Gatica. El Tigre puntano. Ídolo del pueblo

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El 25 de mayo pasado se cumplió un siglo del nacimiento de José María Gatica. Un boxeador tremendo que dividió las aguas como pocos. Amado u odiado. Jamás fue campeón argentino, pero su coraje, su personalidad y su cercanía al peronismo lo convirtieron en un símbolo de su tiempo.

Por Carlos Aira

 

Nunca le gustó que le dijeran Mono, pero sus facciones simiescas le valieron el obvio apodo. Un apodo que odió hasta el último día de su vida. Leonardo Favio era conocedor de esta aversión que tuvo José María Gatica al mote que se inmortalizó junto a su apellido. En su brillante «Gatica, el mono» (1993), se lo puede ver al actor Edgardo Nieva personificando a Gatica. Vestido de punta en blanco en un dancing de la alta sociedad, Gatica le dice a un presente: «¡Mono las pelotas! Señor Gatica, oligarcón». Querido u odiado. Sin términos medios. Una vida corta que tuvo su pico de fama y popularidad durante los primeros dos gobiernos del General Perón. Sus duelos con Alfredo Prada fueron históricos. Fue el boxeador más famoso de su tiempo sin consagrarse campeón argentino. Luego del golpe del 55, su vida se fue a pique. José María Gatica hubiera cumplido un siglo el 25 de mayo pasado.
José María Gatica nació en Villa Mercedes, provincia de San Luis, el 25 de mayo de 1925. Un hogar humilde de toda humildad. Padre ausente y una madre que trabajaba de sol a sol al frente del almacén que funcionaba en la estación de trenes del pueblo. Una noche un incendio consumió las maderas del negocio y la familia – madre y dos hijos – buscaron un futuro en Buenos Aires.  Año 1936. Enrique Martín es uno de los grandes periodistas del boxeo argentino. Durante más de tres décadas cubrió las grandes peleas del pugilismo argentino. En Abrí la Cancha, el autor del maravilloso libro Narices Chatas recordó al infancia de Gatica: «Tenía tres trabajos: vendía diarios, lustraba zapatos y limpiaba baños. Hacía todo eso a los 10 años. Lo explotaron todo lo que pudieron en todos los lugares y empleos. Hay una anécdota de aquellos días. Gatica guardaba el cajoncito para lustrar zapatos en un bar a cambio de limpiar el baño. Esa fue la explotación de un menor que necesitaba la plata para comer. Es la parte que no se cuenta de la vida de José María Gatica».
Un día cambió la vida de Gatica. Fue cuando se asomó a una ventana de La Misión Inglesa, un edificio ubicado cerca del actual Puerto Madero. La Misión era una especie de consultado británico, donde los marineros ingleses que llegaban al puerto tenían franco iban a comer y también boxeaban en un ring improvisado. Gatica, con 14 años, vio todo eso por la ventana. Abrió la puerta, se acercó y desafió a cualquiera a pelear por plata. «Fue un caso raro porque era bueno sin saber boxear. Se divertía muchísimo», nos señaló Enrique Martín.
Lázaro Koczi fue fundamental en la vida del boxeador. Un peluquero albanés que tenía en el boxeo su gran pasión. Su ojo clínico lo convirtió en un permanente descubridor de boxeadores. Un día Gatica y Koczi se encontraron. Luego de un proceso de aprendizaje. Koczi comprendió que tenía un diamante en bruto. Gatica era un boxeador salvaje determinado por el hambre que padecía. «En poco tiempo, Gatica se convirtió en un gran boxeador amateur, hizo una carrera interesante, y rápidamente saltó al profesionalismo», señaló Martín.
Gatica debutó profesionalmente el 12 de diciembre de 1945. Combate pautado en la categoría Pluma ante Leopoldo Mayorano. En un estadio Luna Park desierto de público comenzó el camino profesional del Tigre puntano, apodo que le gustaba y le sentaba bien. Construyó una carrera que lo tuvo invicto en 11 combates. En abril de 1947, Alfredo Prada, en un combate revancha, le rompió la mandíbula y Gatica no salió al sexto round. Nacía el mayor clásico del boxeo argentino. Un duelo alimentado por el momento político de nuestro país. José María Gatica fue un confeso peronista.
Recuerda Enrique Martín: «En aquel tiempo gobernaba Perón, que era un presidente muy atento a las cuestiones populares, el boxeo le gustaba, vio la mayoría de peleas de Gatica en el Luna Park. Pero en realidad fue el público que lo puso del lado de Perón a Gatica. Él después aprovechó, dice la historia que no se sabe, que en realidad en el duelo era Prada. Pero solamente por ser el rival de un tipo al que Perón saludaba, aunque también lo saludara a Prada, entonces todos los antiperonistas se hicieron hinchas de Prada, que eran los tipos del ring-side, las plateas, la gente de clase de media. Lo curioso, es que Prada era más peronista que Gatica«.
