Un siglo del primer gol olímpico. Cesareo Onzari y una historia de Héroes de Tiento

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El jueves 2 de octubre de 1924, en cancha de Sportivo Barracas, se convirtió el mítico gol olímpico de Cesareo Onzari. Un fragmento de Héroes de Tiento para recordar un momento sublime de nuestro fútbol.

Por Carlos Aira

(Olímpico – Héroes de Tiento – Ediciones Fabro. 2015)

 

Faltaban pocos minutos para las tres de la tarde. Hacía un calor del carajo en Buenos Aires. Es raro, pero cuando en el estuario del Plata la temprana primavera se disfraza de verano, treinta y tres grados parecen cuarenta y cinco. La sensación térmica, ese invento argentino. Gabino Sosa con la pelota, encarando por izquierda. Le salió José Nasazzi. El rosarino tiró la gambeta corta. La pelota rebotó en la pierna derecha del Mariscal de América.  Córner. Palabra muy gringa, pero con mayor sonoridad futbolera que la española saque de esquina. Cesáreo Onzari, wing izquierdo de Huracán, 21 años, zurdo cerrado, levantó la pelota. Con sus ojos y dedos buscó esa boca cerrada por la curtida lonja de tiento. Se agachó y colocó la globa en el cucurucho, junto a la banderita blanca. Córner desde la izquierda. Osvaldo Zubeldía y Argentino Geronazzo aún no habían nacido. Ambos técnicos impusieron – cuatro décadas más tarde – una tendencia mundial: el córner a pierna cambiada. Estaba de moda pegarle de pala, como lo hacía Perinetti. Había que hundir el pie en la pelota y luego levantarlo con fuerza, haciendo la pantomima de una palada. 2 de octubre de 1924. Los relojes estaban a segundos de formar una L. Cancha de Sportivo Barracas. Jueves laborable. doce minutos del primer tiempo. El jugador de camiseta albiceleste, pantalón y medias oscuras, da unos pasos hacia atrás en línea recta a la raya de fondo. Uno, dos, tres pasos. Onzari…

 

28 de septiembre de 1924. Partido suspendido en Sportivo Barracas.

 

PARIS – LONDRES
El fútbol argentino se revolucionó con el éxito uruguayo en París. El fin de semana posterior a la hazaña, todos los jugadores brindaron sus clásicos hurras en honor a los orientales. Era necesario enfrentarlos. No sólo por rivalidad deportiva, si no por vitales urgencias económicas. La gira del Plymouth fue deficitaria. Finalmente, previo arreglo con AUF, se pautaron dos amistosos. 21 de septiembre en Montevideo y una semana más tarde en Buenos Aires.
Meses antes, el 14 de junio, lejos del Rio de la Plata, el International Board, ente encargado de definir las reglas del fútbol, convocó a reunión extraordinaria. Fundada en 1886 con sede en Londres, es paradójica su representación ejecutiva: las asociaciones británicas (Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte) tienen un voto, mientras que FIFA tiene otros cuatro, que siempre, por reglamento, deben votar en conjunto.
En aquel congreso se discutieron cambios reglamentarios. Finalmente, por insistencia de John Small, delegado norirlandés, se cambió el articulado número 10 del IB, dándole carácter de tiro libre directo al córner. Por su parte, en el artículo 11 se avaló el gol de remate desde el córner. Sancionado el cambio reglamentario, el mismo se divulgó en los diversos boletines, que fueron llegando – con mayor o menor demora – a las distintas asociaciones.

 

MONTEVIDEO – BUENOS AIRES
En el día de la primavera, el Parque Central lució como nunca. La histórica rivalidad rioplatense se potenció. Uruguay campeón del mundo. Eso se notó en las tribunas. Colmadas, eufóricas. Con ganas de refregar todas las medallas doradas en la cara de los muchachos argentinos. Como se estilaba en aquellos años el árbitro del clásico lo llevó el visitante. La designado fue Servando Pérez, el Francés para la tribuna. En la tarde montevideana nuestro seleccionado encontró el empate sobre el final, con un gol agónico convertido por Domingo Tarasconi.
El clima generado en Montevideo caló en los fanáticos locales. Aquel 28 de septiembre de 1924 todos sabían lo que podía pasar pero nadie quiso responsabilizarse. La Asociación designó el estadio de Sportivo Barracas. Como máximo podían recibirse 35.000 espectadores, nunca los 60.000 congregados en Iriarte y Luzuriaga. A las tres de la tarde, horario de comienzo del partido, el estadio se encontró inconvenientemente repleto. Para peor, unos diez mil hinchas sin entradas pugnaban por ingresar de cualquier forma. La policía fue incapaz de contener la marea humana. Cuando los equipos salieron al campo de juego, los uruguayos decidieron volver al vestuario. La Caballería impuso orden con la prepotencia que brindan sables y rebenques. Pasada media hora, los equipos ingresaron nuevamente al field. Aun estaba latente lo sucedido en 1916 en la final del Sudamericano entre Argentina y Uruguay, cuando se anunció la suspensión del partido y los hinchas quemaron las instalaciones.
Se jugaron tan solo cuatro minutos de clásico. La presión de la multitud se efectivizó. En una suerte de dominó humano, más de quince mil hinchas terminaron dentro de la cancha. Suerte que aún no había alambrado en el estadio, sino aquello hubiera sido una tragedia. La policía, desbordada abusó de su autoridad:
Los cosacos, que sintiéndose valientes ante gente indefensa, cometieron las mil y una canalladas. En estos ataques se distinguieron los compadritos cadetes, que dieron riendas a sus instintos de futuros perros”.
Se vendieron 35.000 populares a $1. 7.000 oficiales a $3 y 1.850 sillas junto al campo de juego a $1. Oficialmente, casi 44 mil personas pagaron 57.850 pesos para ver un partido de cuatro minutos en el cual pusieron en riesgo su integridad física. Cuando los hinchas reclamaron la restitución del dinero o utilizar la entrada en una futura reprogramación, las dirigencias negaron enfáticamente la demanda.

