Por Carlos Aira (@carlosaira11)
Rosario. Cuna de cracks. Cada fin de semana, un joven nacido en el barrio La Bajada asombra al mundo. Lionel Messi, fenómeno del Siglo XXI. Rosarino de alma y corazón. ¿Pero ese talento nació por generación espontánea? Cuesta creerlo…
Existe una escuela. Un estilo de juego que nació a orillas del Paraná con el primer partido de fútbol. Lionel es la continuidad histórica de una serie de talentos sin par. El primero de ellos fue Gabino Sosa. Un reo de aquellos. Ferroviario, durante casi un cuarto de siglo, entre 1916 y 1939 vistió con un talento sin par la camisa de Central Córdoba de Rosario. En 1923, cuando le convirtió un gol de antología al Plymouth británico de gira por nuestro país, fue El Payador de la Redonda. Campeón con los Charrúas de la Copa Beccar Varela 1933, fue un monstruo de su tiempo, que no fue más grande porque decidió no jugar en el profesionalismo porteño.
La continuidad genética del talento fue con la misma camisa azul con bolsillo rojo. En su ocaso, Gabino transfirió el mandato histórico a un pibe llamado Vicente De la Mata. Jugó poco en Rosario. Con sólo 19 años fue transferido a Independiente. En Avellaneda proyectó su talento sin par. Vicente fue un gambeteador compulsivo. El 12 de octubre de 1939 fue su tarde dorada. Autor de un gol para todos los tiempos. River e Independiente se medían en el Monumental, y De la Mata gambeteó futbolistas rivales desde antes de mitad de cancha. La hinchada enloquecía con sólo verlo. Cantaba: “¿A dónde va la gente? ¡A ver a Don Vicente!”. Ya veterano pegó la vuelta al pago y jugó un par de temporadas en Newell´s Old Boys.
En los fecundos años cuarentas, dos rosarinos coparon la escena. Fueron René Pontoni y Rinaldo Martino. Pontoni, si bien nacido en Santa Fe, mostró en Newell´s todo su arsenal de recursos y talento. Martino, Mamucho para la hinchada, era dúctil y genial. No llegó a jugar en la primera de ningún club de su ciudad. En 1941 fue transferido de Belgrano de Rosario a San Lorenzo. Allí se encontró con Pontoni, donde hicieron historia por años.
Con los años, otro enorme talento surgió de las entrañas del fútbol rosarino. Un talento curioso, porque defender con clase y elegancia es para pocos. A fines de los cincuentas, un rubio llamado Federico Sacchi llamaba la atención de aquellos que los sábados se acercaban a ver los partidos de Tiro Federal. Su estampa de actor de cine, alto, rubio, siempre impecable tenía parangón en su juego: exquisito. Luego brilló con luz propia durante años con la camiseta del Racing Club.
Tomás Felipe Carlovich es el gran mito del fútbol argentino. Debutó en Rosario Central en 1969. Jugó muy poco con la camiseta auriazul. Tan sólo un par de partidos. Luego de un breve paso por Flandria, llegó a Central Córdoba de Rosario. Su estampa era singular. Su andar desgarbado, su altura, y sobre todo su barba de días, eran sus señas de identidad.
El Trinche, como lo conocían en el Barrio Tablada, tuvo su noche de gloria el miércoles 17 de abril de 1974. Amistoso entre un combinado rosarino y el seleccionado nacional, previo al Mundial de Alemania Occidental. Era un gran momento del fútbol rosarino, con Central y Newell´s peleando por el título. El combinado local tenía a los mejores valores de ambos clubes y a Carlovich, jugador de Primera C. El Trinche jugó sólo los primeros 45 minutos. Fue tan brillante su actuación – que finalizó con un parcial de 3-0 a favor de su equipo – que en el entretiempo, Vladislao Cap, entrenador del seleccionado le pidió a Juan Carlos Montes un poco de clemencia sacando a ese loco que hacía delirar los hinchas con sus míticos caños de ida y vuelta.
Los años ochentas fueron rosarinos. Tiempos de habilidosos. La máquina que fue el Ferro Carril Oeste dirigido por Carlos Griguol tuvo en la zurda de Oscar Román Acosta la cuota de imaginación y talento. Ni hablar de dos grandes en serio: Omar Palma y Gerardo Martino, sobrino del viejo Mamucho. El Negro y el Tata fueron símbolos por años de las dos camisetas que despiertan las mayores pasiones en Rosario.
Muchos jugadores, que si bien fueron brillantes, no estuvieron a la altura de cracks. Julio Libonatti fue el primer argentino en probar suerte por Europa. Marcó el gol decisivo en el Sudamericano de 1921 ante Uruguay. Eso llamó la atención de los dirigentes del Torino de Italia. Ya en Italia se convirtió en un goleador temible siendo aún hoy, uno de los máximos goleadores históricos del Toro. En Central se lo recuerda a Waldino Aguirre.
El Torito fue un delantero fenomenal. Ídolo en los años cuarentas. Genio e irreverente. Alguna vez, luego de convertirle un gol a Newell´s, enfrentó a la copetuda platea femenina ñulista y festejó su conquista mostrándole sus peludos testículos. El Torito fue asesinado una fría noche de octubre de 1977 en una espantosa comisaría rosarina. La vida no lo había tratado bien…
José Omar Pastoriza fue otro rosarino tapado. Figura gigante de nuestro fútbol, al igual que César Luis Menotti. El Flaco era tan lento como talentoso. Un número diez larguirucho que le pegaba increíblemente fuerte y bien a la pelota.
No podemos omitir a una familia rosarina de pura cepa: los Solari. Son cuatro generaciones de futbolistas que en diferentes épocas lograron títulos y trascendencia. Jorge, junto a su hermano Eduardo, fundaron el club Renato Cesarini de Rosario, cuna de grandes jugadores, como Javier Mascherano, santo y seña del seleccionado argentino en las últimas copas del mundo, abanderado del orgullo y el amor propio. Seleccionados en los cuales compartió equipo con otros dos talentos surgidos en las entrañas de los grandes rosarinos, como Maxi Rodríguez y Ángel Di María.
El talento de Lionel Messi no surgió en él por generación espontánea. Es el continuador histórico de una línea de juego que nos enorgullece.