Bernabé Ferreyra fue un parteaguas del fútbol argentino. Nacido en Rufino en 1909, sus primeros pasos fueron en Junín, pero apareció con fuerza en Tigre, entre 1929 y 1931. Todo cambió cuando llegó a River Plate en 1932. Nada volvió a ser igual. Bernabé fue el verdadero impulsor del fútbol espectáculo.
Por Carlos Aira
(Fragmento de Héroes en Tiempos Infames. Ediciones Fabro, 2021. Permitida su reproducción citando fuente y autor)
El pase de Bernabé superó cualquier lógica. Caras y Caretas realizó un cálculo del dinero invertido. El dólar cotizaba $3,88; o sea, una inversión de 9.005 dólares. Con ese dinero se podían comprar “11 autos Opel, cuatro cilindros, asientos regulables; 514 trajes derechos o cruzados en casimir inglés; 516.000 kilos de trigo o 693.000 kilos de maíz o 362.000 de lino en el Mercado Central de Frutos; 175.000 atados de cigarrillos Condal sin nicotina; 5.600 pares de zapatos para colegiales en casa Harrods; 14.000 discos del repertorio popular de la RCA Víctor; un año de alquiler para once habitaciones en el City Hotel; 70.000 entradas populares para ver en acción al gran Bernabé”.
Bernabé Ferreyra fue sensación desde su primer partido riverplatense. La tarde del debut marcó dos goles a Chacarita Juniors. Una semana después, ante Tigre, anotó otro par de goles. Por la tercera fecha, River visitó a Argentinos Juniors en San Martín 2115. El fenómeno Bernabé comenzó a sentirse. La dirigencia local amplió las tribunas. Veinte mil hinchas pugnaron en forma titánica por una entrada. Partido cerrado y sin goles, pero al final anotó Bernabé. Ferreyra se convirtió en sinónimo de emoción. Domingo 10 de abril. En Recoleta, River recibió a Los Profesores pincharratas. Se vendieron más entradas que la capacidad del estadio permitía. Nunca había sucedido algo así. Hasta Bernabé, River estaba lejos de Boca o San Lorenzo en las preferencias populares. Todo había cambiado. River goleó y Ferreyra señaló dos goles; uno de ellos, La Nación lo calificó “señor golazo”
Buenos Aires bajo el embrujo de dos deportistas excepcionales. Bernabé y Vito Dumas, el Navegante Solitario, quién atravesó el Atlántico uniendo el sur francés con nuestra capital a bordo del Legh, una humilde embarcación a vela. Si Dumas era exponente del coraje criollo, Bernabé fue un espectáculo inédito. Su presencia atrajo multitudes deseosas de sentir el escalofrío trepidante que generaba el Mortero cada vez que avanzaba y los arqueros iniciaban sus súplicas.
Goles y más goles. Ferro y Quilmes fueron sus siguientes víctimas. Nueve tantos en seis partidos. Séptima fecha. River visitó a Platense. En Manuela Pedraza y Crámer se sumaron los tablones necesarios para cobijar a la mayor cantidad de hinchas posibles. Los Calamares habían contratado a Paulino Ferreyra, porque el duelo entre hermanos debía ser parte del show. Una hora antes del partido se agotaron las entradas. La multitud padeció un apretujamiento inhumano, pero Bernabé no defraudó. River ganó 4 a 0, con tres goles del Mortero; uno de ellos, memorable: Rodolfo Devoto perdió la pelota en el círculo central. Ferreyra recogió el tiento y remató tan fuerte que Sebastián Gualco no atinó a arrojarse. La pelota hizo un ruido atronador cuando golpeó el poste izquierdo antes de meterse.
