco en el bolsillo trasero del pantalón. Si el Expreso empataba, el gorrito volvía a cubrir su marote.
El periodismo buceó las entrañas del Expreso. Mundo Argentino envió un cronista y un fotógrafo a una práctica. Las imágenes fueron elocuentes: elongación y plasticidad practicando basquetbol. Trabajo táctico con pelota buscando precisión en velocidad. Sin misterios, Emérico Hirschl explicó la clave del Expreso:
“El método de adiestramiento y adopción de una táctica determinada a medida que los hombres que fueron puliendo en ella y valorando los beneficios de una vida metódica y un entrenamiento eficaz. Es evidente que tales métodos permitieron a Gimnasia recorrer el camino de los triunfos”.
ROJO MIRO
Alberto Rojo Miró era un buen referee. Tal vez el mejor que ofrecía el fútbol porteño. Vecino de Bernal, alto y morocho; bombero policial y padre de cinco criaturas. Antes de arbitrar había sido jefe de Deportes de La Razón de Bernal y arquero de Independiente de Los Hornos. En 1933, con 27 años, era el árbitro más joven de la Liga.
Pero la carrera de Rojo Miró tuvo un partido bisagra. 20 de agosto de 1933. En Villa Luro, Vélez recibió a Boca. El Fortín de Basualdo estaba invicto en la temporada y Boca necesitaba ganar para no perder pisada el Expreso. Clima denso. Demasiado. El miércoles previo al partido, los jugadores velezanos Alfredo Curti, Alfredo Forrester, Carlos Maggiolo, Iván Mayo y Napoleón Seregni denunciaron en su club haber recibido una oferta conjunta de $2.000 para entregar el partido.
En Villa Luro se supieron boleta. Si no pudieron comprar a los jugadores, ¿Quién garantizaba que no tocarían al árbitro? El partido se jugó bajo un mar de suspicacias. Todos sabían que había sucedido en la semana. Antes de la media hora, Boca ganaba 2 a 0. Agustín Cosso insultó a Rojo Miró, quién lo expulsó de inmediato. El juninense se negó a salir. Estaba convencido que el árbitro estaba comprado. Pasaron los minutos y Cosso no dejaba la cancha. No hubo alambrado que resistiera tantos empujones. Aroma a tragedia. La situación se tornó tan dramática que el jefe policial le imploró al árbitro que dejara al goleador en cancha. Rojo Miró se negó y Vélez quedó con diez hombres. Sobre el final, con el partido 0-4, el arquero Curti desvió adrede un penal a favor de su equipo. En Villa Luro se vivió la descomposición del fútbol. Todos dudaban de todos. Cuando terminó el partido, Rojo Miró salvó su vida de casualidad: un hincha, ubicado en lo alto de una torre de iluminación, le arrojó un inmenso tacho de luces que cayó a su lado. Si caía arriba de su cabeza hubiera sido una tragedia.
Rojo Miró no soportó que lo trataran de vendido. Cambió su carácter y eso se notó: cada uno de sus partidos terminó en escándalo. El 27 de agosto, Atlanta derrotó a Gimnasia con gol convertido fuera del tiempo reglamentario. La semana siguiente, Miró salió escoltado de la cancha de Lanús. En un ambiente podrido, Rojo Miró se convirtió en el chivo expiatorio de todos los males.
8 DE OCTUBRE DE 1933
San Lorenzo-Gimnasia. Otro partido de campeonato. Emérico Hirschl no contó con Naón, Delovo y Palomino. El mismo día del encuentro se decidió por Enrique Gainzarain, Ricardo Martín e Ismael Morgada. A las 10 de la mañana se abrieron las boleterías. La hinchada tripera viajó hacia Plaza Constitución en el tren de las 12:15 con la barra de las banderas y el clarín de la victoria. A las dos de la tarde, el Gasómetro estaba colmado. El capitán Fossa pidió aliento a la hinchada azulgrana: “Si cuando San Lorenzo entre a la cancha recibimos el mismo cálido apoyo, puedo asegurar un triunfo sensacional”[3]. El césped estaba muy húmedo producto de la lluvia de días anteriores. La dirigencia local aunó pasiones: en el entretiempo la orquesta de Francisco Lomuto presentaría La Canción del Deporte. A las tres de la tarde salieron los equipos al campo de juego. Una estruendosa silbatina azulgrana recibió a Alberto Rojo Miró, íntegramente vestido de blanco.
