Se cumple un siglo de la Pelea del Siglo. El 14 de septiembre de 1923, Luis Ángel Firpo combatió por el titulo mundial de todos los pesos ante Jack Dempsey. Todo un país estuvo pendiente del combate y fue el puntapié para la legalización del boxeo en todo el territorio nacional.
Por Carlos Aira
85.000 espectadores pagaron entrada. No cabía un alma en el Polo Grounds de Nueva York. Jueves 14 de septiembre de 1923. En la Gran Manzana, combate por el título mundial de todos los pesos. Luis Ángel Firpo, argentino, 25 años, 1,89 y 99 kilos de peso, caminó hacia el ring con pasmosa parsimonia. En los últimos 60 días había combatido en seis oportunidades. En una de esas peleas se había fisurado su húmero izquierdo. Esa lesión motivó una discusión con Jimmy DeForest, un viejo zorro de los cuadriláteros que orientaba su carrera en los Estados Unidos. Firpo, que se hizo solo, despidió a su entrenador. Esos 100.000 dólares eran un pasaporte a la fortuna. Sabía que esa noche era su única oportunidad. Enfrente estaba Jack Dempsey, el Matador de Manassa. El campeón hacia dos años que no se subía a un ring. Para Firpo, era ahora o nunca.
Luis Ángel Firpo nació en Junín el 11 de octubre de 1894. Hijo de la inmigración europea, padre italiano y madre española que buscaron en el noroeste bonaerense esa tierra que le habían prometido. Continuos problemas de audición hicieron de su infancia un penoso ir y venir entre su pueblo y la Capital. Con 15 años se despidió de Junín y se radicó en Buenos Aires. Su cuerpo ya era inmenso. Tan inmenso que pronto consiguió trabajo transportando ladrillos refractarios para una empresa propiedad de Félix Bunge, un hijo de la aristocracia porteña con berretín de boxeador. Bunge vio en Firpo condiciones para el boxeo y lo invitó a sumarse a su gimnasio. Año 1916. Tiempos de boxeo clandestino en la Capital Federal por voluntad y decisión de los legisladores que se aterrorizaban con los titulares del diario socialista La Vanguardia y su sensación de vergüenza y horror hacia el boxeo. Años más tarde, un poco leído Dante Panzeri abrazó la misma enmienda.
Firpo comenzó su carrera en 1917 derrotando en el Círculo Universitario al australiano Frank Hagney, quién años más tarde será estrella de reparto en Hollywood. Con el boxeo prohibido en Capital Federal, el gigante de Junín siguió su carrera en Montevideo y Santiago de Chile. Entre 1920 y 1921 combatió esporádicamente en Buenos Aires. Sus presentaciones congregaban a miles de personas; siempre con la vista gorda del departamento de policía.
En enero de 1922 tomó la decisión que cambió su vida: viajó hacia Nueva York en búsqueda de una oportunidad en la meca del boxeo. Allí se contactó con el promotor Tex Rickard, el zar del boxeo neoyorkino, quién orientó su carrera. Para su sorpresa, Rickard se encontró con otro empresario. Firpo tenía muy claro el negocio y con sus primeros dólares contrató a un cameraman para que filmara sus peleas. Nadie entendía como malgastaba aquel dinero. ¿A quién le interesaría ver las peleas de un ignoto púgil sudamericano? La respuesta era obvia: ¡En Argentina y en toda hispanoamérica! Las peleas de Firpo comenzaron a distribuirse por todo el continente generando un inmenso negocio para el boxeador. Luego de noquear a Jess Willard, el propio Rickard anunció el combate entre el argentino y Jack Dempsey.
Argentina vibraba con los combates de Firpo en Estados Unidos. Cuando se confirmó su combate por el título del mundo, no hubo otro tema de conversación. La expectativa fue inmensa. La radio era la gran novedad en materia de comunicaciones. También un negocio próspero y floreciente. Tan próspero que se instaló una antena en Villa Elisa que iría informando por onda corta los sucesos del Polo Grounds. A su vez, un speaker los iría narrando, según como fueran llegando los partes, a quienes pagaran 50 centavos para seguir las acciones del combate en el Luna Park, ubicado en aquel entonces donde se erige el actual Obelisco porteño. ¿Quien estuvo detrás de ese negocio? Si, Luis Ángel Firpo…
Otros debieron conformarse con seguir las alternativas del combate en la Avenida de Mayo junto al Palacio Barolo, el edificio más alto de la ciudad en aquel 1923. El faro del Palacio anunciaría el triunfo de Firpo con una potente luz verde. En caso de derrota, la ciudad se iluminaría de rojo.