Con olfato popular, Crítica dispuso un premio singular: una medalla de oro al arquero que resistiera un partido invicto al goleador de los mil apodos: Balazo, El Mortero de Rufino, Berta 42. Para todos los periodistas, Bernabé era medio equipo de River: “Bernabé Ferreyra es fundamental para el cuadro. Su remate codicioso y preciso convergerá en el instante adecuado; si la suerte no lo impide, ira a la red adversaria, una, dos, tres veces. Este y no otro es el secreto de River Plate”
Octava fecha. River venció 2 a 0 a Gimnasia, gol de Bernabé. Una semana después, los millonarios visitaron Basualdo 436. Tarde lluviosa sobre Villa Luro. Vélez inauguró una gran tribuna sobre la calle Pizarro, pero fue insuficiente para tanta expectativa. Faltando media hora para el inicio del partido, una muchedumbre venció los portones y generó una avalancha que pudo ser catastrófica. Vélez ganaba con gol de Salvador Merani, hasta qué, un esperado taponazo de Bernabé igualó el partido.Todo fue Bernabé. El hombre más mentado de la patria. El propio goleador deslizó el secreto de su éxito: “El forward debe tener ojos pegados al arco y estar atento a sus insiders. Yo siempre pido rapidez porque cuanto menos tiempo se pierda en una jugada más probabilidad de éxito”
Los arqueros fueron sus víctimas necesarias. Eduardo Alterio aceptó tener miedo ante la fortaleza de su remate: “A veces pienso que va a matar a alguno. Hay que estar en el arco y ponerle las manos a la pelota cuando la impulsa Ferreyra”. Pibona deslizó que el goleador conocía su arma y no siempre la empleaba: “Cuando se halla frente al guardavallas nunca tira fuerte. Sabe que un pelotazo en la cara o en el estómago puede tener consecuencias fatales, y opta por tirar a un rincón deliberadamente. Contra nosotros perdió dos goles por cuidarme y de eso estoy agradecido”
¿Quién podía frenar a Bernabé? Ángel Bossio, la Maravilla Elástica de Talleres, nada pudo hacer ante un remate cruzado del goleador. En la fecha siguiente, Bernabé le metió tres a Lanús. 18 goles en 11 partidos: “El hombre no sabrá de firuletes académicos ni de picardías malandrinescas. Él se cuida sus extremidades inferiores que valen una fortuna y tira al arco. ¿Que no acierta? Paciencia y mala suerte. Si perfora la red, mejor. Eso fue lo que hizo Bernabé esta tarde”
Domingo 29 de mayo de 1932. River visitó a Racing. Duelo de invictos. La expectativa fue inmensa. Parecía empate sin goles hasta que Bernabé perforó la cortina metálica con un derechazo fulminante. Desde ese momento, la fama de Bernabé fue imposible de medir: “Doce arqueros de reconocida eficacia. Doce arqueros entre los que hay de todo pelo y marca: Bottaso, Bossio, Pardiez, Gualco, Scandone, Curti, Alterio entre otros han caído vencidos por el cañonazo de Bernabé. Ni uno solo ha podido, hasta la fecha, impedir que la tromba que River posee en su línea de ataque no lo perfore. Partido tras partido, Balazo va quemando redes ante el esfuerzo infructuoso de los cuidadores de palos. Más de una vez, y como el domingo, cuando el score permanecía lógicamente sin abrirse, supo conquistar su tantito dominical. A River, si le pusieran Sportivo Ferreyra, nadie podría enojarse”.
Finalizado el partido, Bernabé se dirigió hacia la estación Pacífico. Allí tomó el tren con destino a Rufino. El goleador no vivía en Buenos Aires. En la semana se encontraba en Junín o en su pago natal. Un cronista de Crítica viajó hacia Rufino. No encontró a La Fiera sino al Ñato. El hombre que se divertía cazando perdices y en eternas partidas de truco. Que paseaba feliz con su novia; una morocha que lo enamoró una noche de carnaval, cuando ella quiso tirarle agua desde un balde de metal y terminó provocándole una ventana en la sonrisa.