¿Cual fue la justa dimensión deportiva de Gatica? Fue un gran boxeador en una época donde habían grandes boxeadores, sobre todo, en su categoría. En los años 40s y 50s el boxeo competía con el automovilismo se disputaban el segundo lugar en la popularidad deportiva de los argentinos. Gatica era un peleador salvaje, pero el público se dividió por su histrionismo. «Gatica fue un showman espectacular. Un tipo que se vendía a sí mismo mejor que Bonavena. Se vestía en forma estrambótica para la moda de la época. Con trajes cruzados, moñito, sombrero y zapatos de dos colores. Todo eso le vino fenómeno, hasta la famosa grieta que lo terminó sepultando», expresó Martín.
Sus peleas en el Luna Park fueron multitudinarias. Tuvo su posibilidad en los Estados Unidos. Combatió ante Ike Williams en el Madison de Nueva York, pero fue noqueado en el primer round. Derrotó al gran Luis Federico Thompson, pero sus seis combates con Alfredo Prada fueron míticas. Gatica era un peleador de campana a campana. Sin importar absolutamente nada. Con la mandíbula, el brazo roto o lo que fuere. Dando todo por el espectáculo. Eso lo hizo distinto a Gatica. Pasados tantos años de su tiempo han caricaturizado su imagen. Su lugar siempre fue arriba del ring.  Fue un gran boxeador en una época donde era muy difícil en ganar títulos. No fue campeón del mundo, ni siquiera fue campeón argentino. Esto no tiene mucha importancia y se puede explicar, pero arriba del ring fue un grande, con todas las condiciones de que un boxeador de sangre y de raza debe tener.
El golpe de septiembre de 1955 no solo derrocó a Perón y proscribió al Justicialismo, también atentó contra la carrera deportiva de José María Gatica.  Su última pelea fue en julio de 1956, ante Jesús Andreoli, en Lomas de Zamora. Cuando terminó la pelea le dedicó el triunfo al General Perón. Allí se acabó su carrera. Lo que vino después fue el declive. Un paso por el catch junto a la truppe de Martín Karadajian y una vida complicada. Había ganado mucho dinero, pero también lo había perdido. Su final llegó el domingo 10 de noviembre de 1963. Fue a vender muñequitos de diablos en los alrededores de la Doble Visera de Avellaneda. Esa tarde jugaron Independiente y River. Cuando finalizó el partido, caminó por Avenida Mitre hasta el puente viejo. Cruzó para Capital. En la esquina de Herrera y Pedro de Luján no pudo subirse a un colectivo de la línea 295, tropezó y fue atropellado por las ruedas traseras del vehículo. El diario Crónica, la genial invención de Héctor Ricardo García, recién había salido a las calles. La cobertura de la agonía y muerte del Tigre Gatica fue un espaldarazo en sus ventas. La cobertura tuvo mucho de dramático y poco de piedad: «Patético cuadro en el hospital Rawson. El otrora famoso púgil, que derrochó millones, yace en una cama destrozado por las ruedas de un colectivo. En su delirio, un solo nombre: ¡Mamá!». 
Agonizó durante dos días. Falleció a las 20:00 del martes 12 de noviembre en el hospital Rawson. En sus últimas palabras pidió por su madre. Fue velado en la Federación Argentina de Box y su entierro fue en el cementerio de la Chacarita. Lo sobrevivió su hija, Eva, que tiene un gran recuerdo de su padre. José María Gatica tenía 38 años.
«Su primer apodo fue El Tigre puntano. Ese apodo le gustaba mucho. El apodo de Mono era despectivo y discriminador. Provenía de la disputa política que lo tuvo a él como involuntario protagonista. Haría que decir que Gatica era de piel bien blanca y ojos verdes. Lo de Mono surgió de la grieta que aún seguimos padeciendo y que lo tuvo a él como víctima. El se enojaba mucho cuando le decían Mono y eso lo reflejó muy bien Leonardo Favio en la película», señaló Enrique Martín en Radio Gráfica.
En 2013, los restos del Tigre Gatica volvieron a su provincia natal. «Descubrieron que tenían un ídolo propio y empezaron a homenajearlo todo lo que podían. Alguien que hizo mucho por eso es el ex-campeón argentino Abel Bailone, que motorizó bastante para que eso pudiera ser posible para que el recuerdo de Gatica, a partir también de la película de Favio, un poco se enalteció, y no sólo por la cuestión política, que no dice tanto de él», concluyó Enrique Martín.
A un siglo de su nacimiento, José María Gatica sigue siendo una figura atrapante e indeleble.

 

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