FIFA VS. UEFA: la guerra que puede hacer volar por los aires al fútbol mundial

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La idea de Gianni Infantino, presidente de la FIFA, de realizar la Copa del Mundo cada dos años expuso su tirante relación con Aleksander Ceferin, titular de UEFA. Sin embargo, esto es solamente la punta del iceberg. A continuación, te contamos los porqué de un enfrentamiento que deja al descubierto una realidad que pone incómodos a las diferentes confederaciones y a los propios futbolistas.

Por Nicolás Podroznik (*)

 

El escándalo del FIFA-gate suponía un antes y después en la historia moderna del fútbol. Las condenas alcanzaron incluso a Joseph Blatter y Michel Platini, presidentes de la FIFA y la UEFA respectivamente, quedando inhabilitados para ejercer cualquier tipo de cargo por ocho años. Las redes de corrupción referidas a los contratos de retransmisión televisiva y la elección de Qatar como sede para 2022 fueron puestas al descubierto y todo parecía indicar que era el punto final para los desmanejos eternos de la casa madre del fútbol. Los reemplazantes designados en 2016 por la FIFA y la UEFA fueron el suizo Gianni Infantino y el esloveno Aleksander Ceferin, respectivamente. Ambos prometían un nuevo fútbol y parecían ir de la mano hacia un mismo objetivo, pero el paso del tiempo demostró que no había nada mas alejado de la realidad.

Como si de una partida de ajedrez se tratara, ambos presidentes comenzaron a mover sus fichas. La de Infantino fue decidida: hacer un mundial de 48 equipos. Fue una promesa de campaña con la que engañó a una buena parte de federaciones que anhelaban poder participar de la máxima cita del fútbol. Esta decisión fue tomada por el Consejo de la FIFA en mayo de 2018, a un mes del inicio del Mundial de Rusia. De los 34 miembros de dicho consejo, 15 pertenecen a países que nunca disputaron una Copa del Mundo. Casi la mitad de los votos en el bolsillo. El apoyo más fuerte fue el que le dieron los países árabes, gestores y mecenas de la inmensa mayoría de los negocios relacionados con el fútbol. Infantino se alió con el poder económico.

Por su parte, Ceferin tomó otro camino y fortaleció los vínculos con las diferentes federaciones europeas, pero sobre todo con las pequeñas. Su prioridad fue mejorar y desarrollar la competitividad en Europa, intentando reducir la brecha entre los equipos poderosos y el resto. Una de esas medidas fue modificar el porcentaje de dinero que recibían las diferentes asociaciones según la cantidad de juveniles promovidos. Claramente, esto no ocurre mayoritariamente en las ligas top de Europa, sino en el resto. El resultado fue una redistribución de 600 millones de Euros hacia otras federaciones del continente. La mas perjudicada fue Italia, sin embargo la FIGC no demostró su descontento. El que sí lo hizo fue Andrea Agnelli, presidente de la Juventus y heredero de uno de los imperios económicos más grandes del mundo. Su equipo fue uno de los perjudicados por esta decisión, puesto que el futbol juvenil no es prioridad en el equipo turinés: en los últimos cinco años solamente 17 jugadores formados en el club debutaron en el primer equipo y apenas uno, Gianluca Frabotta, disputó más de diez encuentros. Desde ese momento, Ceferin pasó a ser un enemigo para Agnelli.

Además de ésta fuerte decisión, Ceferin desarrolló la Nations League, una nueva competencia a nivel selecciones que tenía tres objetivos claros: optimizar los calendarios de partidos eliminando la dificultosa tarea de gestionar amistosos, generar un nuevo ingreso fijo a todas las selecciones y, por supuesto, mejorar la competitividad. Todas dirigidas al desarrollo de las selecciones más débiles. Este flamante campeonato otorgó plazas para la Eurocopa 2020 y lo hará también para el repechaje de cara al Mundial 2022. Gracias a este torneo, países con poco recorrido y peso específico como Finlandia y Macedonia del Norte accedieron a la máxima cita europea. De esta manera, Ceferin lograba el apoyo unánime de Europa y así, solapadamente, medía fuerzas con Infantino. Para las fotos eran todas sonrisas. Atrás estaban los puñales. Y la pandemia destapó la olla.

