En los últimos meses, llamativas decisiones arbitrales han corrido el eje de análisis sobre el rendimiento de las ternas tanto dentro como fuera del campo. El peligro de jugar en el límite entre lo impúdico y el desinterés.
Por Nicolás Podroznik
Cuando el VAR hizo su aparición en el fútbol, quien escribe estas líneas celebró el anuncio. Tras intentos sin éxito por parte de FIFA en pos de brindar justicia y mejorar el arbitraje (como fueron los árbitros junto al arco para determinar goles y jugadas polémicas), parecía que la aplicación de la tecnología podía dar sentido a mejores espectáculos. Se suponía que, al estar en pañales, al VAR solo le quedaba mejorar. Lo cierto es que han pasado varios años ya y los avances han sido casi nulos. Hoy el fútbol es el único deporte en el que, comparado a otros, la tecnología no lo ha mejorado.
En el fútbol han cambiado muchas cosas y otras tantas no van a cambiar. Todos los fanáticos de la N°5 sabemos que este deporte es un negocio y que ciertas influencias -ya sea por localía, peso específico, político o económico- pueden inclinar la cancha hacia un lado o hacia otro. Los que transitamos el fútbol argentino lo sabemos de sobra. Si dirigían ciertos nombres propios de visitante o contra un grande, el hincha de todos los domingos contemplaba el “bombeo” como una posibilidad. Esto desde tiempos inmemoriales.
Allá por mediados de los ’90 -y para gustos de los nostálgicos- los domingos se jugaban todos los partidos al mismo horario. Se esperaba ansioso a la voz del estadio para que anuncie los resultados en el entretiempo. La frutilla del postre llegaba a las diez de la noche con Fútbol de Primera con Macaya y Araujo. Si tu equipo había tenido un arbitraje polémico, contabas con las repeticiones en el programa. Ni hablar de la introducción del Telebeam, un sistema que digitalizaba con la tecnología de la época las jugadas de fuera de juego para determinar si estaban sancionadas correctamente o no. Cuando la imagen llegaba a la pantalla como evidencia, al televidente -sin importar si era del cuadro beneficiado o perjudicado- se le revelaba la certeza. Y todo aclarado. Sin embargo, para los árbitros y jueces de línea era prácticamente un juicio abreviado en el cual las pruebas los colocaban ya sea como gente honrada o directamente como sinvergüenzas. Para cuando nos queríamos acordar, ya era lunes a la mañana. Y nada se podía hacer al respecto del resultado del partido.
Para todo árbitro, el arribo del VAR suponía un alivio para el peso que representa dirigir en la máxima categoría del fútbol argentino. Unos cuantos árbitros cuestionados por sus decisiones se verían salvados por las revisiones inmediatas. Sin embargo, nada de eso ha ocurrido. Por el contrario, las imágenes han expuesto todo aquello que solíamos ver treinta años atrás, y que aún seguimos viendo. Lo que alguna vez se decía sobre el favoritismo del arbitraje para con Arsenal de Sarandí por su vínculo con Julio Grondona, hoy lo vemos con Barracas Central y Chiqui Tapia. El sufrimiento que representaba para un equipo chico visitar a un grande, lo vemos magnificado con el arbitraje VAR que sufrió Argentinos Juniors frente a River en el Monumental hace quince días. Entonces, si la conducta se repite, ¿Qué es lo que cambió?
La tecnología abordó cada una de nuestras situaciones de vida y el fútbol no iba a ser la excepción. En un Vélez-Arsenal de 2015, y cuando aún no estaba permitido el uso de imágenes de manera oficial, Germán Delfino sancionó penal a favor del cuadro local por una mano de un defensor. Todo el banco visitante protestó la sanción. Tras unos minutos, el Pato Abbondanzieri -ayudante de campo de Arsenal- le mostró al árbitro las imágenes desde un teléfono celular en las que se veía claramente que la mano era del jugador velezano. Delfino modificó correctamente un fallo, aunque pasando por encima al reglamento. Esas imágenes estuvieron inmediatamente a disposición. La verdad al alcance de la palma de la mano. Desde ese momento, todo aquel que tuviese un teléfono celular a mano tendría las pruebas para también ser juez. Ya no se podía engañar al público presente. O eso se creía.
Desde hace ya un buen tiempo que en el fútbol argentino vienen presentándose jugadas evidentemente claras que se han sancionado incorrectamente, aún con repetición del VAR mediante: el penal sobre la hora que sanciona Vigliano en aquel clásico de Avellaneda o la escandalosa mano que Pablo Dóvalo no sancionó en el último Sarmiento-Barracas Central son algunos de los ejemplos en los cuales no se comprende las sanciones tomadas con respecto a las imágenes. Esta tendencia ha ido en aumento, curiosamente a la par de la disposición de las pruebas. Esto se pudo comprobar hace dos fechas en el Monumental: tras la mano de Kevin MacAllister que Fernando Rapallini no había visto, gran parte del público presente supo -teléfono celular mediante- que debía sancionarse penal antes que el propio árbitro, quien luego fue llamado al VAR y correctamente señaló la infracción. Esto quiere decir que el público puede saber inmediatamente si la acción era penable o no. Algo similar ocurrió este fin de semana en La Paternal en la jugada de expulsión de Federico Redondo: cuando Milito y su CT vieron en sus pantallas que la infracción cortaba una situación manifiesta de gol, inmediatamente llamaron a un suplente para darle indicaciones. Cuatro minutos después (sí, cuatro) Ariel Penel, tras revisar el VAR, expulsaba al jugador de Argentinos Juniors.