 

 

CONSTRUCCIONES DE DEFENSA
Los sucesos de Barracas motivaron un debate sobre la necesidad de pasar al ámbito público la organización del fútbol. Para jugar una revancha, los uruguayos solicitaron la colocación de alambre tejido y garantías de todo tipo. Acordadas las condiciones de seguridad, y no muy convencidos, los charrúas decidieron participar de otro partido.  La revancha se programó para el jueves 2 de octubre. Las medidas de seguridad y control fueron severas. Se fijó una entrada máxima de 15.000 populares y 8.000 plateas. Ambas dirigencias declararon que el partido se disputaba en honor al pueblo argentino. Cuando caía la tarde del miércoles 1 de octubre, a menos de 24 horas del clásico, se terminó de extender el alambre tejido. Decenas de postes habían sido colocados en derredor del campo de juego. Era el alambrado de los olímpicos. Finalizaba una etapa. Arrancaba otra.

 

ONZARI
En la semana previa a la revancha, los uruguayos se quedaron en Buenos Aires. Entrenaron en Boca Juniors y Huracán. Los argentinos en el estadio donde se jugaría el partido. Como la capacidad del estadio estaría acotada, se decidió duplicar el precio de las entradas: $2 la popular y $5 la oficial. Las boleterías se abrieron a las once de la mañana de aquel jueves. Desde temprano la policía de tráfico ordenó el ingreso de los hinchas. Un delegado uruguayo apellidado Rodriguez le ponía fichas a la Celeste en la previa: “tenemos fe en nuestro equipo. Reina el optimismo en nuestras filas». Los jugadores argentinos llegaron en ómnibus. 33 grados de temperatura. Un infierno para esa época del año. Un espectador trepó a lo más alto del cartel publicitario de Casa Mattozzi. Abrió un paraguas y vio desde allí el partido, zafando del calor y el apretujamiento. Porque hubo una infinidad de colados. Se vendieron 23.000 entradas, pero a las 14:45, cuando Américo Tesorieri y José Nazzassi encabezaron las filas de jugadores argentinos y uruguayos, había al menos 40.000 almas en Barracas y otras 10.000 pugnaban por ingresar sin prejuicio de una invasión en regla a las tribunas.
LOX Radio Cultura estuvo presente en el clásico. La voz que surcó el éter hertziano, brindando la primera transmisión de fútbol en la historia mundial, fue la de Horacio Martínez Seeber. Cientos de argentinos, que se multiplicaban cada día, fanatizados por la nueva tecnología, movieron la azulada piedra galena buscando la frecuencia en la cual escucharían el comentario de las acciones.
Los uruguayos, como hicieron en Colombes, dieron la vuelta de honor. Nacía la vuelta olímpica. El  Ministro Agustín Pedro Justo dio el puntapié inicial. Una foto más. El árbitro uruguayo Ricardo Villarino sacó su reloj de bolsillo y miró la hora. Eran las 14:47. Doce minutos después llegó aquel córner…
El pelotazo de Onzari hizo una rara parábola. En aquella época no era habitual el chanfle. Eso vendría después, con los brasileños. Al igual que la folha seca. El remate tomó un efecto extraño. El arquero olímpico Andrés Mazzali quedó ridículo en el piso. La pelota ingresó por el medio del arco. En el momento que el balón traspasó la meta, Villarino tenía apoyado su hombro derecho junto al segundo palo, como oteando la situación. A él también lo sorprendió la jugada. Dudó en cobrar gol, pero convalidó la conquista. Sus compatriotas le salieron al humo. Le reclamaron infracción de Celli en ataque. Otros argumentaron que Onzari no tuvo intención de convertir el gol, que la pelota fue desviada por el viento y era una deslealtad deportiva cobrarles ese tanto tan inmoral a unos campeones olímpicos. A pesar de las protestas, Villarino ratificó su decisión. Cesáreo Onzari entró en la historia. El primer gol olímpico.
Un extraño revisionismo informa que tal vez el primer gol de córner se produjo el 21 de agosto de 1924 en un partido de segunda división escocesa. Lo habría marcado un tal Billy Alston. Podrá ser cierto. Seguramente lo es. Este autor, a pesar de atentar contra la rigurosidad profesional, no piensa regalarle el honor a ningún gringo. Onzari, si es por mí, la gloria es toda suya.
Finalizado el partido, el árbitro fue consultado sobre las razones por las cuales convalidó la conquista. Villarino declaró conocer el cambio reglamentario, y sancionó el gol “aún cuando ésta nueva disposición del reglamento no nos ha sido comunicada a los referees de la AUF”. La historia de un gol que se gestó en 110 días y a 11.087 kilómetros de Sportivo Barracas.

