Por Carlos Aira
No daremos fechas. Tampoco nombres o lugares. También preservaremos a la fuente. Pero la historia es verídica y da cuenta de un arreglo dentro del fútbol por demás curioso.
La historia transcurrió a fines de los años setenta. Un grande – muy venido a menos en aquellos días – quería clasificar a las finales del Campeonato Nacional. Ese torneo le era muy esquivo a ésta prestigiosa institución.
En la última fecha, este equipo debía viajar hacia el norte del país donde debía enfrentar a un club que dependía directamente de una fábrica. Ganando, el grande en cuestión tenía garantizada la clasificación. Pero las desventuras que perseguían al club desde hace tiempo hacían dudar del triunfo.
Como la presión era mucha, directivos y cuerpo técnico entendieron necesario arreglar el partido. No querían vivir una decepción como el año anterior, cuando sufrieron una inesperada eliminación cayendo ante un equipo muy chico en su provincia.
Una vez en el pueblo – conocido por un triste apagón – contactaron al arquero del equipo. El mismo aceptó el convite, pero pidió discreción. El pueblo era muy chico y el guardameta sugirió que la reunión se llevara adelante en un lugar íntimo. Ese sitio era el cementerio del pueblo.
Allí fueron todos los implicados. Los dirigentes del club visitante, el joven entrenador del primer equipo, pero el arquero no llegó sólo. Lo acompañaban el 2 y el 9 del equipo. Ellos también querían ser parte del arreglo.
Ellos no figuraban en el presupuesto, pero todo sea por la clasificación, dijeron los directivos de la sufrida institución. Entre cruces, lápidas y viudas de negro se cerró el arreglo.
El partido se jugó con estadio lleno. El sol de diciembre calcinaba al público presente. El equipo del norte era mejor – y para peor – la gran figura era el zaguero supuestamente comprado. Pasaban los minutos y el equipo grande se estaba quedando fuera. En el banco de suplentes, el director técnico repetía a los gritos: «Mierda, como nos cagaron«.
En el último minuto, el recio zaguero cometió un penal. El arquero, obviamente no lo atajó. El grande Buenos Aires ganó. Los dirigentes y su técnico volvieron felices. Algunos muchachos de camiseta roja también estuvieron felices…