Las pérdidas que sufrió el fútbol europeo fueron cuantiosas: 7200 millones de euros. Una gran parte de esa cifra remite directamente a las cinco grandes ligas del viejo continente y a las competiciones como la Champions League y la Europa League, que son las que mueven un verdadero dineral nucleando a los clubes mas poderosos. Si bien la pandemia golpeó fuerte a estos últimos, más lo hizo con los equipos mas modestos. Por ejemplo, en Alemania los cuatro equipos mas fuertes en cuanto a presupuesto (Bayern Munich, RB Leipzig, Borussia Dortmund y Bayer Leverkusen) crearon un fondo de 80 millones de euros para sostener, de ser necesario, las deudas que pudieran surgir en el resto de los equipos de Bundesliga y Bundesliga 2 (Segunda división). Como cabeza del fútbol europeo, Ceferin decidió seguir profundizando en cambios para que esto no sucediera una vez retomada la actividad. En Marzo de este año, se anunció la modificación del formato de la Champions League. Los puntos mas salientes fueron el cambio de equipos participantes (de 32 a 40) y la extensión de cantidad de partidos a jugar en la Primera Fase (pasan de seis a diez encuentros), a fin de generar mayores ingresos por televisación y cubrir las deudas generadas por el período de pandemia. El asunto fue cuando los clubes mas poderosos se encontraron con que los cupos nuevos estaban dirigidos para equipos de ligas de segundo orden y los ingresos serían distribuidos de manera más equitativa. Las potencias se cansaron, le declararon abiertamente la guerra al mandamás de la UEFA y decidieron anunciar unilateralmente la creación de la Superliga Europea.

A mediados de Abril, y con la voz cantante de Florentino Pérez, Presidente del Real Madrid y uno de los dirigentes con mayor impunidad y protección política del mundo, se daba a conocer al mundo a la Superliga, una nueva competición por fuera del ámbito UEFA que nuclearía a los doce clubes con mayor prepotencia económica de Europa: Manchester United, Manchester City, Tottenham, Arsenal, Liverpool, Chelsea, Barcelona, Real Madrid, Atlético Madrid, Juventus, Milan e Inter. Resultó extraño no encontrar al PSG dentro del grupo fundador, pero sus dueños qataríes fueron cautos teniendo en cuenta que una sanción global podría excluir a las grandes figuras del Mundial a jugarse en su país. Sin embargo, la idea se desinfló en apenas 72 horas. Ceferin amenazó fuertemente con sanciones para todo aquel jugador, club e incluso federación que diese el visto bueno para participar en la Superliga. “Todo aquel futbolista que dispute la Superliga Europea no podrá disputar partidos con sus selecciones nacionales, incluyendo la Eurocopa y el Mundial. La UEFA no sólo se mueve por dinero y ha desarrollado el fútbol. La Superliga es un negocio al que sólo le interesa llenarse los bolsillos. El fútbol tiene otros valores y no vamos a permitir esto”, sentenciaba el esloveno.

Tras sus palabras, se esperaban las declaraciones de Gianni Infantino condenando la Superliga. Sin embargo, el suizo fue mas cauto: “Primero deberíamos escuchar a los clubes. Es mi responsabilidad hablar con estos grupos de interés”. Lo cierto es que para los micrófonos, Infantino se mostraba escéptico y hasta por momentos pareció apoyar a Ceferin, pero en las sombras su idea era otra: según una investigación del New York Times, Infantino seguía de cerca el proyecto e incluso habría sido quien ofició de nexo entre Superliga y JP Morgan, quienes estaban dispuestos a financiar la Superliga. El carácter de seriedad que podía tener el proyecto duró lo que un suspiro. La inmensa mayoría de hinchas de los propios clubes participantes -sobre todo los ingleses- rechazaron la idea en defensa del resto de los clubes, algo inimaginable en épocas de competencia feroz. Ceferín se había fortalecido e Infantino salía debilitado. El mandamás de la FIFA debía mover fichas rápidamente.