Desde el primer minuto, el arbitraje perjudicó a Gimnasia. Media docena de off-sides imaginarios frenaron los ataques del Expreso. No hubo protestas; como si los jugadores estuvieran masticando la situación. 37 minutos. Un mal rechazo de Martín permitió a Petronilho do Britos, desde el piso y de espaldas al arco, abrir el marcador. 45 minutos. José María Minella avanzó por el medio. Sin pase disponible remató desde 35 metros y metió la pelota junto al poste izquierdo de Jaime Lema.
Con el final de la primera etapa, la Orquesta Lomuto armó lo necesario para ejecutar la versión instrumental de la Canción del deporte. Micrófonos junto a los instrumentos y una composición que no gustó al cronista platense Monsieur Perichon: “Una obra de pacotilla. Mi amigo Alberto Sancet, cuyas aptitudes filarmónicas son notorias, protestó por la composición de Lomuto. Verdadero pistolero musical. Pero la gente que no entiende de sutilezas artísticas aplaudió al compositor”.
Segundo tiempo. Los hinchas recibieron a los equipos arrojando papel picado. 6 minutos. Una indecisión de Recanatini permitió a Petronilho marcar el 2 a 1. Gimnasia buscó el empate. Ajito Fidel erró dos chances claras. Minella estrelló un remate en un poste. Hasta que llegó la primera jugada determinante. 23 minutos. Enrique Gainzarain ingresó al área; el capitán José Fossa se arrojó desde atrás golpeando al delantero tres metros dentro del área. ¡Penal! Para sorpresa de 50.000 espectadores, Alberto Rojo Miró cobró infracción en el borde del área. Los platenses señalaron su error al árbitro. Sin violencia ni insultos. Dos minutos después, la segunda jugada determinante. Córner para San Lorenzo. Diego García cabeceó y Atilio Herrera, con parte de su cuerpo dentro del arco, estiro sus manos hacia arriba y atenazó la pelota. Estruendo en las tribunas. Rojo Miró señaló el círculo central. Para el árbitro, Banana había metido el tiento dentro de su valla. Inmóvil, el arquero sostuvo la pelota durante un largo minuto. Ángel Miguens no pudo con su bronca y fue expulsado. Imperturbable, José María Minella convocó a sus compañeros y los invitó a sentarse. El marplatense no fue el cerebro de la medida sino su ejecutor. Así lo describió Chantecler en El Gráfico: “La sugestión vino de arriba, de los dirigentes, quienes ordenaron a Minella que se abstuviera de luchar”.
Algunos triperos quedaron parados, inmóviles. Rojo Miró ordenó a Minella continuar el partido. La respuesta del capitán fue que su equipo estaba en juego. Los jugadores azulgranas dudaron. Fue José Fossa quién ordenó convertir todos los goles posibles. Diego García (3) y Gabriel Magán señalaron cuatro goles inmorales. Enrique Gainzarain, de brazos cruzados, esperaba en el círculo central para sacar del medio y habilitar los ataques azulgranas hacia la vergüenza. Luego de la séptima conquista, los locales dieron las hurras y se retiraron. Aplausos. Cuando se cumplió el tiempo reglamentario, Minella llamó a sus compañeros. Saludaron al público y realizaron una vuelta olímpica saludada con aplausos y pañuelos. Para algunos, una histórica lección de decoro.
DESPUES DE LA SENTADA
Todos los cronistas corrieron hacia el vestuario visitante. “Hemos querido darle una lección al referee”, señaló Minella, quien reconoció el triunfo azulgrana: “Ellos jugaron mejor. El triunfo es justo, aunque el juez es muy malo”[7]. Por su parte, el presidente Seara no se asombró por lo sucedido: “Lo de Rojo Miró fue la culminación de lo que viene ocurriendo con consecuencias funestas por la pasividad de la Liga para encarar en serio el problema”.