 

 

 

DOLOR Y VICTORIA
A pesar de las protestas el partido continuó. Sobre la media hora de juego empató Héctor Scarone. Apenas un minuto después sucedió una jugada terrible. Los uruguayos fueron en búsqueda del segundo gol. Un pase largo, el wing Pedro Cea que llega a destiempo y el choque brutal con el defensor santafesino Adolfo Celli. Fractura expuesta de su tibia izquierda. Tarasconi y Vaccaro se desmayaron al contemplar la lesión. Onzari se fue llorando del campo de juego. Ernesto Celli, hermano del lesionado, padeció una crisis nerviosa. El partido se suspendió durante doce minutos. Las tribunas insultaban a los uruguayos. Mazzalli se quejó de los agravios y reclamó la suspensión del partido. Villarino llamó a Tesorieri y pidió tranquilizar a los enfurecidos. El arquero fue hasta el alambrado y apaciguó los ánimos, estrenando una forma de comunicación muy particular, tejido de por medio, entre jugadores y exaltados que tiene vigencia hasta hoy en día.
Adolfo Celli, el alemán por su altura y pelo rubio, fue conducido al Sanatorio López, en calle Sarandí. Fue acompañado por el Ministro Justo y José Tamborini, Ministro del Interior. Su hermano Ernesto continuó el partido. Exactamente cinco meses después, el 2 de marzo de 1925, Ernesto Celli falleció del espasmo que le produjo beber cerveza congelada luego de un agobiante amistoso entre Newell´s y Nacional de Montevideo.
El partido se reanudó con Ludovico Bidoglio en lugar del fracturado. El cambio se realizó gracias a la buena voluntad de los orientales quienes permitieron que continuáramos con once. Pero la paz duró poco y se estuvo a nada de un incidente sin precedentes. Nuevamente Cea en el centro de la escena. Le fue muy fuerte al half Segundo Médici, revolcándolo por el piso. Los hinchas querían tirar abajo el alambrado. “Cea, que más que una persona humana parece un caníbal por sus bajos instintos bestiales, hace un foul violento a Médici, lo que produce una silbatina general del público”, se leyó en Crítica.
 Argentina ganó el partido con un gol de Tarasca al comienzo del segundo tiempo. La imagen para la historia de aquel gol es un muchacho, muy bien trajeado, portador de una prominente napia discepoliana, inmortalizado en una fotografía que lo retrata en un salto inmenso a la altura del área chica, con la boca llena de gol y los brazos extendidos con ganas de abrazar a todo el estadio.
Minutos antes del final, Onzari le dijo algo a Andrade. El negro se sacó y lo corrió al wing argentino hasta calzarlo con un derechazo al mentón. Tumulto y más golpes. Llovieron piedras y botellas desde las tribunas. El Jefe de Policía, un tal Jacinto Fernández, ingresó al campo de juego e intentó poner orden. En la trifulca, Héctor Scarone desmayó de un piñazo al agente Humberto Lucero. Ahí se terminó todo. Rasqueta fue detenido en la Comisaría 3°. Recién a la medianoche recuperó la libertad y embarcó en el Vapor de la Carrera.
Hubo excitación en Barracas. Los hinchas argentinos ensayaron un cantito, tal vez el primero de una lista interminable de ese rasgo tan nuestro. Color popular. Desde las tribunas bajó un cándido: “Olímpicos…ja, ja, ja / Argentina…hip, hip…hurrá!”.

 

Periodista y escritor. Autor de Héroes de Tiento y Héroes en Tiempos Infames. Conductor de Abrí la Cancha. Premio Jauretche 2021 a la Investigación Periodística.

 

 

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