Aquí es donde entramos a hilar fino, en un terreno donde prácticamente no hay interpretaciones posibles, pero que todo termina en un mismo lugar: la indignación generalizada. Como ejemplo, vamos a tomar esta jugada que se suscitó el torneo pasado en cancha de Huracán, en el que el local enfrentó a Barracas Central. La Regla 12, que habla sobre jugar el balón con las manos, puntualiza en que el árbitro debe considerar una serie de circunstancias para determinar si hay infracción o no. La primera de ellas es determinar si la mano se mueve voluntariamente hacia el balón o no. En el siguiente video, se aprecia claramente como el jugador de Barracas Central despega su brazo derecho del hombro y lo dirige hacia la pelota.
Esta imagen la vieron todos los árbitros del VAR. Y a pesar de lo explícito del reglamento y las imágenes, no sancionaron penal. Ante lo abrumador de las imágenes, las opciones para determinar lo ocurrido se reducen a dos: o hubo una clara intención de favorecer a un equipo, o la capacidad arbitral está tan pero tan baja que ni seis árbitros juntos recuerdan el primer ítem que sugiere revisar la Regla 12. ¿Podemos asegurar con pruebas alguna de las dos? Al menos quien suscribe no, pero sí hay algo seguro: sea una u otra, es una brutal y despiadada tomadura de pelo para todos aquellos que disfrutamos del fútbol.
Pensemos en las consecuencias de este accionar. Ya son repetidas las voces de hartazgo sobre esta situación, no por nueva sino por ser evidentemente burda. Y ya no se ciñe a equipos chicos: Boca Juniors fue perjudicado notablemente en aquella llave de Copa Libertadores frente a Atlético Mineiro, en donde se le anularon dos goles lícitos. O River en el Monumental en aquel partido contra Vélez, en la misma competencia. El hincha comienza a sentirse insultado. Antes podía soportar que lo tiren al bombo porque, lo dicho, árbitros localistas y ayudas a los equipos grandes siempre hubo. Pero no va a permitir que lo tomen por tonto. Nadie quiere estar en un lugar en donde lo insultan.
Si hablamos de manos y offsides, la culpa es plenamente de la FIFA que ha decidido manosear el reglamento a punto de tal de generar confusiones todo el tiempo. Ya en la Copa del Mundo fue polémica la cantidad de goles anulados por milímetros. Cuesta comprender por qué la entidad madre del fútbol -que pregona constantemente la idea de “la fiesta del fútbol y los goles”– no da paso a la famosa Ley Wenger, promovida por el ex entrenador francés del Arsenal y actual miembro oficial de la multinacional. La propuesta es muy clara y es diametralmente opuesta a los ridículos que se están viendo últimamente: si tanto defensor como atacante comparten aunque sea una parte de la línea imaginaria trazada en el campo, el atacante se encontrará habilitado. Si la Ley Wenger estuviera vigente, la jugada que muestra la imagen a continuación sería válida. Según las reglas actuales, es fuera de juego. Y es absolutamente incomprensible.
Esta manipulación (por no decir manoseo) del VAR ha escalado tan velozmente que lo que parecía imposible comenzó a manifestarse: aquellos que defendían el uso de la herramienta reconocen sus falencias, mientras que los que la atacaban hoy comprenden que el problema no es la tecnología sino quienes la utilizan. “Son seres humanos y son falibles” es la justificación que se esgrime desde los estamentos arbitrales. Una excusa arcaica que se podía sostener en épocas donde el árbitro no tenía la posibilidad de ver las imágenes en el momento. Aún más: muchos árbitros de los ’90 y 2000 afirmaron que les hubiese gustado contar con una herramienta como el VAR. Entonces, ¿cómo se puede fallar dos veces teniendo la repetición a mano?
El fútbol es un negocio y como tal lo mueve el dinero. El público es consciente de esto desde hace varios años y sabe que hay cuestiones extradeportivas influyentes. Al VAR se lo vendió e instauró como un instrumento para ayudar a los árbitros y traer justicia. Si funcionó en todos los deportes excepto en el fútbol, evidentemente no es culpa de la tecnología. El espectador podía tolerar un error arbitral. Es más: a regañadientes y con algo de bronca, aceptó el contrato tácito y continuó disfrutando del fútbol, aun sabiendo que hay circunstancias que pueden conducir a que su equipo sea perjudicado. Lo que no va a tolerar es, bajo exactamente los mismos parámetros, ser engañado aún con las pruebas al alcance inmediato de su mano.
Las quejas empiezan a resonar. El cansancio se hace notar. A medida que avanza esta tendencia se aclara el panorama y las opciones, tal y como explicamos, se reducen explícita e inequívocamente a dos: o es a propósito, o los árbitros dirigen según sus parámetros y no los del reglamento. Cualquiera de los dos escenarios pide a gritos un rápido giro de timón antes que ocurra lo impensado y, finalmente, la gente comience a alejarse de las canchas.
(*) Periodista / Abrí la Cancha.