La actitud de Gimnasia dividió al periodismo. Lito Más, el mismo que había calificado de amargo al Expreso, estalló de bronca: “San Lorenzo obtuvo por sus medios el triunfo que quiso regalarle Gimnasia y Esgrima. Fue injustificadísima la actitud asumida. Tan injustificada como insólita”.
Ultima Hora castigó la decisión gimnasista: “¿Qué sucedería si durante un espectáculo teatral, en disconformidad con el director o administrador, los cómicos dispusieran a interrumpir la función en señal de protesta? El público haría sentir su protesta airada y natural. Los jugadores visitantes malograron una jornada que parecía destinada a una recordación grata ya que involucra un desmérito a la brillante performance sanlorencista, que impusieron gran corazón, sentando un antecedente que puede tener agrias consecuencias. Nosotros creemos que fue una decisión deplorable”.
Monsieur Perichón golpeó a la Liga, responsable de un campeonato con arbitrajes paupérrimos, llenos de sospechas: “Frente al problema, cada vez más pavoroso, de los referees malos es el caso preguntar qué hará el consejo directivo de la Liga. Más que las protestas, incidentes, martingalas y huelgas equipísticas. En el caso particular de Gimnasia llovía sobre mojado. El recuerdo del episodio incalificable de De Dominci había creado en el equipo un estado psicológico especial. Por eso su reacción se explica. Pero explicar un hecho no importa justificarlo. Desde luego se ha creado un precedente funesto, porque si su aplicación se generaliza, quién sabe dónde nos puede llevar”.
La defensa más encendida la enarboló Agustín Selza Lozano, también desde La Cancha: “El fútbol argentino tiene su Mahatma Gandhi. Frente a la fuerza omnipotente que Inglaterra ejerce en la India, el apóstol hizo que sus huestes adoptaran una actitud pasiva y de desobediencia civil. El capitán de Gimnasia, José Minella, hizo lo mismo ante San Lorenzo. Cuando un equipo sufría los errores de un referee sin carácter y parcial, sus hombres atinaban, excitados por tan irritantes fallos, a agredir al árbitro. Este sufría a manos de jugadores y sus hinchas el castigo que merece todo juez parcial”.
Aquella tarde finalizó el campeonato para Gimnasia. No tanto por su ubicación en la tabla – dos puntos debajo de Boca y uno de San Lorenzo – sino por el alcance de su decisión. La directiva tripera no protestó enérgicamente en la liga. En las seis jornadas restantes, Gimnasia sumó tres triunfos, un empate y cayó ante River y Racing. En diciembre de aquel 1933, El Gráfico entrevistó a Alberto Rojo Miró. El árbitro desnudó la red de influencias que se movían detrás del arbitraje en el fútbol profesional:
“Se me ha dicho que hubo la denuncia de un colega mío, cuyo nombre ignoro, en la que yo aparecería como interesado para hacerle perder a San Lorenzo un match contra Chacarita Juniors, por lo que Boca lograría para mí dos ascensos en la policía. Digo lo que me han dicho, aunque adelanto que hace seis meses que renuncié a mi puesto en la policía, por lo que mal Boca podría conseguirme los ascensos”.
Rojo Miró renunció al arbitraje porteño en marzo de 1934. Durante meses dirigió en Rosario. Regresó a Buenos Aires y falleció, luego de una brevísima convalecencia, el 4 de noviembre de 1934. El Expreso de 1933 inventó la categoría de Campeón moral. ¿Pudo pelear el campeonato hasta la última fecha? Jamás lo sabremos: Gimnasia abrazó la inmortalidad moral, pero desistió de pelear hasta el final.
* Periodista y escritor. Autor de Héroes de Tiento y Héroes en Tiempos Infames. Conductor de Abrí la Cancha. Premio Jauretche 2021 a la Investigación Periodística.