En la 13° fecha, River recibió a Huracán. El arquero quemero era Cándido De Nicola. Pesaba 25 kilos mojado y era reconocido por sus gruesas rodilleras. De Nicola tuvo una actuación formidable. Bernabé lo probó desde todos lados y no pudo derrotarlo. El partido fue suspendido faltando 17 minutos por falta de luz. Los reos de gorra se preguntaron si aquel arquero de pinta enfermiza sería el primero que la Fiera no derrotaría. Pero la racha de Bernabé se cortó, efectivamente, en el cemento de Avellaneda. 26 de junio de 1932. Independiente goleó 5 a 0 a River. Luego de 16 partidos, Bernabé Ferreyra no batió la meta rival.
Comenzó la polémica por la medalla de Crítica. Néstor Sangiovanni se hizo poseedor al premio, pero aun restaban jugarse los minutos faltantes de River-Huracán. El encuentro se completó el miércoles 13 de julio con una manganeta: De Nicola no defendió la meta de su equipo. Crítica terminó premiando a ambos arqueros. Las medallas fueron entregadas la fría tarde del domingo 24 de julio. En Avellaneda se enfrentaron Independiente y Huracán. Un periodista del diario reunió a ambos arqueros en el círculo central. De Nicola, vestido con chaquetilla azul de jockey, no pudo con la emoción: “profundamente agradecido. Solo hice lo que pude». Sangiovanni, tricota blanca y rostro pétreo, tan solo atinó a decir: “Bueno, está muy bien. Gracias, pero el partido va a comenzar”. Bernabé logró que De Nicola y Sangiovanni sean eternos al no recibir sus goles.
Pero en aquel 1932, Bernabé tuvo una laguna. Tres partidos consecutivos sin goles. Sin sus conquistas, River perdió ante Ferro y Quilmes. Sin los goles de Bernabé, ¿Qué pasaría con River Plate?
“Vento es plata. Plata es money. Cuando a un millonario se le acaba el money, se queda pato y en la miseria. Al millonario que me refiero – ricacho, moderno y deportista – se le están acabando los golazos dominicales de Balazo Ferreyra que definían casi siempre la situación y esa falta de Bernabé está mermando, domingo tras domingo, sus puntos en el campeonato. Desde que la Fiera no moja su golcito reglamentario, River ha perdido. Con dos derrotas, una tras otra como botón de chaleco, ha permitido que los diablitos rojos de Avellaneda lo hayan desalojado de la planta alta, donde venían corriendo con gran ventaja. Por lo que se ve, cuando Ferreyra no hace gol, nadie es capaz de hacerlo y como Balazo no moja hace algunos partidos, cabe preguntar: ¿A los millonarios se les acabó el vento?”.
Finalmente, River Plate se consagró campeón. Los 43 goles de Bernabé fueron determinantes dentro y fuera del campo de juego: en 1931, el fútbol profesional vendió un promedio de 6.552 entradas por partido; en 1932 fueron 8.121 localidades. Bernabé forjó algo tan grandioso como desconocido. Ante la falta de palabras, Monsieur Perichón pretendió explicar lo inédito: “Como no existe en el diccionario de la lengua palabra que traduzca su situación, en honor al gran Bernabé habría que inventarla para él”.
Miles de conjeturas se tejieron alrededor de su remate demoledor. Se dijo que tenía un sobrehueso en el empeine derecho que actuaba de gatillo. Otros hicieron hincapié en los finos zoquetes de seda que el goleador utilizaba debajo de las medias. Algunos proyectaron una teoría singular. El cuerpo de Bernabé era extraño. El periodista Diego Lucero así lo describió:“Tenía cara ancha y chata, cuello corto, hombros levantados, piernas de conformación curiosa, finas, como patadas de tero y unos pies raros, cortos, redondos, casi informes, que parecían muñones. Nadie pudo explicarse cómo le pegaba a la pelota para darles a sus disparos tanta potencia”.
Carlos Peucelle sostuvo que el remate de Bernabé, con pelota en movimiento, fue el más violento de nuestro fútbol: “Una tarde, contra Ferro, agarró dos pelotas de sobrepique y dejó temblando el travesaño. En la semana me encontré con Grimoldi, el arquero de Ferro, y me dijo: ¡Qué animal este tipo! Te juro que sentí como se movía el travesaño y me asusté”. Finalmente, el 12 de marzo de 1972, en la previa de un River-Boca en el Monumental, Bernabé deschavó su secreto en el aire de Radio Rivadavia: “Cuando éramos locales en Alvear y Tagle, le pedía al canchero Fidel López que le pusiera dos cámaras a la pelota. Esa pelota la mojaba y pesaba tres o cuatro kilos. Por la violencia de mi shot, me convenía la pelota pesada”.