Firpo subió al ring con una bata a cuadrados violetas y amarillos, obsequio de Félix Bunge. El combate fue breve e histórico. En el primer asalto, Firpo cayó al suelo en varias oportunidades. Dempsey jamás volvía al rincón y golpeaba al gigante argentino cada vez que buscaba ponerse en pie. Una vez que erigió su corpachón, Firpo logró conectar su firpazo: un golpe corto y voleado de inmensa potencia. Para sorpresa de todos, Jack Dempsey salió despedido fuera del ring, pasando entre la segunda y tercera cuerda. Golpeó su cabeza con la máquina de escribir de un cronista que extasiado escribía lo que parecía imposible. El campeón tuvo la complicidad del árbitro Jack Gallagher, quién le dio mucho más que los diez segundos reglamentarios para retornar al ring. Una luz verde atravesó Buenos Aires desde lo más alto del Palacio Barolo. ¡Firpo había ganado! Buenos Aires era una fiesta con sombreros al viento. Pero la realidad fue otra, Dempsey volvió al ring, el combate continuó y se definió cuando Firpo cayó por novena vez en el segundo round.
El periodista Damon Runyon inmortalizó a Luis Ángel Firpo como El Toro Salvaje de las Pampas. Desde esa noche, miles de argentinos abrazaron al boxeo, convirtiéndose en uno de los deportes más populares del país. El 28 de diciembre de 1923 se promulgó la Ordenanza Municipal que habilitó los espectáculos de box en la Capital Federal. El deporte que las clases más populares del país le arrebataron a la oligarquía.
Luego del combate ante Dempsey, Luis Ángel Firpo se transformó en un próspero empresario automovilístico y ganadero. Realizó un par de combates en 1924, pero sin posibilidad de revancha ante Dempsey, decidió retirarse del boxeo. Intentó volver en 1936, con 41 años, pero su tiempo había pasado. Fue muy prudente con su fortuna y su vida personal. Dueño de varias concesionarias de automóviles y varios campos, ubicados en Junín, Carlos Casares, Ameghino y Luján. Alguna vez, el autor Abel Santa Cruz expresó: «El único mal negocio que hizo Firpo fue comprar un canario que se murió al otro día«. Sobre el final de su vida, y sin descendencia, le transfirió su negocio automotor al hijo de otra gloria de nuestro boxeo, como fue Justo Suárez.
Luis Ángel Firpo, El toro salvaje de las pampas, el patriarca del boxeo argentino, falleció el 7 de agosto de 1960. Tenía 65 años. Una imagen suya, realizada por el escultor Luis Perlotti, da la bienvenida a su bóveda en el cementerio de la Recoleta. Jack Dempsey, su rival en aquella noche del Polo Grounds, estuvo presente en su despedida.
En esos días, Dante Panzeri era director de El Gráfico. Todas las semanas despotricaba contra el boxeo calificándolo como homicidio legalizado. Bajo su dirección, la revista se fue a pique. No podía ser de otra forma: el boxeo es parte del pueblo argentino.
Para nuestro país, Firpo significó más que el mítico gancho de derecha que arrojó al campeón Dempsey fuera del ring. Luis Ángel Firpo fue el hombre que despertó fibras sensibles en un país que deseaba replantear la dicotomía sur-norte. Así quedó plasmado en éste artículo publicado horas antes de su histórico combate por el título del mundo y que es parte de Héroes de Tiento: “Desde más allá del Ecuador los rubios sajones nos miran sin temores. Hay en su indiferencia y desconocimiento un poco de conmiseración y otro poco de egoísmo. Firpo tiene la misión de ubicarnos. Su cruzada por las tierras del dólar a punta a un sueño de liberación, pues él nos ha de dar la libertad de acentuar nuestra patria”.
Periodista y escritor. Autor de Héroes de Tiento y Héroes en Tiempos Infames. Conductor de Abrí la Cancha, por Radio Gráfica. Premio Jauretche 2021 a la Investigación Periodística.