La casa madre del fútbol había quedado nuevamente en jaque. El margen de error era mínimo. Tras varios meses de reuniones de bajo perfil y silenzio stampa, Infantino reflotó una vieja idea: que el Mundial se dispute cada dos años. A través de las plataformas digitales y las redes sociales de varias figuras como el brasileño Ronaldo, impulsaron la idea apelando a la pasión de los hinchas y sosteniendo la necesidad de incluir a más naciones en “la fiesta del fútbol”. Nada más alejado de la realidad. Las verdaderas razones de esta decisión son dos: centralizar el negocio de los derechos de retransmisión y debilitar a Ceferin. De oficializarse el Mundial cada dos años, se deberían modificar los calendarios de eliminatorias en las distintas confederaciones. Por ejemplo, actualmente en Sudamérica se utilizan nueve ventanas de dos partidos cada una, a jugarse en un plazo de dos años. La FIFA pretende que esto se pase a hacer en seis ventanas de tres partidos cada una y se realizarían en apenas un año. Un verdadero disparate.

Las respuestas de los diversos actores no tardaron en aparecer. La UEFA se opuso rotundamente, argumentando que sería imposible sostener un calendario bienal con las competiciones europeas vigentes. Los futbolistas también se mostraron en contra, aunque por ahora lo hicieron por lo bajo. Lo que sucede es una contradicción propia de los tiempos modernos: los jugadores son conscientes de sus ingresos estratosféricos pero de momento rehusan alzar su voz por miedo a represalias. Por primera vez en mucho tiempo, se sienten presos de la maquinaria. Por supuesto, los clubes también se mostraron en contra, puesto que el desgaste del calendario pondría en riesgo el capital invertido, puesto que el aumento de partidos en el calendario sería directamente proporcional al aumento de las posibilidades de que un jugador tuviese una lesión. A comienzos de Septiembre fue la Conmebol quien a través de un comunicado rechazó rotundamente la propuesta. Rápido de reflejos, Ceferin quiso llevar agua para su molino y sugirió que podría invitar a Brasil y Argentina a disputar como invitados la próxima Nations League. Infantino sintió que le estaban metiendo la mano en el bolsillo e inmediatamente cruzó el charco para reunirse con los altos mandos sudamericanos.

El suizo arrancó por Venezuela y obtuvo el apoyo de Nicolás Maduro. Tiene lógica: la Vinotinto es la única selección sudamericana que aún no disputó una Copa del Mundo. Luego, estuvo por Colombia y Ecuador. En éste último se reunió con Alejandro Domínguez, presidente de Conmebol. La cordialidad no incluyó concordancia y, de momento, Infantino no obtuvo apoyo. La última parada fue Argentina. La excusa fue la inauguración de la sala VOR (que regirá los destinos del VAR en nuestro campeonato a partir de 2022), pero la verdadera razón era harto conocida: traerse votos a favor para cuando haya se elija hacer o no un Mundial cada dos años. El caramelo que les dio a Claudio Tapia y al resto de los dirigentes corrió por el lado de los clubes, sugiriendo que podía ampliarse el cupo sudamericano en un futuro Mundial de Clubes, competencia que está bajo el ala FIFA.

De momento, la disputa entre Infantino y Ceferin encuentra al esloveno mejor posicionado. Los apoyos están bien repartidos y cada uno tiene sus armas para amedrentar al otro, pero es el suizo quien tiene un poder que aún no se anima a utilizar. ¿Seguirá intentando utilizar las buenas formas para convencer a quien no lo está? ¿O amenazará con convertir las competiciones continentales -como la Copa América- en plataformas de clasificación a los Mundiales para achicar el calendario? Infantino también sabe que deberá pelear con el COI, ya que un Mundial bienal coincidiría con los Juegos Olímpicos. En diciembre se definirá todo.

 

(*) Periodista. Abrí la Cancha.

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