Los años 30s fueron suyos. Fue el hombre más caro de su tiempo. Cada renovación de contrato fue un suplicio para la dirigencia millonaria. Se había generado un mito a su alrededor. Se decía que tenía pretensiones estrafalarias, como exigir coches último modelo a cambio de goles en partidos vitales. En cada clásico, la tribuna xeneize gritaba “¡Bernabé! ¡Bernabé! ¡Quiere un auto y no la ve!”. Los viajes a Rufino ya no eran en tren sino en avión: “Un amigo llamado Carlos Spinetto vendía vuelos a Mendoza, y como la pista del aeroclub de Rufino era muy buena, varias veces me invitó a venir en avión. Pero el avión me lo pagaba yo, y no el club o el Banco de la Nación. Me costaba mis buenos 60 pesos. Menos mal que desde Rufino a Buenos Aires no hay agua, sino decían que me mandaban un submarino para llevarme y traerme”.
La fama de Bernabé se reflejó en la película El Cañonero de Giles, filmada en 1936, con Luis Sandrini como protagonista. A modo de promoción, Ferreyra y Sandrini dieron juntos una vuelta olímpica en la cancha de Avenida Alvear. El público los ovacionó mientras en los parlantes sonaba el tango La Fiera, con letra de Francisco Laino y música de Miguel Pedula: “Muchachos, tengan cuidado, que se aproxima La Fiera”.
Desde su debut en 1932 hasta su retiro en 1939, Bernabé marcó 201 goles en 185 partidos con la banda roja. En 1938 y 1939 apenas jugó un puñado de encuentros. Sus piernas maltrechas parecían morcillas, según la curiosa apreciación de su mujer. Lo intentaron frenar de todos modos. Recibió miles de patadas. Nunca un reproche. Una vez le dijo a un defensor: “Para pegar, por lo menos sacate la medalla”. Otra tarde, lo marcó el durísimo José Scarcella. Pepe el Herrero le pegó sin misericordia. En un momento, Antonio de Mare, capitán racinguista, miró a su compañero y con señas pidió que aflojara. Scarcella se acercó al Tano y le dijo: “¡Seguro que no le voy a dar más! ¡Siquiera protesta y tampoco se achica!”.
En 1936 se casó con Juana Bonetto. Tuvo dos hijos: Bernabé y Carlos. En su apogeo instaló un bar en Maipú entre Corrientes y Sarmiento. No le fue bien. Retirado del fútbol marchó hacia Rufino. Regresó en 1941. Había ganado muchísimo dinero, pero su economía quedó maltrecha. Desde 1943 trabajó como ordenanza en River Plate. Durante décadas estuvo a cargo de las canchas de Pelota Paleta. Como recordó Peucelle: “El Ñato si que no tenía cocodrilos en los bolsillos. Por eso ganó mucho y le quedó muy poco”. Siempre tuvo la billetera lista para dar una mano. Hasta en forma de cábala: “Entre la legión de pedigüeños se destaca uno por su originalidad. Todos los domingos espera a Ferreyra en la estación, y conforme lo tiene a tiro, le pide cinco pesos en tono imperativo. El popular footballer, por cábala, gracia u otra cosa, responde al pedido como si se tratara de una obligación”.
Vivió en San Telmo, en la esquina de Perú y Humberto Primo. Siempre fue hincha de Racing pero agradecido a River Plate: “Bernabé a River nunca le falló, pero River a Bernabé, tampoco”, recordó su hijo Carlos. El reuma y el cigarrillo lo tuvieron a maltraer en sus últimos años. Bernabé Ferreyra se convirtió en leyenda el lunes 22 de mayo de 1972. Tenía 63 años.