La polémica vuelve a hacerse presente por decisiones que modifican el resultado de un partido, pero esta vez los ojos se posan en los jueces. Los problemas que acarrean las repeticiones y un camino que conduce a un solo lugar.
Por Nicolás Podroznik
Desde su aparición -e incluso también desde su anuncio- el VAR ha tenido defensores y detractores. Una herramienta con un potencial enorme que ha tenido intervenciones más que polémicas. A todo el barro generado se le suman decisiones arbitrales que remiten a los criterios subjetivos de los propios jueces centrales, pero que van completamente a contramano no sólo de la utilización de la tecnología sino también del propio reglamento. El resultado final de todo esto es la completa incomprensión por parte del resto de los actores, ya sean futbolistas o espectadores.
Aunque en ocasiones se lo señale, el VAR vino a encontrar aquello que está y no se ve. Desde la comodidad del sillón del hogar, el espectador puede ver y sacar una conclusión al respecto de la repetición. Salvo que sea una jugada muy pero muy fina, la resolución suele ser sencilla. Obviamente, en jugadas como la de Matías Suarez frente a Vélez se requiere un análisis que, si bien puede llevar más tiempo, debiera tener una resolución acorde a la dificultad para sancionar. Cuanto más difícil es encontrar la infracción, más fácil debiera ser dar continuidad al juego. Pero es aquí donde nos topamos con la primera piedra en el camino.
La llegada del VAR se suponía que debía facilitar la tarea a los árbitros. Sin embargo, por algún motivo han decidido llevar la minuciosidad de las imágenes al reglamento. Es decir: al tener a disposición éstas últimas al instante buscan el detalle más mínimo, cuando en realidad deberían tomar el camino contrario y resolver sobre lo grosero. La elocuencia de esta situación se evidenció semanas atrás cuando Fernando Rapallini decidió no sancionar un claro penal en favor de Boca frente a Racing. Quizás pudo no haber intención, o se puede considerar que el toque proviene de un resbalón, pero lo burdo (la mano de Jonathan Gómez y el tiempo total en que tocó la pelota) quedó en un segundo plano. Aquí volvió a primar no sólo el criterio, sino que además se decidió sancionar sobre lo intangible (un criterio subjetivo) y no sobre lo concreto (una mano grosera).
Hemos señalado en otras notas que los criterios utilizados según el reglamento comienzan a quedar cortos con respecto a las imágenes que brinda el VAR. Por ejemplo, se contemplan intención y ampliación del volumen corporal, pero no se contempla dirección de la pelota o peligrosidad de la jugada. Visualicen la siguiente acción: un jugador atacante remata de afuera del área muy desviado, pero un defensor tiene su mano en posición antinatural y golpea el balón. Bajo los criterios reglamentarios actuales -y aunque el disparo se vaya a cinco metros por un costado- se debe sancionar penal. Pregúntese qué sentido tiene que un jugador tenga la mano en posición antinatural y se vea sorprendido por un tiro que se va muy lejos del arco. Exacto: la respuesta es ninguno.
Todo futbolero de ley va a estar de acuerdo con que el VAR en nuestro país tiene una demora por encima de lo recomendado a la hora de resolver una situación de juego. Desde la dinámica que requiere el fútbol moderno no es lo recomendado y las quejas se acrecientan. El problema reside en que, a pesar que esta herramienta ha resuelto correctamente la inmensa mayoría de las jugadas, hay acciones de evidente similitud que se sancionan de manera diferente. Y es lo que no debiera ocurrir.
Vayamos al ejemplo concreto. En el partido Estudiantes vs. Ath. Paranaense, válido por los Cuartos de Final de la Copa Libertadores, se anuló un gol en favor del local por un offside posicional del paraguayo Morel. El motivo reglamentario fue “obstrucción del campo visual por parte del jugador atacante sobre el arquero rival”. Como se observa en la siguiente imagen, el arquero tiene plena vista sobre la pelota y la posición del jugador pincharrata no incide sobre el accionar de su rival. El gol estuvo mal anulado.
Apenas unos días después, se dio una situación similar en el encuentro que enfrentó a Huracán y a Sarmiento por el torneo local. Un remate de Cristaldo venció al arquero visitante, quien tenía por delante a un delantero rival obstruyendo su campo visual. Al contrario de lo sucedido en La Plata, este gol carecía de validez y aun así fue convalidado.
Dos jugadas diferentes, dos sanciones distintas y ambas equivocadas. Como venimos señalando desde hace un tiempo, el problema no es solamente cómo interviene el VAR y en cuánto tiempo lo hace, sino los criterios que se utilizan a partir de la inclusión de la tecnología para poder repasar una jugada. La subjetividad debería quedar reservada para jugadas que no tengan tamaña evidencia a la vista del público. El contraste es evidente.
La revisión a través de la tecnología supone un desafío: reducir márgenes de error. El detalle permite mejorar la cantidad de sanciones correctas, pero es muy difícil si no se estipulan pautas básicas. ¿Hasta dónde llega el peso de la subjetividad? Si un gol se anula por una obstrucción que no es tal, lo esperable es que ante una situación certera de ese estilo sí se anule, pero ocurrió todo lo contrario. Entonces, el problema real no es el VAR, sino la carente actualización de parámetros reglamentarios con respecto a las nuevas tecnologías y, por supuesto, la insufrible falta de unificación de criterios arbitrales.
La aceptación del VAR y la tecnología es mayoritaria. Tiene mucho por mejorar, siempre y cuando las mentes brillantes que toman decisiones al respecto comprendan que dado el nivel de detalle que puede brindar una repetición, se deben determinar parámetros inequívocos ajenos a cualquier interpretación. Para ser claros: con un reglamento modernizado, el juez que anuló el gol a Estudiantes no hubiese tenido derecho a argumentar que hay obstrucción visual, porque las imágenes muestran que no la hubo. La subjetividad de una opinión no puede estar por encima de la evidencia de una imagen. Si no se modifican éstos parámetros a la brevedad, las sospechas y las suspicacias pueden aumentar de manera exponencial, dejando finalmente sin efecto al propósito real del VAR: hacer un fútbol más justo, que es lo que queremos todos. O quizás no.
(*) Periodista / Abrí la Cancha / Radio Gráfica.